‘El Padrino III’
Introducción. No creo que a estas alturas de la historia le destripe la película si le digo que fue dirigida y producida por Francis Ford Coppola, está basada en el guion coescrito por Mario Puzo y Coppola, fue protagonizada por Al Pacino, Diane Keaton, Talia Shire y Andy García, y se estrenó en 1990 (treinta y cinco años ya). Secuela de El Padrino I y El Padrino II es la última parte de la trilogía y completa la historia de Michael Corleone como patriarca de la familia; ambientada a finales de los años 70 nos cuenta cómo, ya cercano a los sesenta años, intenta legalizar los negocios familiares, legitimar su imperio criminal y limpiar el nombre de la familia a la vez que busca un sucesor al frente de ella. Unos objetivos, los primeros, sobre todo, que le llevan a aproximarse nada menos que al Vaticano, quién lo hubiera pensado, para negociar una operación pública de blanqueo, y uno de los motivos de traerla a esta primera Opinión del mes de noviembre, pues hay un par de sucedidos que se cuentan en la ficción de la película, que están basados en hechos y personajes que realmente ocurrieron y vivieron en esos años. Vaya por delante que se trata de una película, de modo que la trama cinematográfica no debe tomarse en absoluto como una representación cierta de la realidad. Además, hay un tercer sucedido cinematográfico que está basado en la realidad, tanto en un personaje de carne y hueso que existió, ligado a la ciencia y la tecnología de la época, como en un invento electromagnético decimonónico. Pongamos que hablo del teléfono y de un tal Antonio Meucci (1808-1889).
Las tramas vaticanas de la película. Basadas en ciertos hechos reales relacionados con el breve papado y misteriosa muerte de Juan Pablo I en 1978 y con el posterior y escandaloso colapso del Banco Ambrosiano en 1982. En puridad esta historia empieza con los últimos días de quien fue el 262.º papa de la Iglesia católica, Pablo VI, por cierto, canonizado en 2018 durante el pontificado del papa Francisco, lo que lo convierte en santo. Un papa, Pablo VI, que a efectos cinematográficos figura sólo en un contexto más bien histórico y no como parte de los eventos principales de la trama. Quien sí lo hace es su sucesor Juan Pablo I, con su muy breve papado de solo 33 días, su misteriosa y repentina muerte y la elección del nuevo pontífice dando así lugar al más reciente de los que se conocen como “años de los tres papas”, ya se imagina porqué. En este caso el vinculado a Pablo VI, fallecido el 6 de agosto de 1978, Juan Pablo I, elegido el 26 de agosto de 1978 y fallecido el 28 de septiembre de 1978, y Juan Pablo II, elegido el 16 de octubre de 1978. Una singularidad temporal llamativa a la que hay que añadir un escándalo social real, el del Banco Vaticano o cuando la distancia entre los asuntos de Dios y la mafia se sientan a la mesa y es prácticamente inexistente. Un feo asunto que en la ficción peliculera aparecen vinculados al sugerirse que Juan Pablo I quería investigar y exponer dichas irregularidades, lo que podría haber provocado su muerte; recuerdo una de las frases de la película, cuando un indignado Michael grita “¡Vuelven los Borgia!”, al enterarse de las conjuras de la Iglesia y sus sucias maniobras financieras.
La trama telefónica de la película. En una escena de la misma el mafioso Joey Saza hace entrega a Michael Corleone de un galardón denominado “El Teléfono de Oro” al ser reconocido como “Italoamericano del año” por la Fundación Antonio Meucci. Estamos ante la mentira cinematográfica de la verdad histórica, pues ni existen los personajes ni el galardón ni la fundación. Es solo cuando, al preguntarle el Don quién es ese Meucci y contestarle que un ítalo-estadounidense “inventor del teléfono un año antes que el escocés Graham Bell”, que aparece la verdad histórica de la mentira cinematográfica. Antonio Meucci (1808-1889) fue un inventor e ingeniero italiano que migró a los Estados Unidos donde, entre otras innovaciones técnicas, inventó el teletrófono precursor del que posteriormente fue bautizado como teléfono. Un dispositivo que fabricó hacia 1854 para poderse comunicar con su esposa que guardaba cama debido a una enfermedad, y del que demostró su funcionamiento años antes que el escocés si bien por diversas circunstancias (familiares, documentales y económicas) no logró mantener su patente, cosa que sí hizo Alexander Graham Bell en 1876. Desde entonces la historia le tuvo adjudicada injustamente su autoría, así que el ficticio reconocimiento a Meucci bien podemos tomarlo como un reflejo de las reivindicaciones históricas de su legado. Una autoría que cambió de destinatario cuando el 11 de junio de 2002, el Congreso de los Estados Unidos aprobaba formalmente, en la Resolución 269, el reconocimiento a Antonio Meucci como inventor legítimo del teléfono, en lugar de Graham Bell. Algunos lo llamarían justicia poética.
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FUENTE: Enroque de ciencia












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