Antropomorfismo. Generalidades
De los orígenes. Etimológicamente el término proviene del griego anthropos (humano) y morphe (forma, apariencia), un sustantivo que hace referencia a la tendencia o doctrina consistente en atribuir cualidades humanas (características, intenciones, motivaciones o emociones) a algo que en realidad no las tiene, como puede ser otros animales, plantas, objetos inanimados, deidades o, incluso, entidades de inteligencia artificial. Junto a él y de la misma familia existe el verbo antropomorfizar que describe dicho proceso cuyo resultado es el concepto abstracto de esa acción también denominada antropomorfización. Considerada una tendencia innata de la psicología humana, algunos la ven como una forma de personificación semejante a la figura retórica de la prosopopeya, qué decirle del surrealista y oscuro verso lorquiano “La aurora de Nueva York gime por las inmensas escaleras”, perteneciente a su poemario Poeta en Nueva York (1929-1930). Sin duda el antropomorfismo define la manera en la que percibimos el mundo en su conjunto, manifestándose en distintos ámbitos humanos como mitología, religión, filosofía, pseudociencias, juego, teología, artes o ciencias. Y su propósito no es otro que darnos tranquilidad y seguridad ante todo aquello desconocido o distinto que nos pueda crear inseguridades o temores; no en vano los rasgos humanos captan más nuestra atención y nos transmiten más confianza, al percibirlos más cercanos a nosotros por familiaridad.
De estos mimbres estamos hechos. Y así ha sido desde la antigüedad, como por ejemplo pasó a la hora de representar nuestra creencia en seres superiores, unos dioses que figurábamos personificándolos con características que nos son propias, tanto físicas como psicológicas; en la religión cristiana, sin ir más lejos, se representa a Dios como un hombre bueno que nos cuida, protege y vigila, de hecho, se refiere a él como Nuestro Padre. O el intento de nuestros antepasados por explicar los sucesos y fenómenos naturales que escapaban a su entendimiento, como podía ser la lluvia, el viento, el fuego o el rayo y que se interpretaban adjudicando a los dioses conductas humanas como el llanto o el enfado; es más, ahora que lo pienso, cuando nos referimos al estado del mar decimos de él que está en calma o furioso. Qué cosa. Ya de la que va, este concepto de antropomorfismo, unido al del antropocentrismo, de significado distinto pero relacionado, hicieron al hombre concebir nuestro sistema solar con una visión geocéntrica del mismo. Una en la que todos los planetas, además del Sol, giraban alrededor de la Tierra, cómo no iba a ser así, con el planeta centro todo el universo, si en él vivimos nosotros, el culmen de la superioridad de los seres vivos creados, que esa es otra cara del antropomorfismo.
Humillación cosmológica. Como sabemos, la primera cura de humildad para el ego del ser humano de la que tenemos constancia, la primera de las afrentas que sufrimos por parte de la ciencia es de naturaleza cosmológica y nos viene de la mano del canónigo, astrónomo y matemático polaco del Renacimiento Nicolás Copérnico (1473-1543) y su modelo heliocéntrico, aquel en el que la Tierra no es, ni mucho menos, el centro del universo, nada más lejos de la realidad. Por el contrario, no es más que un planeta que, como otros, gira alrededor del Sol, una estrella cualquiera, así que adiós centro del universo y hasta luego primacía astronómica. Por cierto, este conocimiento cierto lo sabemos desde el siglo XVI gracias a su libro De revolutionibus orbium coelestium, 1543 (Sobre las revoluciones de las esferas celestes), va para cinco siglos. No, tampoco la ciencia como actividad humana a lo largo de su historia se ha visto libre de esta concepción antropomórfica de nuestro entorno, lo que nos da una idea de la forma inconsciente en la que la realizamos y lo difícil que nos resulta aislarnos de ella o al menos controlarla, probablemente porque no podamos entender el mundo que nos rodea sin ella.
Por ponerle otro ejemplo, y sin ir tan atrás en el tiempo, a lo largo del pasado siglo XX el término antropomorfismo estuvo asociado a aquellos fósiles que eran morfológicamente similares, pero no idénticos, a los del esqueleto humano; y aunque ya en desuso, de forma general, el término se sigue empleando para referir cualquier cosa con características o adaptaciones exclusivamente humanas, entiéndase: existencia de pulgares oponibles, visión binocular (teniendo dos ojos), o bipedismo biomecánico, o sea que tampoco es que hayamos cambiado tanto. También, en el terreno de las pseudociencias, sirva de muestra la ufología, el antropomorfismo hace acto de presencia como ocurre en la descripción de los extraterrestres, esos supuestos seres procedentes de fuera del planeta que, por mera probabilidad matemática y vital, deberían tener formas y comportamientos bien diferentes a los nuestros. Bueno, pues mire usted por dónde, a la hora de representarlos en películas o imágenes los percibimos con rasgos humanos, ya sabe, que si dos piernas, dos brazos, ojos, cabeza e incluso con capacidad para hablar o emocionarse. Sí, se me han venido a la cabeza películas como ‘Encuentros en la tercera fase’ de 1977 y ‘E.T. el extraterrestre’ de 1982, se ve que nos cuesta imaginar seres superiores que no sean similares a nosotros, o el hacerlo nos provoca cierto rechazo. (Continuará)
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FUENTE: Enroque de ciencia












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