Calle Charco, con Antonio Franco
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EL HUNDIMIENTO DEL TITANIC
Los medios de comunicación nos recuerdan estos días que el 15 de abril se cumplirán cien años del hundimiento del Titanic. Espero que sepan de qué hablo. Supongo que habrán visto la película o algún documental sobre el suceso. En cuanto a la película, creo que ahora la van a reponer en tres dimensiones, en 3D, como se dice en el argot cinematográfico. A mí la película me agradó. Pero no es de cine, ni de películas, ni de documentales de lo que va este artículo. Ni siquiera del naufragio del Titanic, a pesar del título elegido. Bueno, un poco sí.
La película deja entre ver que el famoso trasatlántico se hundió como consecuencia de la prepotencia humana. Nadie podía presagiar semejante final para aquel coloso a principios del siglo XX.
A raíz de los comentarios que circulan estos días sobre el trágico acontecimiento, se me ocurrió hacer una extrapolación (no sé si el término empleado es correcto, pero da igual) del Titanic sobre la crisis económica que venimos padeciendo.
El Titanic recogía entre sus pasajeros a las distintas capas sociales de la época. Así, había pasajeros de primera, de segunda y de tercera clase.
Éstos últimos eran en su mayoría extranjeros, emigrantes que embarcaron rumbo a los Estados Unidos en busca de un mejor nivel de vida. La tercera clase, naturalmente, estaba compuesta, además, por los más pobres europeos. El motivo de su embarque en el Titanic no era lo que se dice por disfrutar de un viaje de placer.
Después estaban los pasajeros de segunda clase. Mejor acomodados y con mejores servicios a bordo. La finalidad de su embarque podía ser diferente. Algunos embarcaron para echar raíces en el Nuevo Continente, a los pies de la estatua de La Libertad y otros lo hacían por el mero hecho de viajar, sin más.
De los pasajeros de primera clase sobran comentarios sobre sus motivaciones trasatlánticas.
El pasaje del Titanic era, por tanto, un reflejo de la sociedad de aquel tiempo.
Se puede leer en los libros de Historia que en la noche de entre el 14 y el 15 de abril de 1912, el majestuoso Titanic colisionó con un iceberg, sufriendo una terrible grieta por la que fue penetrando el agua hasta provocar su hundimiento.
Nadie previó la crisis que se venía encima. Nadie previó que las aguas del Atlántico Norte, a pesar de avanzada la Primavera, estaban plagadas de icebergs a la deriva. Y la crisis mostró su lado más cruel.
Cuentan los documentales (y la película lo recoge) que la orquesta del Titanic estuvo tocando casi hasta el último momento.
Durante la crisis económica hay que tener distraído al personal en otras cosas. Más que nada para que no cunda el pánico. No sé si me entienden.
En el naufragio murieron más de 1.500 personas. Se tomaron, en principio, la situación con demasiada calma.
La calma, en esta crisis económica, “mandó” al paro a cinco millones de personas. Y seguimos naufragando.
Otro tema es que no había botes salvavidas para todos los pasajeros. No hace falta ver la película para saber que en estas situaciones prima la ley de “las mujeres y los niños primeros”. Pero los primeros en ponerse a salvo fueron las mujeres y los niños que viajaban en primera clase.
Las crisis económicas no las sufren todos por igual. Es otra ley no escrita.
Fíjense en el dato, sólo un niño de primera clase murió en el naufragio. En cambio, fueron 52 los niños fallecidos de tercera clase. Podríamos seguir recordando datos al respecto.
El hecho es que la crisis económica la padecen los trabajadores, los pasajeros de segunda y tercera clase en “el trasatlántico de la vida”, y se salvan de ella, con casi absoluta certeza, la banda de los privilegiados, “los accionistas del barco (o banco, que suena y se escribe muy parecido). Para ellos son los botes salvavidas. Ya lo anunció el Gobierno hace unos días: amnistía para los grandes defraudadores, esos patrióticos que presumen de lucir la roja y gualda en sus muñecas, pero que “esconden” los chalecos salvavidas” para ellos.
Hablando de privilegiados, un compañero de ideología, mi amigo Chan, me hizo llegar un artículo publicado en “LE MONDE diplomatique”, en el que el autor hace un recorrido histórico sobre la limitación de los ingresos de los más ricos en los Estados Unidos. Afirma el autor que las reivindicaciones planteadas por los militantes del movimiento Occupy Wall Street, encuentran sus raíces en la propia Historia del gigante Norteamericano. Fue el filósofo Félix Adler, a comienzos del siglo XX, el primero en reclamar un sistema fiscal fuertemente progresivo que pudiera alcanzar el 100% de tributación para algunos beneficios astronómicos e impensables. Dicha tasa, según él, “dejaría al individuo todo lo que puede servir realmente para la realización de la vida humana y le arrancaría aquello que está destinado a la fastuosidad, la arrogancia y el poder”.
La idea de Adler de establecer un “salario máximo”, fue aplicada durante los años que duró la Primera Guerra Mundial. Los progresistas, con el fin de financiar el esfuerzo de la guerra, propusieron gravar hasta el 100% los ingresos superiores a cien mil dólares.
Si este salario máximo se aplicara, habría botes salvavidas para más pasajeros. Pero en la sociedad del Titanic se tiene conocimiento solamente de la noción de “salario mínimo”, no de “salario máximo”. Por eso en el Titanic fueron más de 500 personas las que murieron de entre los pasajeros de tercera, mientras que en los primera fueron poco más de cien. Por eso, esta crisis económica la padecen los de siempre, mientras que “los de primera” no sólo ponen sus culos a salvo, sino que además salen reforzados de esta colisión con el iceberg de la crisis.
Salud.
ANTONIO FRANCO GARCÍA












J.M. | Lunes, 16 de Abril de 2012 a las 10:40:17 horas
"Bartolo" tú sí que das pena, que sólo sabes ofender, con lo bonito que sería que pudieras refutar con argumentos.
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