Balsa Cirrito
![[Img #24470]](upload/img/periodico/img_24470.jpg)
PROTEJAMOS A LOS BUENOS
A mediados de los años 60, Franco recibió en cierta ocasión a un representante oficial de los EEUU, no estoy seguro de si un embajador, un secretario de estado o el corresponsal del Washington Post. Por lo que fuera, el caudillo se encontraba aquel día campechano y de buen humor, y realizó una confesión a su visitante: “Fuera de nuestro país dicen que los españoles son rebeldes e ingobernables, pero es mentira. Los españoles son pacientes y soportan todo con estoicismo. No hay más que ver los años que llevan aguantándome”. Por supuesto, la parte final la dejaba caer Franco como un chiste, pero en lo esencial, llevaba bastante razón. Somos un país acomodaticio, adormecido, con unas tragaderas mayores que las de la ballena que se comió al profeta Jonás. La movilización más frecuente, eléctrica, masiva e instantánea de los españoles es la que se produce cuando los aficionados al fútbol protestan por algo. Si pensamos que este año había prevista una marcha, muy posiblemente nutrida, para apoyar a José Mourinho por no sé qué historias y que al final no se celebró porque el propio Mourinho (en un infrecuente ataque de sentido lógico) pidió que no se llevara a cabo, tenemos buenos motivos para liquidar a gollete media botella de brandy y olvidar donde vivimos y qué nacionalidad pone en nuestro pasaporte.
La mayoría de los desmanes que se producen en nuestro país (y no hablo ahora de corrupciones directas, sino de casos como el organizado reparto del botín de las cajas de ahorro, el aeropuerto de Castellón, las pagas de los diputados del Parlamento Andaluz o los privilegios de la infanta Cristina, por citar sólo unas pocas) habrían generado en, pongamos por ejemplo, Francia, una auténtica revuelta popular. Con mucho menos, los franchutes habrían liquidado a media docena de gobiernos y se habrían echado diez veces a las barricadas. Aquí como si nos lanzaran peladillas. En España cada cual tira para sí y el resto del mundo que se hunda, pensamos, sin darnos cuenta de que a menudo nos hundimos todos.
Aunque puede que las cosas estén cambiando.
En las últimas semanas observo en los comentarios de los lectores, en ésta y en otras páginas, un notable apoyo a la opción de escaños en blanco. Debo decir que, personalmente, me parece una opción no sólo legítima, sino incluso recomendable. Una especie de bofetada gigantesca – bien merecida - a todo el sistema. Sin embargo, recomendable no significa ideal, y yo diría que resulta insuficiente. A la postre, votar a escaños en blanco es posible que termine favoreciendo precisamente a los más corruptos o ineficaces. Me explico; los que tienen desarrolladas redes de clientelismo político (el ejemplo más preclaro pudo ser el del ínclito Fabra en Castellón) recibirán igualmente los votos de sus clientes, que ante la indiferencia del resto de los votantes van a entronizar precisamente a los que sean capaces de colocar a más partidarios en los puestos de trabajo de las instituciones, con lo que lograríamos exactamente lo contrario de lo que pretendemos.
Hay algo que exige un pequeño esfuerzo de los votantes pero que sería lo más sano. Y es bastante simple: informémonos. Y votemos luego a los candidatos más dignos. Desechemos a los sinvergüenzas y no nos importe a qué partido pertenezcan unos u otros, porque de lo que se trata es de eliminar a la escoria. Sobre todo, al menos durante un tiempo, es urgente que nos olvidemos de las siglas y de la ideología y que apoyemos la honradez. Hace algunas semanas ponía como ejemplo de honestidad a Domingo Sánchez Rizo que, vale, es de mi cuerda ideológica, pero tampoco tendría problemas en votar a alguien de derechas que me garantizara honestidad, honradez (no son exactamente la misma cosa) y repugnancia ante el enchufismo y el nepotismo organizado.
Como diría Arguiñano, en el fondo esto es muy fácil: sólo tenemos que apoyar a los buenos. Y la cuestión es que si no lo hacemos terminaremos gobernados no por los malos, ni siquiera por los muy malos. Terminaremos gobernados por los peores. Es decir, los ciudadanos desencantados terminarán apoyando algún tipo de solución radical que muy posiblemente nos conduzca a la dictadura. La historia se halla llena de ejemplos de esto. Y no creo que haga falta señalar que la edad de oro de las dictaduras se produjo precisamente después de la gran crisis económica de 1929. No es casualidad.












Bebe | Sábado, 29 de Junio de 2013 a las 13:13:38 horas
Pues vale
Accede para votar (0) (0) Accede para responder