De usar o tirar
No puedo negarme a la evidencia. Vivir, desde mi más tierna infancia, en un mundo de usar y tirar ha tenido que influirme, por mucho que me haya resistido a adquirir montañas de ropa que luego no te pones, o me haya negado a tener más de 4 pares de zapatos (un par para las bodas, otro para hacer deporte, otro para todos los días, y las sandalias de verano). Por mucho asco que me dé el comprar objetos innecesarios, que son usados dos veces y ¡zas, a la basura!, he sucumbido. Aunque quizás, solo por esta vez, resulte positivo.
Desde el 15M nos encargamos de dar un golpe sobre la mesa, de avisar que “no somos mercancía en manos de políticos y banqueros”, grito cargado de profundidad, sobre todo viendo el último capítulo de esta tragicomedia, porque dan ganas de reír y de llorar, llamada crisis (“¡No es una crisis, es una estafa!”): el robo descarado a Chipre. Sin embargo, es otro el eslogan que me lleva a escribir estas reflexiones. “Que no, que no, que no nos representan”.
Cuando un presidente de gobierno se dirige a los españoles a través una pantalla de televisión, recreando lo que ya es un presente que ni Orwell habría imaginado mejor, y posteriormente comenta por ahí que no ha cumplido su programa electoral pero sí su deber, puede y debe deducirse que vivimos en una sociedad con anomalías, dado que este sigue siendo el partido más votado.
Cuando otro partido, en caída libre por méritos propios más que suficientes, vuelve a sacar las chaquetas de pana, adaptándolas a los nuevos tiempos de la mano de una Venus con piercing que surge de las aguas regañando a los mercaderes del templo, debe deducirse que vivimos en una sociedad con anomalías graves, puesto que sigue siendo el segundo partido más votado.
Para nosotr@s, nada nuevo bajo el sol; ya coreamos repetidamente aquello de “Psoe-PP, la misma mierda es”. Lo grave del asunto se produce cuando observamos, aun con pequeñísimas y honrosas excepciones, que no se salva nadie. Por mucho que me pese, he de aceptar el “todos son iguales”, aunque repito que hay unas pocas excepciones. De qué nos sirve que prometan, por mucho que se llegue a hacer ante notario, si luego las promesas se las lleva el viento. El “prometer hasta meter y luego olvídate” usado en las discotecas los viernes por la noche ha llegado al ruedo político. La ética política voló desde los Parlamentos, Diputaciones y Ayuntamientos hasta el diccionario de la RAE, para apolillarse junto a palabras en desuso como imprecar o estajanovista. Un donde dije digo, digo Diego en toda regla, vaya.
La desbandada de militantes que sufren los partidos, en todo el abanico ideológico, es un canto a la esperanza. El “yo voté a X, pero no era esto lo que yo he votado” nos demuestra que un cambio es posible. Que aquell@s que veían en directo desde el sofá de casa las acampadas del 15M han comprendido, asimilado y hecho suyos nuestros mensajes. Si repitiésemos las acampadas, propongo nuevos eslóganes como “Dinosaurios sí, pero en los museos”; “Sí a la cópula, no a la cúpula”; o mi preferido: “Nosotras militamos, nosotras decidimos”. Personalmente, considero que o los partidos renuevan sus fórmulas, se centran en lo que digan sus militantes, se dejan de dinosaurios instaurados en sus aposentos por los siglos de los siglos amén, renuevan su lenguaje y ventilan sus entresijos internos hasta que desaparezca el olor a naftalina, o no tienen nada que hacer. Porque si bien hay vida más allá del decrépito bipartito PP-Psoe, el aumento en porcentaje de votos no significa un aumento del número de votantes. Quien más crece, con diferencia, es el partido de la abstención y del voto en blanco. No aumenta el apoyo o la simpatía hacia los partidos, más bien al contrario.
En lo que a mí respecta, nunca he ocultado mi ideología. Soy comunista porque creo que si el poder de decidir sobre la economía residiera en manos de la ciudadanía y fuera la ciudadanía quien controlara los sectores estratégicos, en vez de estar controlados por ese grupúsculo de multimillonarios insaciables, seguro que nos iría mejor a tod@s. Y tengo muy claro que esta crisis (“¡No es una crisis, es una estafa!”) estaba preparada desde hace años y no es más que un pico en la histórica lucha de clases, donde por ahora ganan los de arriba. No obstante, me niego a tener que elegir entre militar en un partido asambleario de izquierdas donde solo hay cuatro gatos, o militar en otro mayor donde tenga que tragar lo que para mí es intragable: doctrinas de partido impuestas desde las cúpulas.
Y es a esas cúpulas, y a quienes viven a la sombra del poder, a quienes me dirijo: tengan cuidado con los jóvenes (y con los no tan jóvenes), pues aparte de ser la generación mejor formada de la Historia, somos la generación que ha mamado el usar y tirar. En este caso, el usar o tirar. Y por mucha historia y glorioso pasado que tengan unas siglas, si no nos valen para que el poder de decisión sea al cien por cien de abajo arriba, no dudaremos en tirarlas a la basura y usar otras nuevas. Muchos analistas coinciden en que el 15M se adelantó a los acontecimientos, pues aventuramos y denunciamos situaciones que no fueron descaradamente obvias hasta meses más tarde. Esta vez, que tampoco digan que no hemos avisado.
José Alberto Niño Fernández

































Libertario | Jueves, 21 de Marzo de 2013 a las 14:32:07 horas
Muchos dejamos de militar en IU por lo mismo: era una incoherencia defender unos ideales que la doctrina de partido pisoteaba. ¡Chapeau por tu artículo!
Accede para votar (0) (0) Accede para responder