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Carlos Roque Sánchez
Sábado, 02 de Septiembre de 2023

‘No disparen al pianista’

[Img #201088]A modo de prefacio. Es una de esas frases que afortunadamente en los tiempos actuales nadie pronuncia en sentido literal, salvo que queramos hacer alguna brometa, de mal gusto sí, pero carente de mala intención ni sobre ningún instrumentista en particular y no, no estoy pensando en el pianista de Cine de Barrio. Sin embargo la expresión está ahí, en el inconsciente colectivo, y no se trata de un invento popular, tiene una base tan auténtica y sólida como la del aún vigente y actual ‘Se reserva el derecho de admisión’, o la de la, no tan auténtica ni sólida ni actual ‘Tócala otra vez, Sam’, perteneciente a la mítica película Casablanca de 1942. De su calado en la cultura popular y continuando por la vertiente cinematográfica, sirvan de referencia la película francesa Tirez sur le pianiste “Tirad sobre el pianista” de 1960, dirigida por François Truffaut (1932-1984) o la canadiense Les portes tournantes, “No disparen a la pianista” de 1988, dirigida por Francis Mankiewicz (1944-1993); y ya en terrenos televisivos, a inicios de este siglo XXI, cómo no citar el programa musical homónimo de La 2, que ofrecía actuaciones y entrevistas en directo. Bien, pero, ¿a qué época se remonta el origen de dicha expresión? ¿de dónde procede? ¿quién fue su autor?

 

Inglaterra victoriana por Salvaje Oeste. Por lo que tengo averiguado su origen data de la segunda mitad del siglo XIX, nació en el Salvaje Oeste de los Estados Unidos y su autoría es desconocida, si bien está constatado que quien más contribuyó a su popularización fue un viejo conocido de estos predios roteños, nada menos que el escritor, poeta y dramaturgo de origen irlandés Oscar Wilde (1854-1900), de quien precisamente hace un mes le escribí acerca de su maestría a la hora de confeccionar butades en “mi Opinión” En torno a apócrifos, seudónimos y butades, pero a lo que vamos. Estamos en 1882 y el inquieto dublinés acababa de firmar una gira de lecturas y conferencias literarias a través de los Estados Unidos -lejos de los relativamente tranquilos salones de Oxford, Cambridge y Salisbury-, y entre ellas, con sus botines blancos de piqué y su alfiler en la corbata recaló cierto día en una disertación sobre la ética del arte en la ciudad de Leadville, Colorado. Una cita que por cierto le desaconsejaron a él y a su director de ‘tournée’ por peligrosa, por muy peligrosa; resulta que por aquellos entonces, Leadville, era un fructífero enclave minero argentífero en las Montañas Rocosas donde por razones obvias todo el mundo llevaba revólver y el dinero y las balas corrían a gran velocidad; vamos que no tenía pinta de ser el mejor sitio para impartir un artístico monólogo diletante.

 

‘No me intimida lo que puedan hacerle a mi agente’. Pero bueno, ya conocen a Wilde, a pesar de que fue advertido de que podrían ser asesinados se despachó con una de sus boutades, “no me intimida lo que…”, como si el asunto no fuera con él; y, ni corto ni perezoso, se dispuso a leer fragmentos de la autobiografía del escultor, orfebre y escritor renacentista italiano Benvenuto Cellini (1500-1571) a los cavadores de plata que habían acudido medio borrachos al Tabor Opera House, un edificio por cierto construido en 1879 que es una fecha con la que me voy a permitir una licencia. Resulta que es el mismo año en el que nace, en la ciudad alemana de Ulm, el físico después nacionalizado estadounidense Albert Einstein (1879-1955), de quien este año del Señor de 2023 se cumple un doble centenario muy, muy, poco conocido: uno es el de la recogida de su Premio Nobel de Física, y no por la relatividad; otro es el de su visita a España, sí Einstein estuvo en España. Fin de la licencia.

 

Y eso que le habían advertido, sigo con Wilde en el Tabor, Leadville, que la noche anterior había sido movidita, por decirlo de manera suave. Sin que estén claros los motivos, ni al parecer importen mucho, en el mismo escenario habían intentado ahorcar (en el cumplimiento de una sentencia al parecer) a un hombre suspendiéndolo por el cuello con una soga de cáñamo. Pero se ve que por mero instinto de supervivencia, logró desatarse las ligaduras de las muñecas y empezó a trepar por la cuerda hacia las bambalinas todo lo rápido que pudo. De ahí que el distinguido y nutrido público se apresurara a desenfundar sus revólveres Colts de seis tiros, dando un alternativo cumplimento a la condena. Se cuenta que al conferenciante le entusiasmó la ausencia de complejos de las desenfadadas gentes del Salvaje Oeste, a la hora de administrar justicia. Justicia poética, quizás, lo podrían llamar algunos.

 

‘Se ruega al público que no dispare al pianista, lo hace lo mejor que puede’. El mismo Wilde cuenta que tras la conferencia fue invitado a cenar en un local -en realidad el primer plato era whisky, el segundo whisky y el tercero whisky- y en él afirma que observó “el único sistema racional de crítica de arte que jamás había visto, pues la mortalidad entre los pianistas de aquel lugar era asombrosa”. Sobre el piano había clavado un cartel impreso que decía ‘Se ruega al público que no tire sobre el pianista, lo hace lo mejor que puede’, un texto que también vio escrito en algunas iglesias. Como lo lee ¿Era en realidad tan habitual este hecho, como para rogar por la vida del pobre pianista en sitios tan dispares? (Continuará)

 

CONTACTO: [email protected]

FUENTE: Enroque de ciencia

 

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