San Roque: el santo, la ermita y la plaza
El santo del perro. Cuando estas líneas vean la luz digital, quedarán cuatro días para la celebración de la onomástica del santo cuyo nombre cambia de significado según su etimología sea latina “fuerte como roca”, o alemana “grito de guerra”, y que junto a otros hombres de Dios (hombre entendido como sustantivo masculino singular y genérico, y Dios es Dios no necesita de explicación), según el santoral católico se celebra el 16 de agosto, San Roque, canonizado en 1584. Una festividad que este año del Señor de 2023 cae en miércoles y es el ducentésimo vigesimoctavo (228.º) día en el calendario gregoriano, quedando por tanto 137 días para finalizarlo, y un santoral católico entendido en la acepción de conjunto o lista de personas reconocidas por la Iglesia como santos o beatos en una fecha concreta.
Un santo del que a ciencia cierta y como persona mortal se pueden afirmar pocas cosas. Por lo que tengo averiguado de él, en la tradición cristiana, aparece en el siglo XIV como un peregrino occitano, protector de la peste y otras infecciones. Y cuenta una leyenda que enfermó de peste y se ocultó a la vista de sus conciudadanos en un bosque cercano a Piacenza (Italia), un escondite donde cada día recibía la visita de Melampo, un perro que le llevaba un panecillo con el que saciaba el buen hombre su hambre ¿Por qué lo hacía el animal? ¿Cómo sabía dónde estaba el apestado? ¿Por qué un pequeño pan, tan solo?, buenas preguntas, como buena la acción perruna que, para más inri, no quedó ahí. Ha de saber que el hombre santo, al parecer, sanó de las heridas producidas por la peste, gracias a los lamidos del animal, una saliva salutífera la suya, sin duda alguna. Ya, pero me pregunto, ¿fue una curación natural o sobrenatural?, ¿hubo milagro acaso, anduvo de por medio una intervención divina? En fin, son cosas que se cuentan y que han podido suceder, pero que a lo mejor no han pasado. (Prudente, dixit)
Ermita de San Roque. Su construcción en las afueras de la villa data de mediados del siglo XVII y está relacionada, muy probablemente, con las epidemias de peste que se dieron en Andalucía durante ese siglo. Un pequeño y mayeto oratorio rural presidido por el santo al que el pueblo acudía para rezar por todas las calamidades y contratiempos que ocurrían o le podían ocurrir: desde la falta de trabajo, diferentes enfermedades de familiares o hambrunas; hasta sequías, plagas o la vida del hijo que marchaba al servicio del Rey; pasando por maremotos, como el de primeros de noviembre de 1755 que se inició como terremoto en Lisboa, y otras desgracias humanas y de demás animales.
Con el tiempo, la villa fue creciendo y sus calles, de manera natural, tendieron a confluir en la otrora ermita aislada, solo rodeada de campos y entonces encrucijada de caminos rurales, que así se terminó convirtiendo en una plazuela. Ni que decir tiene que en estos casi cuatro siglos de existencia este edificio ha vivido muchas vicisitudes, cumplido con muchas funciones (ermita, iglesia, parroquia), experimentado no pocas modificaciones en su estructura, tanto interior como exterior, mente y por supuesto en ella han recibido y reciben culto muchas otras imágenes además del santo que nos trae. Un santo por cierto cuya devoción en Rota no paró de crecer y prueba de ello es el significativo número de niños que fueron bautizados con ese nombre en la segunda mitad del siglo XVIII. Ya de la que va, y como nota cultureta, Roque es tanto nombre de varón como apellido de origen andaluz.
Plaza de San Roque. Le decía unas líneas más arriba que con el tiempo la encrucijada de caminos rurales de la ermita se terminó convirtiendo en una plazuela a la que desembocaban las calles que provenían del casco antiguo, y aquí le digo que, según reza la primera referencia documental que se tiene y data del último cuarto del siglo XVII (1678), se llamó así desde el principio en honor al santo. Perdone mi descuido, la susodicha está situada en pleno centro de la localidad y delimitada por la avenida María Auxiliadora y las calles Castelar, Aviador Durán y Alcalde García Sánchez, no tiene pérdida, es la plaza de San Roque.
