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Sábado, 05 de Octubre de 2013

Balsa Cirrito


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LA EDAD DE ORO



 
 
Vamos a suponer que alguien me pregunta: ¿cuándo ha estado España más unida espiritualmente? (por supuesto, se trata de una suposición estúpida: nadie hace preguntas tan tontas) Pero, incluso, en ese caso, ¿qué respondería? ¿Durante el Siglo de Oro? ¿En tiempos de la invasión napoleónica? ¿En julio de 2010? (Copa del Mundo de Sudáfrica). Pues ninguna de éstas. En mi opinión, España nunca fue un país más homogéneo y compacto que desde, digamos, principios de los años setenta y hasta finales de los ochenta. ¿Y por qué razón sostengo unas fechas tan concretas? Muy sencillo: por la televisión.

A inicios de los setenta la práctica totalidad de los hogares españoles contaba con un televisor, y en la segunda mitad de la década de los ochenta se instalaron las televisiones autonómicas. En ese lapso, durante esos doce o catorce años, absolutamente todos los españoles recibimos las mismas influencias, que no eran otras que las que emanaban la primera cadena de TVE y, muy eventualmente, la segunda. Todos veíamos las mismas películas, escuchábamos las mismas canciones y atendíamos a los mismos telediarios. Al día siguiente de una emisión, en el colegio, un niño citaba el programa que había visto casi con la completa seguridad de que sus compañeros de clase habían visto exactamente lo mismo. En algún lugar he leído que el programa El precio justo lograba cifras de audiencia muy superiores a los veinte millones de espectadores. Hoy, una emisión que alcance la tercera parte de ese número se considera un pelotazo absoluto (absolute pelotazation). En realidad, se daban circunstancias que ahora nos parecen curiosas. Una canción resultona, por ejemplo, que se emitiera durante un programa nocturno, se podía convertir en un éxito masivo, literalmente, de la noche a la mañana.

Por supuesto, todo esto no quiere decir que todos los españoles pensaran igual, ni mucho menos; pero sí que pensaban sobre los mismos temas, tenían las mismas preocupaciones y focalizaban sus opiniones hacia objetivos parecidos, lo cual, no me atrevo a decir que sea negativo.

Además, se trata de un fenómeno que en muy pocos sitios, por no decir en ninguno, y por razones que sería largo explicar, se dio con la intensidad que tuvo en nuestro país. Como mucho, podíamos contar el fenómeno de Italia, también masivo, pero con un resultado muy diferente (sobre todo, por el mayor número de canales de que disfrutaban). En Italia, aunque ahora nos parezca chocante, la gente no habló italiano hasta que lo aprendieron por la labor conjunta de la radio y la televisión. Hasta entonces, es cierto que todos se expresaban en un idioma con el mismo nombre, italiano, pero con unos dialectos y unas pronunciaciones y vocabulario tan diferentes que a menudo no se entendían entre sí. Con unas discrepancias parecidas (a veces incluso mayores) que las que se dan entre el castellano y el gallego.
   
En fin, desde la segunda mitad de los años ochenta comenzaron a surgir primero las televisiones autonómicas; luego las privadas; luego las locales; y luego dejamos de contar su número. El mando a distancia empezó a servir para algo más que para subir y bajar el volumen, y se convirtió en el cetro del hogar: quien manejara el mando, era quien dominaba en la casa. Las influencias y los estímulos que recibía el español se fueron diversificando.

Aunque también se trató  de un periodo más bien breve. En los primeros años de la década pasada, internet comenzó a apoderarse del cotarro. Ahora no cabía preguntar por las mañanas por el programa de televisión de la noche anterior, porque muy posiblemente la persona interrogada no había estado frente a su aparato de plasma, sino ante su PC. No es casualidad que en los últimos años se haya popularizado la palabra friki, con un significado, además, que no es exactamente el originario, sino algo así como: “tipo perteneciente a un grupo o tribu particular, a menudo alejada de lo que consideramos normal”. Y se entiende. Internet permite encontrar con facilidad compañeros de afición, por muy extraña que ésta sea. De tal forma, que aquellos tiempos en los que la televisión era a la vez una comunidad y un filtro por el que recibíamos la información, han pasado también a la historia.

