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Redacción
Jueves, 11 de Diciembre de 2025

Elogio del terraplanismo

La nueva venida de Dios (el eterno retorno)

Por Balsa Cirrito

[Img #274758]Muchas veces hay cosas que parecen destinadas a desaparecer y, sin que sepamos realmente cómo, van y se ponen de moda. Fíjense en las cámaras Polaroid, que aparentemente tenían menos futuro que los pantalones acampanados o que los calcetines de deporte hasta las rodillas y, de repente, están que lo petan. Ahora no hay cumpleaños de postín o comunión comprometida sin que al niño se le regale su cámara de fotos instantáneas. Pues, oigan, lo mismo pasa con la religión.

           

Igual el ejemplo que he puesto no es muy bueno, de acuerdo, pero creo que se entiende. Porque las encuestas dicen que los jóvenes, en un porcentaje no desdeñable, están retornando a la que fuera la fe, tal vez no de sus padres, pero sí de sus abuelos. Soy testigo por lo que veo y oigo en mis clases del instituto. Hace ya unos años, cuando murió Juan Pablo II, aunque esté feo contarlo, su muerte y la posterior subida al solio del cardenal Ratzinger sirvieron sobre todo como motivo de cachondeo. Es verdad que Juan Pablo II no era un tipo muy simpático, y tenía siempre la expresión de los defensas centrales del Getafe, que como todo el mundo sabe reparten más que Amazon, pero la cuestión era que los jóvenes se tomaron el fallecimiento del pontífice con guasa. Mucha guasa.

           

Sin embargo, al morir el papa Francisco me encontré con que un número relativamente grande, sobre todo de chicas, se mostraban sumamente tristes con la noticia. Varias de ellas, además, repitieron independientemente la misma frase: “me he hartado de llorar”, lo cual me resultó muy sorprendente. Porque, lo reconozco, yo era de los que pensaba que dentro de 50 años el número de cristianos practicantes sería residual, y he aquí que se dispara y que las chicas lloran porque la palma un papa. Caray.

           

Podemos preguntarnos, por supuesto, por las razones de este revival cristiano. A mí se me ocurren dos razones, una contingente y otra trascendente. La primera es que somos cristianos culturalmente, y como tales, muchas personas ven en peligro esa cultura, la cristiana, por lo que deciden instintivamente defenderla. Sobre todo, a causa del Islam, que cada día avanza en nuestro país. Dado que el Islam tiene muchos opositores en España, se entiende que hacerse cristiano es la mejor manera de luchar contra el mahometanismo medievalizante. Por otro, ciertos grupos – no hace falta señalar – se hallan empeñados en la paganización de la vida española. No abogan por la laicidad, que es otra cosa, sino por el paganismo. Quien dude esto, solo tiene que observar con detenimiento la Navidad que se nos acerca y comprobar cómo no son pocos los que tratan de desproveerla de su sentido religioso y convertirla en la “fiesta del solsticio de invierno”.

           

En realidad, esta última postura es muy poco española. España siempre ha estado llena de ateos “contra Dios”, como forma de rebelión, pero, en el fondo, tal vez creyentes de una manera oscura y complicada, y no de ateos paganos, adoradores de altares no divinos. El ejemplo más claro era el del gran director de cine Luis Buñuel, que decía “soy ateo, gracias a Dios”.

           

La segunda causa de este nuevo auge católico es menos circunstancial. Son muchos los regímenes y las sociedades que han intentado eliminar la idea de Dios, y ninguno lo ha conseguido. Quizás quienes más se dedicaron a esa labor fueron los comunistas soviéticos. Pareció que habían triunfado, pero hoy en día Rusia es uno de los países de Europa con mayor número de creyentes; añado, las naciones con más cristianos son dos antiguos estados comunistas: Rumanía y Polonia.

           

Y es que el sentido de trascender, de acceder al más allá es más fuerte que cualquier política. Honradamente, he de conceder que esta nueva espiritualidad me coge de sorpresa. Bueno, relativamente de sorpresa. Hace veinte o veinticinco años pensaba que las creencias futuras iban a ir más bien por la parte del rollito New Age. Yo entendía que esa mezcla de ideas religiosas, que oscilaba entre Carlos Castaneda, Lobsang Rampa, Von Daniken y J.J. Benítez, se haría con las almas de Occidente, sobre todo por su carácter caótico, ya que en el New Age cada uno puede creer lo que buenamente le dé la gana y fabricarse su propia religión, lo cual estaremos de acuerdo que es muy chachi. Sin embargo, me he equivocado.

           

Viendo algunas religiones antiguas – sobre todo cristianismo, islam y judaísmo - uno tiene la tentación de creer que son auténticas, todas a la vez, que tan poderoso es Alá como Yahveh o como Dios Padre nuestro, porque por más que podamos predecir sus finales, estos nunca llegan.

           

Personalmente tengo una teoría. No solo creo que haya Dios, un dios, sino que juraría que hay un montón de ellos. Todos los dioses que la humanidad ha adorado son verdaderos. Zeus, Vishnú, Quetzalcóatl, Astarté, Osiris, Odín y lo que quiera que venerara el papa Clemente de El Palmar. Pero creo que, a su vez, todos estos dioses tienen otros dioses por encima de ellos, a quienes los nuestros sirven con fervor. A su vez, los dioses de nuestros dioses adoran a otros dioses, que reverencian a otros dioses, que rezan a otros dioses y así hasta el infinito. No me digan que mi teoría no es estupenda.

           

Por eso, estoy contra el ateísmo: ¿cómo se puede negar la existencia de Dios cuando su número es infinito? ¡Absolutamente ridículo!

           

Se me olvidaba: Feliz Navidad.

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