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Carlos Roque Sánchez
Sábado, 29 de Marzo de 2025

‘13, Rue del Percebe’ ¿Quién es quién? (1)

[Img #251011](Continuación) Sigo con el divertido y alocado edificio de vecinos al que bien por la simplicidad repetitiva de su temática o porque todas las historietas ocupaban una sola página, o porque podían ser leídas de forma desordenada, incluso, con una aparente independencia de cada viñeta con respecto a las demás o por todos estos factores juntos quizás, a veces suele ser así, hacían el milagro de convertirla en una lectura hipnótica desde el primero al último de sus moradores, desde la subterránea alcantarilla de la calle hasta la volandera azotea del edificio. Porque la genialidad de Francisco Ibáñez, quien cuando empezó a publicar trabajaba en un banco, hace que la comunidad del 13 de la Rue del Percebe empiece en el mismo sumidero que está en la acera frente a la portería, pues en ella vive el primer inquilino de la docena larga que les voy a referir agrupados en la medida de lo posible por plantas de abajo a arriba.

 

Don Hurón (Doroteo Hurón). Es el señor que habita en la alcantarilla circular que hay delante del portal y, según se afirma en la primera página (1961), eso dicen al menos las lenguas anabolenas del mundillo, en realidad es un alquilado de la misma dueña de la pensión del primero derecha, o sea que pertenece a la comunidad. Naturalmente al pobre hombre, viviendo donde vive, le pasa o mejor dicho le cae de todo y es que, a nada que la tapa no esté bien puesta se le cuelan cada dos por tres, bien un peatón distraído leyendo el periódico, una colilla mal apagada arrojada al suelo o cualquier otra cosa que se pueda imaginar, no le digo nada cuando llueve. Le nombraba la “genialidad ibañeza” porque estará conmigo que ya hiló fino el historietista barcelonés al adelantarse con el problema de la vivienda nada menos que en sesenta años, una cifra que a diferencia de la del tango son algo. (Cuando dije en casa que dejaba el banco para dibujar me dijeron ¿Tú estás loco? ¡piénsatelo!)

 

La portera. Señora ocupada y preocupada por todo lo que ocurra en el edificio y que por razones obvias de proximidad suele hablar con Don Hurón, con las parejas que preguntan por un piso para alquilar o con los usuarios del controvertido ascensor; un habitáculo que dicho sea de paso llega a convertirse en un protagonista más de las historietas, dadas las aventuras que en él ocurren o le ocurren: casi siempre está estropeado, llegó ser robado (una escena desternillante) o aquel día que llovió tanto que se encogió. El tendero Don Senén, con su colmado que está pared con pared con la portería en la planta baja y un hombre que no se fía ni un pelo de su clientela a la que tima sin piedad, bien con la suspecta calidad de sus productos (no son frescos) o bien con la falsa cantidad ya que altera su peso mediante el uso de un imán colocado bajo la báscula, vamos, una tienda de ultramarino a la que no hay que ir a comprar. Y pasamos sin más a la primera planta.

 

El veterinario. Tiene su consulta en el Primero Izquierda, encima de Don Hurón y la verdad no parece que sea un profesional muy competente, aunque tampoco podemos decir nada bueno de la normalidad de su clientela ya que entre sus pacientes se encuentran desde un elefante a una serpiente, pasando por un toro en horas bajas o una sirena con dolor de cabeza. Por cierto, ignoramos su nombre pues todos se dirigen a él como “doctor”. Rita. Y a su lado en el Primero Derecha, vive una señora agarrada y rácana que ha convertido su piso en una pensión superpoblada, incapaz de albergar a todos los inquilinos que acepta y a los que maltrata de manera sistemática de mil maneras; sí, es la que está pensando, la patrona de Don Hurón. Le diré algo más, su récord de huéspedes realquilados por metro cuadrado lo consigue a costa de acoplarlos donde sea, incluso en el ascensor, lo que ya se imagina le crea problemas con la portera. Pudimos saber su nombre gracias a que en una viñeta, en un gesto de roñosa desfachatez, le cosió un cartel publicitario a un cliente en el que se podía leer “Pensión Rita”; si hacemos una traslación a nuestros días, esta mezquina mujer lo que tendría hoy montado es un piso turístico. Y de la primera a la segunda planta. (Está siempre el chiste principal, el importante, y luego está lo que ocurre en segundo término; una serie de detallitos y cosas que al lector le gusta mucho).

 

La anciana amante de los animales. Señora que vive encima justo del veterinario chapucero y, ya se lo puede imaginar, una abuela incondicional de la Sociedad Protectora de Animales quien, dadas sus limitaciones visuales y las gamberradas de sus gatos negros es víctima propiciatoria de ellos, ya que le cambian de mascota cada semana, trayéndole desde una ballena a un cocodrilo, todo un despropósito zoológico cuando además hablamos de un piso de 70 m2. El científico loco. Junto a ella, el único piso del edificio que ha cambiado de inquilino hasta en dos ocasiones, salvo error de contabilidad por mi parte. Empezó viviendo en él un científico, claramente inspirado en Víctor Frankenstein, que tuvo que abandonar el piso por problemas con la censura franquista (esto no es ficción, ya se lo cuento en otro momento), y eso que los monstruos que creaba le salían siempre unos buenazos, unos pedazos de pan, pero con la Iglesia hemos topados Sancho. (Continuará)

 

CONTACTO: [email protected] 

FUENTE: Enroque de ciencia

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