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Carlos Roque Sánchez
Sábado, 06 de Septiembre de 2025

“El perro de San Roque no tiene rabo...”

[Img #265839]Un amable, atento y avisado lector de esta semanal Opinión me comentaba hace unos días acerca de la repetición de la entrega pasada ya que había sido publicada hacía ya unos años. Ni que decir tiene que la culpa es achacable exclusivamente, ya se imagina, a los duendes informáticos que viven entre las carpetas de archivos documentales del disco duro haciendo de las suyas; a ellos digo porque, como seguro sabe, los susodichos seres no existen pero, como las meigas, haberlos, haylos. Dicho lo cual y presentadas las correspondientes disculpas en su nombre, aquí tiene el escrito que debía haber leído en respuesta también a una petición de otro lector interesado en saber algo más sobre: el enfermo y milagrero santo; el perro cuidador-sanador, Melampo de nombre; su inexistente y salutífero rabo; y, por supuesto, el origen y razón del trabalenguas del encabezado. En definitiva, qué había a ciencia cierta de tal historia en su conjunto, si bien mucho me temo que es muy poco más lo que sé al respecto, al margen de lo que le conté hace un par de veranos.

 

Del cánido Melampo, nombre de adivino griego por cierto, no le puedo decir ni la raza como mucho lo que la tradición popular reza y es sabido por todos, por ejemplo, el hecho de no tener cola o rabo tal y como reza el trabalenguas, “El perro de San Roque no tiene rabo, porque Ramón Ramírez se lo ha cortado”. O aquello de que, tras cortárselo, el tal Ramírez arrojó al mar el trozo rabil amputado que, nada más caer al agua y gracias a los poderes del santo, presuntamente, se transformó en un pez; un chusco sucedido que inmediatamente fue interpretado sin más como un milagro, ¿pero por qué? Si le soy sincero no entiendo nada de esta historia, ni la utilidad del milagro, ni el porqué del corte rabero, ni el papel de R.R. en todo este embrollo, y lo peor es que no queda aquí la leyenda; otra tradición popular sobre el santo hombre hace referencia a un brote de cólera que sufrieron algunas áreas andaluzas a finales del siglo XIX y en la que los enfermos peregrinaban hasta una ermita de San Roque para rezarle y pedirle ser curados; una cuestión de creencia de lo más humana y comprensible, pero, por aquello, quiero pensar de al santo rezando y con el mazo dando, resulta que los peregrinos también llevaban dinero. Unas monedas con las que pagar ciertos polvos que al parecer allí vendían, una cuestión de ciencia, algo también humano, pero, quizás, ya no tan comprensible y me explico. Los polvos roqueños al decir de las gentes servían para curar diferentes enfermedades y estaban fabricados con una ignota mezcla de hierbas a la que añadían raspaduras de rabo de perro. Como lo lee, pero no de un perro cualquier, no, eran raspaduras del rabo del perro santero, y fíjense cómo es la vida de curiosa, esta credulidad, pues como que sí la entiendo. Vamos que me la creo, ya ve de qué poco estamos hechos los hombres; es más, de hecho, me hago cargo perfectamente, sobre todo, de su utilidad, bien dicho, de su doble utilidad.

 

Si es verdad que los polvos curaban la creencia era más que razonable, pero si así no fuera y no tuvieran ninguna propiedad curativa, como resulta que los crédulos peregrinos lo compraban dinero en mano, el negocio económico para la Iglesia estaba asegurado. Del otro aspecto del asunto, el medicinal, la verdad es que muy útil no creo que fuera para los enfermos, pero vamos, fructífero, estoy más que convencido que el negocio lo era para los supuestos sanadores, y de prueba un botón, el pobre perro se quedó sin rabo, bien de tanto rasparlo o bien de cortarlo como reza el trabalenguas, “... porque Ramón Ramírez se lo ha cortado”. Y de aquellos suspectos polvos medievales le traigo hoy estos negros sobre blanco internáuticos, siendo evidente ya a estas alturas de la entrada mi supina ignorancia, vamos que en este asunto de San Roque y su perro no tengo ni idea: ni de por qué no tiene rabo; ni de quién fue Ramón Ramírez; ni del por qué se lo cortó, si es que lo hizo.

 

Son preguntas al aire en busca de respuestas, que quien escribe se va a permitir trasladarle a usted paciente lector que ha llegado hasta aquí, por si tuviese a bien mandarme sus propias respuestas; así que marchando una salida tautológica de ciencia popular y la presentación, ahora sí, de mis disculpas.

 

A cambio le ofrezco un nuevo apunte, este pictórico, sobre otro perro sin rabo y famoso que se puede ver en el cuadro Las Meninas o La familia de Felipe IV (1656) del pintor barroco sevillano Diego Velázquez (1599-1660), justo en su parte inferior derecha según se mira. Se trata de un manso mastín español en actitud de reposo, un perro al que le falta parte de su cola, como al de San Roque, pero del que sí sabemos su raza aunque desconocemos su nombre; al revés que el del santo, vaya entonces lo uno por lo otro.

 

CONTACTO: [email protected]

FUENTE: Enroque de ciencia

 

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