Balsa Cirrito
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PASANDO DE SHAKESPEARE
Si les pidiera que mencionaran a un compositor de música clásica, seguramente el primer nombre que se les vendría a la cabeza sería el de Beethoven. Ludwig Van. Y si les dijera que pensaran otro más, con toda probabilidad saldría a relucir el nombre de Mozart. Wolgang Amadeus. Y si volviera a pedir un tercer nombre, podrían ocurrir dos cosas; que me mandasen a pelar mandarinas por cansino, o que pronunciaran el ilustre nombre de Juan Sebastian Bach.
¿Y qué tienen en común estos tres tipos? Pues muy fácil: los tres son alemanes (o, al menos, de lengua alemana). Pero si les pido que citen un nombre, uno sólo, de un músico pop alemán, o de un cantante de baladas alemán, o incluso de algún solista de pachangas germano de nuestros días, muy probablemente se verían en dificultades. Graves dificultades. Resulta que una nación capaz de dar a luz a algunos de los compositores más preclaros del universo sería incapaz de dar al mundo actual un par de miserables canciones. Esto es lo que llamamos colonización cultural.
Por supuesto, vivimos bajo el imperio cultural anglosajón. Sé que no digo nada nuevo al hablar de la avasalladora influencia angloamericana, pero me temo que con internet ese imperio se está convirtiendo en dictadura. Probablemente, los adolescentes de ahora se sorprenderían si les dijera que cuando yo tenía quince o dieciséis años las listas de éxitos españolas estaban copadas por cantantes… italianos. Recuerden: Sandro Giacobbe, Fausto Leali, Umberto Tozzi, Ricchi e Poveri, Riccardo Cocciante, Pino d´Angiò, Righeira, las Hermanas Goggi (absolutamente maravillosas), Rafaella Carrá, Lucio Battisti… Es cierto que todavía, de cuando en cuando, aparece por las listas de éxitos algún simpático spaghetto, pero nada comparable al esplendor de antaño.
En cine ni te cuento. Aunque, de nuevo, podemos decir también que no siempre ha sido así. Cuando yo era niño (con tanto recuerdo estoy empezando a parecerme a María Teresa Campos) (de hecho, me está creciendo la papada), cuando yo era niño, decía, la mayor parte de las películas que veía en el cine eran españolas, italianas, francesas o alemanas o, para mejor decir, coproducciones hispanofrancogermanoitalianas o cualquiera de las combinaciones posibles entre esos países. Me atrevo a afirmar que hasta finales de los años setenta, incluso principios de los ochenta (es decir, hasta que se institucionalizó el negocio del vídeo), cuando a un español se le decían las palabras “estrella de cine”, pensaba sobre todo en nombres como Alain Delon, Sofía Loren, Romy Schneider, Marcello Mastroiani o Jean Paul Belmondo. Todos europeos.
Por supuesto, en el resto de los órdenes de la vida cultural, más de lo mismo. Con una frecuencia digna de mejor empeño, se nos suele presentar a Shakespeare como campeón del mundo de la literatura, algo así como el mejor escritor de todos los tiempos. Y no lo es. No se trata de elaborar rankings como si habláramos de deporte, pero la significación, importancia e influencia real de Shakespeare es muy inferior a la de Dante o Cervantes. A decir verdad, durante los dos siglos posteriores a la muerte de Shakespeare (a quien tampoco se trata de restar méritos) (bueno, un poco sí), decimos, durante los doscientos años siguientes, Lope de Vega y Calderón de la Barca eran dramaturgos mucho más conocidos en toda Europa que el inglés. Sin embargo, vemos tantas películas donde adolescentes guiris recitan unos versos del bardo británico, o representan alguna de sus obras, que terminamos por creernos que es eso, el campeón del mundo de la literatura. Y, repito, no lo es.
