Balsa Cirrito
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EL GRAN HOMBRE
Sobre José María Aznar existe una rara unanimidad: nadie lo soporta, al menos en cuanto ciudadano llamado José María Aznar. Esto incluye (podríamos decir que sobre todo incluye) a los miembros de su partido, que, al fin y al cabo, son quienes lo han sufrido más tiempo y con mayor intensidad. Sólo se recuerdan alabanzas personales hacia Aznar por parte del que fuera portavoz de su gobierno, Miguel Ángel Rodríguez, lo cual no es precisamente un buen síntoma (¿quién puede estar tan loco como para disfrutar de un elogio de Miguel Ángel Rodríguez?). No recuerdo ningún político – ni persona que se dedique a cualquier otra actividad – que haya defendido tantas veces y con tanta vehemencia la práctica de la antipatía. Para Aznar la simpatía y la cordialidad son síntomas de impotencia. Y, según su código, si algo se puede resolver por las malas, para qué se va a intentar por las buenas.
¿Alguien se imagina siendo amigo de Aznar? ¿A alguien le gustaría pasar una noche charlando con él y bebiendo cervezas? Casi las únicas imágenes suyas en las que lo veíamos relajado y sonriente eran las que le tomaban junto a George Bush o Toni Blair. Lo cual indica que, según su mezquino manual, con los poderosos sí se podía derrochar simpatía, y que los malos modos había que reservarlos para los países pequeños y para los rivales políticos.
Aznar fue un buen gobernante en su primera legislatura (bastante menos en la segunda), pero también ha sido y es un pésimo político. Si hacemos cuentas, se ha presentado cinco veces a las elecciones generales (porque la primera de Rajoy era, en realidad, de Aznar). Ha perdido en tres ocasiones, ha ganado en una y ha empatado en otra. Eso gracias a su estilo bravucón, borde y hooliganístico que, para desgracia nuestra y pese a su ineficacia, se ha instalado en la derecha española como signo de identidad (y no sabemos por qué; en tiempos de Fraga o de Hernández Mancha no eran así).
Aunque lo que más sorprende en Aznar es su falta de patriotismo. Algo así como el dime de lo que presumes y te diré de qué careces. Hasta hace dos o tres años, en tiempos muy difíciles para la relaciones de España y EEUU, en vez de tratar de mejorarlas, nuestro gran hombre dedicaba sus esfuerzos a empeorarlas, recorriendo las universidades americanas con discursos donde acusaba al gobierno español de ser enemigo de Estados Unidos. O marchaba el gran Aznar hasta Israel, después de algún atentado, para proclamar que Zapatero apoyaba a los terroristas palestinos (¿?). Últimamente, y no debería extrañarnos, Aznar parece dedicado en cuerpo y bigote a torpedear la economía española. Acude a foros económicos en el extranjero para anunciar un próximo cataplum de las finanzas nacionales. Por mucho que le demos vueltas sólo hallaremos una razón para ello: la mala baba. Decir en Londres o en Suiza que la economía española se hunde, además de ser mentira, no obedece a ningún objetivo que podamos comprender, ya que ni siquiera ofrece ventajas electorales. Se trata sólo de hacer daño.
En estas jornadas de celebraciones futboleras y de alegre unión nacional, me ha venido a la cabeza la imagen de Aznar como la de un espectro. Porque él representa exactamente lo contrario a lo que vivimos durante estos felices días. Él es el campeón de la desunión, de la acritud, del enfrentamiento. No sé si del mundo, pero desde luego de España.
La mejor definición de nuestro gran hombre me la dio hace años mi padre, en los tiempos en que nuestro líder comenzaba a dirigir el PP: “Cuando un tipo tan mediocre ha llegado tan alto, comentó mi padre, es porque tiene muy mala leche”.
Completamente de acuerdo.












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