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Sábado, 24 de Agosto de 2013

Balsa Cirrito

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EL GRAN FRANCISCO, RAF VALLONE Y EL PADRINO IV




 
 
Nunca pensé que pudiera decir palabras como las siguientes, pero lo cierto es que adoro al nuevo papa. Desde que lo viera aparecer en el balcón de la plaza de San Pedro, con una sonrisa abierta, hablando un italiano no demasiado correcto (lo cual para un cardenal católico romano descendiente de italianos resulta curioso), y aquella expresión que no parecía preparada desde años antes, el papa Francisco me resultó simpático. Supongo que el hecho de que sea hispanohablante contribuye mucho, pero no creo que sólo por eso.

El papa Francisco es un tipo auténtico. Juan Pablo II, que en paz descanse, era bastante histriónico. Cualquier observador que contemplara al papa polaco en sus intervenciones públicas, acababa con la sensación de que allí había un individuo que todo el tiempo estaba interpretando un papel. Uno miraba a Woytila y lo veía adoptar expresiones de fervor, amor, emoción o alegría y no experimentaba ni fervor, ni amor, ni emoción ni alegría. Juan Pablo II parecía preocupado casi exclusivamente de las cámaras que había pendientes de él (en este sentido, muy similar a Pep Guardiola), y si no eras un forofo del vaticaning, terminaba cayéndote mal. La prensa católica, en conjunto, jaleó a éste papa como a una estrella del rock, creyendo – de forma muy equivocada – que su atracción de masas y su popularidad traerían beneficios a la Iglesia. Los resultados a este respecto son bastante claros y no dejan lugar a la discusión.

Su sucesor, Benedicto era como una esfinge; qué digo esfinge, era como una gárgola de Notre Dame; lo cual es muy bueno para aparecer en películas Disney,  pero no resulta especialmente apropiado para ejercer de pastor de la cristiandad. Tengo para mí (aunque se trata de una opinión muy personal y probablemente poco autorizada) que la gran altura intelectual atribuida a Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, no era tan notable como proclaman algunos. He leído algunas de sus encíclicas y resultan, sobre todo, pedantes. Por supuesto, se trata de una pedantería muy germánica, sólida y cimentada, pero, ya digo, en mi opinión, lo que luce es sobre todo su exhibicionismo de hombre instruido; tedioso y un poco fuera de lugar (en Deus caritas est, por ejemplo, se le va casi la mitad de la encíclica en disquisiciones vagamente filológicas y etimológicas, comportándose como un divulgador no muy hábil, traicionado, ya digo, por su vanidad de catedrático alemán). Cierto es que Ratzinger no terminó por ganarse el cariño de nadie. Su excesivo distanciamiento, su frialdad y su mirada de yo-conozco-vuestras-flaquezas, amedrentaron y alejaron a los fieles. Además, llegó al papado muy mayor, sin fuerzas suficientes para recomponer los muchísimos despropósitos que Woytila superstar había dejado en la Iglesia. Cuando intentó ordenar algunas cosas, se encontró con un muro que probablemente haya provocado su dimisión.

El papa Francisco, el argentino, por lo pronto, nos da una confortable imagen de sinceridad. Unas veces parece incómodo, otras cortado, otras divertido y otras que está realizando algún fingimiento menor. Pero incluso cuando finge, lo hace de una manera muy natural, si se entiende lo que quiero decir. Cuando finge, cuando disimula, notamos que finge y que disimula, como nos ocurre a la mayoría de nosotros. Vemos que no es un comediante ni un falsario profesional.

Sus ideas, además, son igualmente dignas de tener en cuenta. Sus críticas a las desigualdades sociales y su llamada a un mejor reparto de las riquezas suenan en su voz con un acento muy diferente al que podían tener en la boca de un polaco rebotado contra el comunismo como Woytila o en un ciudadano de la opulenta Alemania como Ratzinger. Francisco dice sobre la riqueza en el mundo lo mismo que piensa la mayoría de las personas normales. Y lo dice de forma que se escuche. Sin argumentos intrincados o reticencias. En cuanto a los comentarios del nuevo papa sobre la homosexualidad, yo diría que merecen punto y aparte (de hecho, vamos a darle un punto y aparte).

Ha dicho el papa, y cito de memoria: “¿quién soy yo para criticar a los homosexuales?”. Tanto sentido común parece anormal no ya en un papa, sino en un dirigente de cualquier especie. Desde luego resulta una postura bastante más evangélica que la de la mayoría de los prelados españoles (por supuesto, uno no se imagina a los prelados españoles leyendo los evangelios), que han anatemizado y fulminado con los rayos de sus anillos a los homosexuales ibéricos. En este ámbito cabe enmarcar la promesa papal de tolerancia cero en los abusos a menores por parte de religiosos católicos, quizás la mayor lacra de la Iglesia en los últimos decenios.
La antipatía que suscita el papa entre los dirigentes políticos de Argentina contribuye también a que Francisco nos agrade: cualquiera que sea detestado por Cristina Kichner tiene que ser forzosamente bueno. Es verdad que ha aparecido alguna información negativa sobre la actitud del papa durante la dictadura militar, pero no son informaciones muy fiables. Las acusaciones sobre colaboración activa con la Junta Militar argentina no resultan, en principio, creíbles. Otra cosa es que se acuse al papa de no haber sido entonces un valiente opositor a la dictadura, reproche que yo diría que resulta algo descojonante (si es que descojonante no es una palabra algo irreverente en un artículo sobre el papa). A menudo – y lo que digo ahora no vale sólo para el caso del que hablamos – leemos críticas a éste o aquel por no haberse opuesto activamente a tal o cual dictadura. Como si fuera tan fácil oponerse a dictaduras que eliminan físicamente a sus opositores, frecuentemente tras largas sesiones de torturas.

Por supuesto, el papa tendrá problemas. La tira de problemas. En El Padrino III, Michael Corleone acudía a Italia para resolver ciertos asuntos. Allí conocía a un cardenal – interpretado por Raf Vallone – ante el que abría su corazón y al que contaba sus muchos y terribles pecados. Sin embargo, el cardenal es un individuo bondadoso y comprensivo. “Un hombre de Dios”, dirá de él después Michael Corleone. Pero el cardenal Raf Vallone, ese “hombre de Dios”, es elegido papa, y, por supuesto, trata de poner coto a los abusos de algunos dentro de la Iglesia. El resultado es que sus enemigos lo envenenan.

Francisco es sin duda otro “hombre de Dios”, y parece también que va a tratar de limpiar el templo de Roma. Ya le han puesto alguna zancadilla, y ya ha cometido algún error al que le han inducido con finísima maldad los miembros de la curia vaticana. Se dice – oh, peligro – que Francisco va a meter mano a las finanzas de la Iglesia. Ojalá no termine como Raf Vallone ni siendo excusa argumental para el rodaje de El Padrino IV. Ojalá.



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  • el porreta

    el porreta | Lunes, 26 de Agosto de 2013 a las 21:47:29 horas

    cristales rotos en la trancision.

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  • Joe

    Joe | Lunes, 26 de Agosto de 2013 a las 12:26:17 horas

    Muy bueno José!! Y muy acertado tu artículo.

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