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Carlos Roque Sánchez
Sábado, 15 de Noviembre de 2025

Antropomorfismo. Mascotas

[Img #272345](Continuación) Es decir que el antropomorfismo existe en todas las actividades humanas y de hecho se emplean con frecuencia en la pintura, la literatura o los audiovisuales, aportando a estas obras de arte y permitiendo conectar mejor con las personas, llamar más su atención. Otro ejemplo de antropomorfismo podemos percibirlo en el diseño y construcción de robots, y seguro que se ha percatado de que en la actualidad, con el exponencial desarrollo de la tecnología, somos cada vez más capaces de crear máquinas con características propias de seres humanos, tanto física como psicológicamente, pretendiendo alcanzar el máximo parecido entre ambos ¿A quiénes los íbamos a asemejar, a quién se iban a parecer si no, siendo los humanos quienes somos y viniendo de donde venimos? A nadie escapa que el hombre, desde que lo es y a lo largo de toda su historia, se ha considerado como un ser vivo especial, se ha creído diferente por superior al resto de los animales y, como tal, ha interpuesto una profunda brecha entre el origen de su existencia y el de la nuestra ¿cómo vamos a ser iguales? Una nueva creencia a la que la ciencia ha mostrado también que está errada, como ya lo hizo en el siglo XVI Nicolás Copérnico -canónigo, astrónomo y matemático polaco del Renacimiento- con su modelo heliocéntrico en el que la Tierra no es, ni mucho menos, el centro del universo, según el modelo geocéntrico o tolemaico.

 

Humillación evolutiva. En esta ocasión la afrenta, sigo con el antropomorfismo biológico, no ocurrió hasta mediados del siglo XIX y vino de la mano del naturalista inglés Charles Darwin (1809-1882) para quien, en su formada opinión, el hombre no era producto directo de la voluntad de Dios, ni de nada que se le pareciera, sino la consecuencia de un largo proceso de evolución biológica llevada a cabo a través del mecanismo de la selección natural. Una idea que el evolucionista plasmó y justificó en su obra El origen de las especies de 1859, a partir de numerosos ejemplos extraídos de la observación de la naturaleza; una hipótesis por la que todas las especies de seres vivos han evolucionado con el tiempo a partir de un antepasado común, de modo que el hombre es un animal más. O mejor dicho no sólo no es más que cualquier otro animal, sino que ni siquiera es la cumbre de la evolución, quizás por llegar; trato de decirles que no descendamos del mono, sino que somos monos, de hecho, uno de los muchos primos que estamos en este planeta. Una idea que muchos sienten y viven como la mayor de las humillaciones, y con dicho sentimiento cargan con un problema innecesario y prescindible porque la verdad es que somos primates evolucionados, y no la culminación del proceso creativo de un ser superior. ‘Nunca puedo mirar detenidamente a un mono, sin caer en humillantes reflexiones muy mortificantes’. Congrave, 1695.

 

Humanización y mascotas. Un visceral e irracional rechazo, les decía, a compartir el innegable y más que razonable origen común con el resto de animales que, sin embargo, o quizás precisamente por eso, no nos impide mostrar un extraordinario antropomorfismo hacia ellos y en particular hacia determinados animales de compañía como perros o gatos. Una tendencia a atribuirles cualidades humanas, como comportamientos o emociones, por las que, por ejemplo, podrían sentir celos, vergüenza o deseos de venganza, vamos como si fueran, mismamente, humanos; humanos hasta el punto de considerarlos como miembros de la familia y llegar a hablarles, tratarles y cuidarles como si fueran, sí, propiamente hijos. Un comportamiento antropomórfico que, en principio, presenta aspectos positivos pues puede ayudar a personas que se encuentren solas a sentirse más acompañadas, tranquilas, seguras y confiadas al fortalecer su vínculo con el animal. Digo “en principio” por la sola reserva de saber que, para el conocimiento del mundo real, antropomorfismo y antropocentrismo no fueron unas conductas recomendables, lo que no significa que no resulten útil en otros ámbitos, como éste de la relación con las mascotas, para las que se emplean expresiones como que “está contenta”, “me sonríe” “yo le hablo”, “ella/él me escucha” o hasta un “es que me comprende”. Pero claro, la cuestión está en detectar hasta qué punto esta conducta nuestra, este modo de entender el comportamiento del animal, está tan alejado de la realidad que nos pueda crear una distorsión cognitiva que termine resultando perjudicial tanto para nosotros como para el animal. Precaución.

 

Y que la empatía que despiertan y hace tratarles no ya como humanos sino como un amigo o parte de la familia -un fenómeno que en psicología se conoce como antropomorfización y más coloquialmente humanización- muestre aspectos indeseados para ambas partes más allá del incuestionable y positivo de reforzar el vínculo entre ellos. Un nexo que provoca en los humanos refuerzo de la conexión afectiva y sensación de apoyo social y, en los no humanos, una mejora de su bienestar animal a través de la atención de sus necesidades físicas y emocionales (veterinaria o alimenticia). Ya, pero en lo que atañe a los animales resulta crucial distinguir entre humanizar y proporcionar un cuidado adecuado. Caución. (Continuará)

 

CONTACTO: [email protected]

FUENTE: Enroque de ciencia

 

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