¡Y qué tiempos! A principios de los años ochenta, cualquier éxito cabeza de los Cuarenta Principales podía ser tatareado por casi la totalidad de los españoles. En la actualidad, según leo en la prensa, el cantante español de más éxito es Pablo Alborán, al menos, atendiendo a la cifra de asistentes a los conciertos, ya que lo que son los discos, como todos sabemos, no los compra nadie. Pues bien, personalmente soy incapaz de recordar la melodía de ninguna canción del joven Alborán, ni aunque me amenazaran con la horca. Y como yo, creo que la mayoría de las personas, situación que hubiera sido imposible hace veinticinco años con, por ejemplo, Mecano. Según se ve, hace tiempo que dejamos de ser esa comunidad de la que hablábamos al principio.

¿Y el futuro? ¿Cómo será? Por supuesto, el futuro tiene la particularidad de que casi siempre nos sorprende, pero podemos aventurar alguna idea. La tendencia parece indicarnos que será todavía más disperso. Con una recepción de estímulos y de información más individualizada por parte de las personas. Lo cual, por supuesto, no es ni bueno ni malo; pero me figuro que contribuirá a que la sociedad se halle menos socializada, y a que el individualismo se convierta en la única religión absolutamente universal. El futuro, desde luego, será más complejo. La historia nos dice que el transcurso de la misma, con pocas excepciones, no es sino una constante complicación. Considerando donde estamos ya, casi da miedo de lo que venga (aunque siempre podremos tener una guerra termonuclear que simplifique las cosas para los supervivientes)

¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? Chi lo sa. Hemos comenzado hablando de la televisión. En los ochenta existía un programa llamado La edad de Oro. La mayoría de las veces era un coñazo que ni para contarlo, con grupos ingleses insoportablemente excéntricos y pintores españoles compulsivamente homosexuales. Sin embargo, era como un marchamo de modernidad. Uno decía: “ayer me quedé hasta la una y media de la madrugada viendo La edad de oro” y ya era considerado automáticamente moderno, en unos años en los que ser moderno era más importante que tener dos carreras y tres masters. ¿Qué existe hoy día que nos conceda con rapidez cualquier distinción? Nada, ni siquiera Punset. Y eso que Punset es, por lo menos, tan coñazo como era La edad de oro.


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  • Joe

    Joe | Martes, 22 de Octubre de 2013 a las 18:48:06 horas

    Para "anontio andrés"
    Al señor Zapatero ya lo ha hecho bueno tu/nuestro actual presidente. No bueno; lo ha hecho bueníssimoo

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  • Lorencista

    Lorencista | Domingo, 13 de Octubre de 2013 a las 16:16:19 horas

    Fue la transcisión cuando los jovenes partian cristales en las librerias de izquierdas.

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  • dock

    dock | Miércoles, 09 de Octubre de 2013 a las 22:24:44 horas

    la verdad segun lo que yo vi fue con los romanos, pude comprobarlo por mi mismo con mi delorian, tambien viaje al pasado con isabel la catolica pero no se parecia en nada a la de la serie de la primera, era mucho mas fea.

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  • antonio andres

    antonio andres | Martes, 08 de Octubre de 2013 a las 22:18:22 horas

    La verdad que no sabría decir en que época de la historia hemos estado mas unidos por un sentimiento patrio, la verdad que siempre hemos sido orgullosos de pertenecer a una nación potente durante siglos. De lo que estoy casi seguro es que no hubo una ruptura tan grande en este sentimiento, como en las dos republicas, en la que dieron alas al nacionalismo y al anarquismo. Y de lo que si estoy seguro (por que lo he vivido), es que nadie ha fomentado esa ruptura como lo hizo el ya GRACIAS A DIOS, anterior presidente cuyo nombre me da hasta repelus nombrar, ya que aunque venia representando al PSOE, su sentimiento era y es comunista, si no es así, recuerden a los primeros jefes de estado (o republica bananera) fueron visitados tal como fue nombrado presidente.

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