Balsa Cirrito
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EL PRECIO DE LA VIDA
Se dice a veces, y espero que sea un bulo, que la Base Naval provoca ciertas enfermedades, y que la incidencia en Rota de determinados males es muy superior a la de nuestro entorno. Digo que creo que se trata de un bulo, porque en varias ocasiones he hablado con personas que han estudiado el asunto con datos, no con rumores, y me han dicho que salvo algunos casos concretos – el muy conocido de los trabajadores que manipularon amianto, por ejemplo – no existen motivos de alarma. Al menos demasiados. Lo digo porque el asunto del que voy a hablar a continuación, delicado y de extraordinaria gravedad, no lo conozco por ninguna estadística (que tampoco la iban a publicar), sino por tres o cuatro casos que me han llegado a los oídos. A ello voy.
Aunque antes un segundo preámbulo. No es muy probable que algún lector lo recuerde, pero hace un par de años refería en estas páginas como una de las películas que más me aterró en mi infancia contaba una historia algo apocalíptica. En aquella peli veíamos como, ante la superpoblación del planeta, las personas de más de sesenta y cinco años eran privadas de cualquier tipo de medicamento, con lo cual, evidentemente, no tardaban mucho en caer. Pues mucho me temo que en esas estamos. Aquí, en España. Ahora.
Oigo casos, y he oído más de uno, en los que, ante el precio elevadísimo de determinados medicamentos, se desahucia prematuramente a los pacientes. Que en ciertos procesos no conceden el beneficio de la duda o de la posibilidad de salvación. No hace falta subrayar cuán terrible resulta esta idea.
Sin embargo, no quiero arremeter en esta ocasión contra el gobierno y contra los omnipresentes recortes. Quiero hablar más bien de las compañías farmacéuticas, ejemplo preclaro del capitalismo no ya salvaje, sino bárbaro y feroz. Hace unos años los americanos crearon el concepto de capitalismo compasivo. Pues hurra por la compasión. Si pensamos en la desfachatez de estas empresas que venden sus medicinas a precio de… ¿De qué? A precio de medicinas porque no existe nada más caro; empresas, decimos, que despachan una caja de pastillas a tal vez mil o dos mil euros; desvergüenza tal, esto es, que deberían anunciarse con el logo de dos tibias y una calavera. Según lo dicho podemos estar seguros de que el mal no es algo, como parecen hacernos creer en las películas, que se extinguió con los nazis y que sólo subsiste en las sectas satánicas. El mal, vemos, se halla en algunos consejos de administración. Por supuesto, estas empresas suelen justificar estos precios aduciendo unos insólitos gastos para investigación, gastos más hinchados que las tetas de silicona de las mujeres de sus directivos. Hablamos de España. Pero pensemos en países más desfavorecidos (que aunque ahora nos parece difícil de creer, son la mayoría) ¿Qué posibilidades tienen las personas normales en el tercer mundo, e incluso en el segundo, de acceder a un tratamiento contra el cáncer, la esquizofrenia o contra algún síndrome poco habitual? No es una pregunta retórica: las posibilidades son casi nulas. Y, por muy del tercer mundo que sea una persona, el dolor y el sufrimiento no es allí menor.
Uno piensa en un investigador farmacéutico y piensa instintivamente en alguien que trata de hacer algún bien en la humanidad, no en un cruel depredador; peor aún, en un miserable carroñero. Sin embargo, es en lo que se terminan convirtiendo.
Y ante esto, ¿qué podemos hacer? Fácil: joderlos. Pero no machacándolos a impuestos que al final terminarán pagando los enfermos. No. Más bien con limitaciones a sus precios. Aunque para eso deberían andar en sintonía todos o, al menos, la mayoría de los países. Ante el capitalismo salvaje, intervencionismo igual de salvaje.
PD: Si quieren conocer algunos precios desorbitados de medicamentos:
http://mpspapas.wordpress.com/2012/03/15/los-11-medicamentos-mas-caros-del-mundo/












adolcros | Domingo, 22 de Septiembre de 2013 a las 15:20:20 horas
Me parece muy fuerte por tu parte que cargues contra los pobres investigadores farmacéuticos en particular y contra la ciencia en general. Mas aun sabiendo las restricciones a las que está sometidos en esta época de recortes. ¡Ningún investigador es un cruel depredador ni un miserable carroñero! Arremeta usted contra el Gobierno y sus omnipresentes recortes que hoy si es el momento. Si el Gobierno velara por el interés general no habría capitalismo salvaje que valga.
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