Mafalda, siempre Mafalda sueña con un mundo más justo
Por supuesto que continuamos con la niña y su pandilla, no en vano representan la búsqueda de cambios y el deseo de un mundo mejor en una época de importantes transformaciones sociales y culturales: desde la lucha contra el autoritarismo hasta el auge del feminismo pasando por el ecologismo, por resumirlo de alguna manera. Mafalda, quien desbordó a su autor aun cuando éste dejara de dibujarla hace ya décadas, convirtiéndose en símbolo de la libertad de expresión y el compromiso de las nuevas generaciones. Un icono del inconformismo, también de la fe en la humanidad, cuyas viñetas bien podríamos encontrárnoslas hoy en los periódicos pues parecen hablarnos de la más plena actualidad y con una vigencia más que pasmosa. Una niña que nos invitaba a cuestionárnoslo todo y que con el trazado sencillo y universal de su dibujo enlaza tanto con la simplicidad del Carlitos de Schulz como con antecesoras conocidas de muchos de nosotros que ya cumplimos la media docena de décadas o más: Nancy o Periquita, La pequeña Lulú o Mariquita Terremoto entre otras. Es lo que ocurre con los clásicos, que adquieren nuevo significado según el contexto desde el que se los lee; siempre hay que volver a los clásicos. ‘Vivir sin leer es peligroso, te obliga a creer en lo que te digan’.
Más tiras didascálicas. Sin duda el mundo de las viñetas de Mafalda es el de la infancia por lo que muchas de ellas reflejan algunos de los contenidos educativos propios de la escuela; me refiero a disciplinas y objetivos como la aritmética, la exploración espacial, la estadística, la Luna, la Tierra, la política, la geometría, la medicina, la astronomía o los porcentajes, sin olvidarnos del contenido social de sus palabras, las limitaciones personales de los componentes del grupo y, por supuesto, su peculiar sentido del humor. Una componenda de ingredientes en las que no pocos ven todo un filón didáctico para la enseñanza primaria y quizás, con matices, no anden desencaminados. O sí. Ya de la que va le lanzo un tiro por elevación artillero: ¿Tenía razón Mafalda cuando, entre 1964 y 1973, nos machacó con aquello de que el mundo se iba al traste? ¿Ha sido así? ¿Qué opina? Desde entonces, ¿ha aumentado o ha disminuido el número de niños que mueren antes de los cinco años? ¿y el de las personas en situación de extrema pobreza? ¿o el porcentaje de niños del mundo que acuden a la escuela primaria? En los últimos cincuenta años ¿ha aumentado o ha disminuido la población mundial? ¿y el de desnutridos? Le advierto que los datos son demoledores. ‘No es cierto que todo tiempo pasado fue mejor. Lo que pasaba era que los que estaban peor todavía no se habían dado cuenta´.
Mafalda y Manolito. Al respecto de la pareja, júzguenla ustedes con esta doble semblanza que le traigo. Mafalda, la niña humanista preocupada por la formación del ser humano y guiada por el amor hacia los suyos, a la vez que filósofa socrática que se plantea la duda por sistema como base del conocimiento; y Manolito, el hijo de tenderos gallegos, que han logrado montar el Almacén Don Manolo, y por cierto el único que del grupo infantil echa una mano laboral en la empresa familiar. Ella, ya la conocen, la niña (más) inteligente y sagaz es una soñadora, un verso suelto, una máquina de soltar consignas por el cambio y una tremendista de manual para la que el mundo siempre está a punto de acabarse; y él con su pinta -cabezón cuadrado, pelo pincho, americana de tendero y lápiz siempre sobre la oreja para echar cuentas, es pragmático y algo tosco. ‘La educación es la vacuna contra la violencia y la ignorancia’.
Mafalda vive en un hogar de esforzada clase media a la que detesta y tacha de “clase medio estúpida”, y de mayor quiere ser traductora de la ONU para luchar por la paz mundial; Manolito, en cambio, desea convertirse en propietario de una cadena de supermercados y llegar a ser tan rico como Rockefeller. Ella detesta la sopa, cuando es un alimento que ha sacado adelante a media humanidad en apuros; a él le encanta la sopa. Cuando Mafalda le espeta uno de sus discursos igualitarios, Manolito replica con su realismo a bocajarro: “Sí, todos somos iguales… solo que algunos arriesgamos un capital”. Ella, un poco altiva desde su supuesta superioridad moral, se burla de que a él le guste el dinero y repite un latiguillo, el clásico “La plata no da la felicidad”; claro que aquí él está sembrado y le espeta uno de sus asertos tan prosaicos como irrefutables: “Sí, ya lo sé… pero me entusiasma la maña que se da el dinero para imitar la felicidad”.
Quinoterapia. Un peculiar sentido del humor, como dijo el literato Gabo, nobel de 1982, “Cada libro de Quino es lo que más se parece a la felicidad: la quinoterapia”, una sanación que probablemente resida en la inocencia para querer cambiar el mundo y en el humor para reírse de todo. Le dejo en buenas manos, quiero decir con buenas líneas: ‘Mamá, cuando conociste a papá, ¿sentiste que te devoraban las llamas de la pasión o que apenas algo se te tostaba?’; ’El problema es que hay más gente interesada que gente interesante’; ‘Por supuesto el dinero no lo es todo, también están los cheques’; ‘Los cheques de tus burlas no tienen fondos en el banco de mi ánimo’; ‘Tengo tres deseos: comer sin engordar, amar sin sufrir y ganar dinero sin trabajar’; ‘Las situaciones embarazosas… ¿las trae la cigüeña?’; ’Ser un ser humano es probablemente una enfermedad incurable’; ‘Lo bueno de la geografía es que nos regala un paseo maravilloso sin salir del libro’; ‘El problema de las mentes cerradas es que siempre tienen la boca abierta’; ‘¿No es increíble todo lo que puede tener dentro un lápiz?’.
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FUENTE: Enroque de ciencia












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