Elogio del terraplanismo
El culo del demonio
Por Balsa Cirrito
Tengo una especial aversión a los grafiti, que es una especie de mal que asola a las ciudades españolas, más asoladas cuanto más al sur (lo mismo que en Europa, más cuanto más abajo). El grafiti viene a ser una especie de oda a la suciedad y a la cochambre. Un fingimiento de arte, cuando casi siempre es solo vandalismo.
Cualquier indocumentado con un spray se puede cargar los esfuerzos de muchas personas y de muchos ayuntamientos imponiendo su “concepto” de la estética. Porque, en definitiva, el grafiti no es sino terrorismo estético, totalitarismo plástico, imposición del a-mi-me-gusta-me-la-pelan- los-demás.
La última vez que fui a Granada, hace cinco o seis años, quedé aterrorizado del aspecto que presentaba uno de sus parajes más encantadores, la ribera del Darro: toneladas de pintura grafitera habían sido perpetradas sobre sus paredes. En Sevilla, todos, absolutamente todos los comercios de la calle Sierpes tienen que soportar que sus cierres sean decorados por gilipollas con un spray de pintura. En cualquier lugar de España, preferentemente Andalucía y Extremadura (las regiones más ricas) (es ironía), la abundancia de grafiti anuncia que nos encontramos en una zona chunga.
Sin embargo, hay quien entiende que los grafiti son arte. Probablemente quienes tal cosa defienden piensan que existe algo llamado “arte del pueblo” (que no es lo mismo en absoluto que el “arte popular”), y suponen que pintar una fachada es la máxima expresión del mismo. No es así. El grafiti por esencia es cutre. Es quiero y no puedo. Cuando están mal hechos, que es casi siempre, son directamente delictivos, y las pocas veces que se hallan bien realizados, son tristes.
Hace unos meses un grupo político del ayuntamiento presentó una propuesta para que se habilitaran zonas para la creación de grafiti y pinturas murales en nuestra ciudad, propuesta que creo que fue aprobada. En fin, si se llevaran esas pinturas murales a alguna zona escondidita, pongamos por ejemplo El Bercial o la isla Perejil, nada tendría que protestar; lo malo es que la referida propuesta pretende que se realice en las zonas más transitadas de nuestra villa. ¡Puuuf! No se me ocurre ninguna mejor manera de cutrificar la ciudad, de plantear para Rota una panorámica propia de las Tres Mil Viviendas de Sevilla.
Por supuesto, arte es cualquier cosa a la que llamemos arte, y todas las artes tienen derecho a la vida, pero algunas vidas, me temo, más vale tenerlas ocultas. La ciudad más pastelera que he visto en mi vida es Gante, en Bélgica (Gent en flamenco). Es una ciudad que termina tocando las narices de puro bonita. Toda ella es un decorado de Disney, y como tal, termina resultando cursi, muy cursi. Sin embargo, en Gante existe un callejón, el callejón de los grafiti, que realmente asombra. Es una callejuela escondida, de noventa o cien metros de largo y enormemente estrecha, apenas dos metros de ancho (Pau Gasol me imagino que puede tocar las paredes de ambos lados a la vez). Pero el ayuntamiento de Gante, con muy buen ojo, la ha reservado para los artistas de las paredes y murales. Dentro de la cursilería que ya digo que preside la estética almibarada de la ciudad, el callejón impresiona, puede que más que el pasteleo del resto de la población, porque es un contraste chulo. Viene a decirnos: “nosotros somos muy finos, pero si nos da por ponernos ordinarios también podemos”.
Pero no estamos en el caso. Vamos a reconocer que el sur de España, sobre todo la provincia de Cádiz, no es muy dado a la limpieza pública. Nuestras calles, en general, son sucias, en algunos casos, muy sucias (y, ¡ojo!, que quizás Rota sea de las más limpias de la provincia), por lo que animar a la cutrefacción que siempre conllevan los grafitis me parece un dislate. Incluso dos dislates. Puede que tres. Pero, eso sí, el día que lleguemos al grado de cursilería urbana de Gante y a esa limpieza de las calles de las ciudades belgas, me mostraré muy partidario de los grafiti. Entretanto, aplacemos esos ánimos muralistas, caray. Porque los grafiti, desengáñense, son feos. Muy feos. Como el culo del demonio.

































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