No hay soberanía sin verdad (por José Antonio Ávila López)
Charles de Gaulle, francés antisemita en su época como la Francia actual de Macron, se presentó en su etapa de poder como el único depositario de la legitimidad francesa, pero no fue un aliado fácil respecto a los Aliados en la II Guerra Mundial. De Gaulle, el francés, despreció al mismísimo Presidente norteamericano Roosevelt, desconfió de Churchill y tensó las relaciones con los Aliados en todo momento.
Su "inmenso ego" lo llevó a tratar de imponer su autoridad incluso sobre las fuerzas militares angloamericanas que arriesgaban sus vidas "por liberar Europa" (un egoísta de mierda semejante al Pedro Sánchez actual en España), y a los ojos de muchos estadounidenses fue un aliado útil pero arrogante, es decir, un símbolo francés más que un militar eficaz. Tras el desembarco en Normandía en junio de 1944, De Gaulle no agradeció la operación como un rescate necesario, sino que maniobró políticamente para presentarla como una colaboración entre iguales. ¡Qué persona más asquerosa! Cuando París fue liberada, gracias al avance aliado y no a un alzamiento interno decisivo, De Gaulle hizo que los tanques del general Leclerc entraran rápidamente en la ciudad para que pareciera una liberación francesa. Y sí..., lo logró : el mundo vio en él al libertador de París, no al beneficiario de una gigantesca operación militar planificada y ejecutada por Estados Unidos y el Reino Unido. Luego, por traición y conveniencia y entre 1942 y 1944, más de 74.000 judíos fueron deportados desde Francia, muchos de ellos entregados directamente por la policía francesa. De Gaulle, con su "aura de grandeza", logró algo prodigioso: que una nación vencida, colaboracionista y dividida emergiera de la guerra como si fuera una potencia vencedora (una auténtica mentira). Es legítimo que cada país construya una memoria nacional que le permita seguir adelante, pero la verdad histórica no puede ser "rehén del orgullo", y recuerdo otra vez que Francia fue derrotada en 1940, ya que fue salvada por la sangre de miles de jóvenes, principalmente estadounidenses y británicos, que no tenían nada que ganar en Normandía, salvo la certeza de haber combatido el mal.
Francia debería recordarlo, no con silencio diplomático ni con ambigüedades históricas, sino con gratitud, porque "no hay gloria sin memoria, ni soberanía sin verdad".
José Antonio Ávila López
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