Calle Charco, con Antonio Franco
ENSAYO SOBRE LA GILIPOLLEZ
Reconozco que la palabra gilipollez resulta malsonante. Podría haber titulado más correctamente este artículo como Ensayo de la tontería, la estupidez o la bobada, pero entonces podríamos mal interpretar el fondo del asunto. Y todos sabemos de que se trata cuando calificamos a alguien de gilipollas.
La idea de escribir sobre la gilipollez surgió de ciertos comentarios vertidos sobre un artículo anterior. Y es que los comentaristas son muchas veces fuentes de inspiración para los articulistas.
Muchos autores han dedicado, alguna vez, a nombrar la gilipollez en sus escritos o comentarios. Así, el filósofo Kant expresó una vez el siguiente consejo: “nunca discutas con un idiota. La gente podría no notar la diferencia”. El escritor francés William Somerset Maugham expresó en cierta ocasión que “si la gente sólo hablara cuando tuviera algo que decir, el ser humano perdería muy pronto el uso del lenguaje”. Este pensamiento, digo yo, le surgió al escritor tras estar harto de escuchar más de una gilipollez.
Torrente Ballester, en un momento de cavilación, dijo: “la peor soledad que hay es darse cuenta que la gente es idiota”. ¡Cuánta razón tenía!
Hasta San Agustín confesaba abiertamente: “yo no soy nadie, yo no soy nada, pero si me comparo…”.
Creo que lo primero que hay que contemplar en un estudio sobre la gilipollez es su vertiente humana. Es decir, ser gilipollas es propio de la raza humana. Igual que la razón, la solidaridad, la piedad…y todos los calificativos abstractos que se les ocurra. Nadie expresa, por ejemplo, “ese perro es gilipollas”, ni “ese canario que tengo en casa es un gilipollas”. Aclarado queda que la gilipollez es una cualidad propia de los humanos.
Otra cuestión que hay que aclarar, si queremos llevar a cabo un estudio riguroso sobre los gilipollas, es que la gilipollez es extrínseca, en el sentido que se percibe desde el exterior. Me explico, nadie se considera gilipollas, más bien te consideran gilipollas los demás. A no ser que, cuando se menciona este calificativo, el personaje salte y se dé por aludido, reconociéndose como gilipollas. Me estoy acordando de algunos comentaristas, uno que se identificó como Manuela (ignoro si señora o señorita, tal vez se trataba de un personaje masculino que utiliza un seudónimo femenino para despistar) en un artículo anterior en que se daba por aludida (o aludido, vete a saber) dentro de la “caterva de gilipollas” que atacan a mi amigo Manolo Vilela por su situación laboral. En estos casos, se puede afirmar que el gilipollas (o la gilipollas) ha alcanzado el grado máximo. Es como si hubiera obtenido un master en gilipollez. No se si me entienden o si me explico.
La cualidad de “extrínseca” nos lleva a otra característica propia de los gilipollas, o de la gilipollez. Se trata del exceso de subjetividad, o de la falta de objetividad. Así, la gilipollez es totalmente subjetiva, depende de cada punto de vista. Usted, querido lector, querida lectora, puede considerar que alguien es gilipollas, pero, sin embargo, yo puedo discrepar de su opinión.
Otra cualidad de la gilipollez es que no es patrimonio de ninguna ideología (igual que la bondad). Hay gilipollas tanto de izquierdas como de derechas. Si releemos las líneas anteriores, deduciremos por qué.
Para alcanzar un alto grado de gilipollez no hace falta tener estudios superiores, ni haber terminado una Carrera Universitaria. La gilipollez es tan universal que puede encontrarse en cualquier capa de la sociedad. Ya digo, todo depende de la apreciación exterior. Aunque, eso sí, hay gilipollas que se ven venir de lejos o que se declaran abiertamente como tales nada más abrir la boca o empezar a pulsar el teclado.
Siguiendo la guía de un libro que acabo de leer, “Allegro ma non troppo” es su título, de Carlo M. Cipolla, voy a transcribir las leyes fundamentales de la “gilipollez humana”, dando por descontando que los animales no son gilipollas.
La primera de estas leyes fundamentales es que “siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo”. No hay más que leer u oír ciertos comentarios para darse cuenta de ello, como he expresado anteriormente.
La segunda ley fundamental es “la probabilidad de que una persona determinada sea gilipollas es independiente de cualquier otra característica de la misma persona”. También esta ley ha quedado lo suficientemente aclarada en los comentarios anteriores.
La tercera ley fundamental que menciona el autor del mencionado libro no es aplicable al gilipollas tal y como lo conocemos o tenemos el concepto de él, porque el autor habla de que “una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio”. En este sentido, creo que el gilipollas expresa una opinión sin más, creyéndose poseedor de la verdad. Suelta su pensamiento y se queda satisfecho.
Las demás leyes son difícilmente aplicables a la gilipollez. Sobre todo porque la estupidez puede resultar peligrosa y la gilipollez no deja de ser más que un estado pasajero o duradero dependiendo de su grado. Puede haber, lo que se puede denominar gilipollas integrales o transitorios.
Algunos me podrán objetar que, con la que está cayendo, me dedique a divagar sobre la gilipollez. Bien mirado, les diría que para salir de ésta hay que dejar la gilipollez a un lado y remar todos en la misma dirección.
Salud.
ANTONIO FRANCO GARCÍA
Very Bad Person | Miércoles, 28 de Noviembre de 2012 a las 09:15:49 horas
¿Ensayo sobre la gilipollez?, lamento decirle que lo único coherente de su artículo es el titulo.
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