Sigo. Resulta muy difícil encontrar – en realidad, casi imposible – un libro o película que trate sobre la España del Siglo de Oro que no presente a nuestro país como un infierno. La ecuación es muy simple: España + siglo XVI o XVII = pesadilla. El principal motivo es, por supuesto, la famosa Inquisición Española. Desde luego, no vamos a defender a la Inquisición, pero recuerdo, como poco, media docena de películas y tres o cuatro series de televisión sobre la reina Isabel I de Inglaterra, contemporánea de Felipe II, y nunca me ha parecido que la Inglaterra de entonces fuera un abismo de sufrimiento. Sin embargo, puestos a decir, la persecución de los católicos decretada por tan simpática reina fue mucho peor que cualquier persecución contemporánea que se llevara a cabo en España. Las cifras, que son muy traidoras, nos dicen que sólo durante el reinado de la llamada Reina Virgen (a saber por qué, porque zumbaba de lo lindo), el número de víctimas católicas en Inglaterra supero, casi dobló, el número de ajusticiados por la Inquisición Española en sus tres siglos y medio de existencia. Así de bestia. Sin embargo, gracias a no se sabe qué artes de birlibirloque, la Inglaterra de la época tiene cierto halo de tolerante y la España del mismo periodo, de intransigente. Y, desde luego, jamás he visto en ninguna de esas pelis o series que señalaba, la menor alusión a tan terrible masacre.
(Brevemente. La Premier League es un campeonato de tuercebotas, el paraíso de las patadas y de los defensas psicópatas, y, sin embargo, es el campeonato más publicitado y seguido del mundo).
Con Internet toda esta anglosajonización se multiplica. En Internet, pese a lo que comúnmente se dice, la información no es ilimitada, sino las repeticiones. Es decir, el mismo dato se reitera una y otra vez, casi hasta el infinito, de tal forma que un detalle afortunado puede convertirse en certeza universal si tiene chiripa. Gracias a cuestiones fundamentalmente económicas, ese dato suele provenir de una fuente americana o, como poco, británica. De suerte que vemos exclusivamente por sus ojos, y al final resulta que sólo es importante lo que es importante para un americano. Hace unos meses leí en un libro de un autor yanki algo tan disparatado como lo siguiente. El libro versaba sobre regresiones hipnóticas, espiritismo y otra porción de extravagancias esotéricas. En un momento dado dice algo así como: “la primera regresión hipnótica de que se tiene noticia tuvo lugar en España en el siglo XIX. Aunque el primer experimento importante en este sentido tuvo lugar en Boston en 1895…”. Obsérvese, porque más no se puede pedir. Resulta que al primero al que se le ocurre lo de las regresiones en el tiempo es un español. Pero no nos ofrecen un miserable testimonio sobre el caso. En cambio, resulta que “el primer experimento importante”, por supuesto, es el que tiene lugar en EEUU. Me imagino, que como se trata de un dato proporcionado por autores americanos, se repetirá hasta la náusea en el resto del mundo. Y da igual que eso de las regresiones sea una chorrada, la cuestión es que todas las medallas se las ponen los mismos, los anglosajones, lo cual, aunque se tenga aversión a las medallas, molesta.
(En el último siglo, la vacilada más frecuente de los ingleses y americanos es la de autodenominarse reiteradamente “inventores de la democracia”. Por lo visto, desconocen la existencia de un lugar llamado Grecia.) (Una pista, está en el Mediterráneo Oriental).
¿Y qué podemos hacer ante semejante marea? ¿Cómo sacar cabeza ante tamaña inundación? Existen dos posibilidades. Primera, dejarnos ahogar. Segunda. Debemos conocernos mejor a nosotros mismos. Es muy común que escritores o estudiosos españoles (por no hablar de periodistas o de documentalistas televisivos), conozcan nuestro país según lo que han leído en autores extranjeros, sin acudir a las fuentes originales que tienen tan a mano. Estudiemos nuestra cultura y nuestra historia. Y una vez nos conozcamos, saquemos lo bueno. Que no es poco.
(Y que el Real Madrid le gane al puñetero Manchester United).












porreta | Lunes, 24 de Diciembre de 2012 a las 10:20:46 horas
la liga española es como los hijos de paquirri: hay mucha diferencia de los 2 primeros al tercero
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