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Sábado, 28 de Septiembre de 2013

Balsa Cirrito

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TEN DAYS A WEEK


   


   

Si observan con atención, verán que con irritante frecuencia los organismos internacionales, cuando se refieren a España, hablan de productividad. Quizás el motivo de que no tratemos mucho el asunto es que eso de productividad laboral,  dicho así, no se entiende muy bien. En realidad escasa productividad laboral significa escaqueo del trabajo, asunto del que da un poco de grima hablar abiertamente.

Hagámoslo. Lo curioso es que no somos exactamente vagos. Las horas que trabajan los españoles superan bastante la media europea. El problema, quizás, estriba en que no siempre entendemos que las horas laborales son horas de trabajo (y que las bajas por enfermedad o por cualquier asunto susceptible de baja son entre nosotros superiores a las de los demás países). (Quién sabe, tal vez tengamos muy mala salud).

Y eso por no hablar de los americanos (del norte) o de los japoneses (de Japón), donde ya no sólo nos referimos a la productividad, sino a unos horarios laborales que no se diferencian gran cosa de la esclavitud. Es posible que algunos de ustedes hayan leído las entretenidas novelas de abogados de John Grisham. En ellas, y es algo que llama mucho la atención, se presenta como el horario normal de un abogado joven nuevo  en un bufete, aquel en que la semana consta de sesenta o setenta horas laborales. (¡Caray!) Que de todas formas es una mariconada de horario si se compara con esas fotografías que hemos visto de China (¿Sigue siendo un país comunista?) donde los trabajadores llegan a dormir al lado de su mesa de trabajo.

Pues parece que esa es la munición de la que viene cargada ese arma que llamamos futuro. O trabajamos como bestias o nos hundimos. Casi parece ironía hablar de trabajar más en un país con tanta falta de ocupación como el nuestro, sin embargo, o eso dicen muchos expertos, cuanto más trabajemos más empleo se creará; y aunque los expertos en estos asuntos llevan muchos años dándonos motivos sobrados para no creernos absolutamente nada de lo que nos digan, esa afirmación parece tener esa pervertida lógica del sistema capitalista cuando se lleva a sus extremos.

Y  es que, como decía Felipe González, el futuro ya no es lo que era. Nos jubilaremos a los ochenta después de trabajar cincuenta horas semanales con unas vacaciones de diecisiete días al año (creo que es la media de asueto de los malditos japoneses). Eso sí, las vacaciones las podremos pasar en magníficos hoteles de exóticos países. Se diría que la esclavitud del futuro es muy diferente a la esclavitud del pasado. No trabajaremos hasta la extenuación por la comida y el techo, sino por tener dos coches en el garaje. Claro que el precio no hace que varíe la condición.

Una famosa canción de los Beatles llevaba por título Eight days a week, o sea, “ocho días a la semana”. No sé, pero para tantas horas de faena yo me pido Ten days a week,  semanas de diez días. Así no importarán tanto esas cincuenta o sesenta horas.




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  • Curioso, Salud

    Curioso, Salud | Domingo, 29 de Septiembre de 2013 a las 16:59:29 horas

    Tenemos demasiado arraigado no ser “un chivato”, frase que se escucha con frecuencia, cuando realmente la denuncia de la injusticia debe ser lo primero. Y ese es un trabajo que debe la administración poner al servicio de los ciudadanos, que puedan denunciar sin que ello les cause molestias. Denuncias anónimas que descubran al caradura, al sinvergüenza, para que los demás no tengan que cargar con su trabajo. Ya sean trabajadores o empresarios. Así acabaremos con los fraudes y los abusos. Salud.

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  • Shameful

    Shameful | Domingo, 29 de Septiembre de 2013 a las 00:12:44 horas

    Resulta muy paradójico que escriba y se incluya en este artículo una persona que tiene al año 170-180 días lectivos y que a la más mínima propuesta de reforma... Bueno ya lo sabemos, habla usted de productividad?Un poco de sentido común joven. Últimamente no esta usted muy acertado en sus artículos.

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  • adolcros

    adolcros | Sábado, 28 de Septiembre de 2013 a las 15:45:36 horas

    El problema estriba en que se practica más la cultura de la presencia que la de la eficiencia.

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