Un nombre que desde el principio llevó pero que no ha sido el único pues, como seguro sabe, esto de cambiar el nomenclátor callejero según soplen los vientos es algo que tampoco es que sea muy raro. Lo que sí es menos frecuente es que el cambio dure tampoco como éste: tras cuatro siglos y medio de reconocimiento al santo, en marzo de 1936, la plaza pasó a llamarse Aída Lafuente para en noviembre, lo que se dice en un visto y no visto, volver a recuperar el del santo, hasta hoy ¡Ojo a las fechas! Estas cosas suceden y, a diferencia de otras, también pasan.
Bibliografía.
- García de Quirós Milán, Antonio (1974). Historia de la Ermita y Cofradía de la Vera Cruz (Cuatro siglos de historia local).
- Liaño Pino, Ignacio (1989). Viejas calles roteñas. Colección Picobarro.
- Martínez Ramos, José Antonio (2013). Nombres antiguos de las calles y plazas de Rota. Sus orígenes, cambios y otros sucesos notables ocurridos en ellas. Imprenta DICOM
- Arjona Lobato, Prudente (2015). Historias Populares de la Villa de Rota.
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“El perro de San Roque no tiene rabo...”
Un lector atento y avisado de esta semanal Opinión me advierte que no es la primera vez que asomo a esta tribuna del diario digital Rota al Día la expresión “el santo del perro” y así, una fue la semana pasada por motivos digamos taurómacos, ‘Tarde de toros en El Puerto. Día de San Roque, 2025’, de la otra, más antañona ya, se han cumplido dos años en estas fechas, ‘San Roque: el santo, la ermita y la plaza’, más centrada en Rota. Y me escribía para ver si podía indagar algo más acerca del tema del enfermo y milagrero santo, el perro cuidador-sanador, Melampo de nombre, su inexistente y salutífero rabo y, por supuesto, el origen y razón del trabalenguas del encabezado. Quería saber qué hay a ciencia cierta de tal historia en su conjunto, una especie de poner los puntos sobre las íes, ya sabe gente curiosa, lo que está bien, lo malo es que, mucho me temo es muy poco más lo que sé al margen de lo que le conté hace un par de veranos.
Del cánido Melampo, nombre de adivino griego por cierto, no le puedo decir ni siquiera la raza, si acaso lo que tradición popular dice y es sabido por todos; en España, y que me conste, si el animal ha destacado por algo es por no tener cola o rabo, tal y como reza el trabalenguas: “El perro de San Roque no tiene rabo, porque Ramón Ramírez se lo ha cortado”. Hay quien dice que tras cortárselo, el tal Ramírez arrojó al mar el trozo rabil amputado y que, nada más caer al agua, éste, gracias a los poderes del santo se supone, se transformó en un pez; un supuesto sucedido que fue interpretado como un milagro ¿pero por qué?, si le soy sincero, no entiendo nada de esta historia, ni la utilidad del supuesto milagro, ni el porqué del corte rabero, ni el papel de R. R. en todo este embrollo. Y no queda aquí la cosa, hay otra leyenda popular sobre el santo hombre que hace referencia a un brote de cólera que sufrieron algunas áreas andaluzas a finales del siglo XIX durante el cual los enfermos peregrinaban hasta una ermita de San Roque para rezar y curarse. Allí encaminaban sus doloridos cuerpos y, con plegarias, pedían ser curados, una cuestión de creencia, algo de lo más humano y compartido, pero, por aquello quiero pensar de que al santo rezando y con el mazo dando, resulta que, avisados, los peregrinos también llevaban dinero. Unas monedas con las que comprar ciertos polvos curativos que al parecer allí vendían, una cuestión de ciencia, algo también humano pero quizás ya no tan compartido. Me explico.
Unos polvos, los de la ermita dedicada al santo Roque, que al decir de las gentes servían para sanar diferentes enfermedades, y que estaban fabricados con una ignota mezcla de hierbas a la que se añadían raspaduras de rabo de perro. Como lo lee, pero no de un perro cualquier, no, eran raspaduras del rabo del perro del santo Roque, y fíjense cómo es la vida de curiosa, esta credulidad, pues como que sí la entiendo. Vamos que me la creo, ya ve de qué poco estamos hechos los hombres, es más hasta me hago cargo de su utilidad, bien dicho, de su doble utilidad. Si es verdad que los polvos curaban, la supuesta mejora en salud de los enfermos que los tomaban hacían la creencia más que razonable, primer provecho; pero si no era así y los polvos no tenían ninguna propiedad curativa, como resulta que los crédulos peregrinos lo compraban dinero en mano, el negocio económico sacro-sanador para la Iglesia estaba asegurado, segundo lucro. De un aspecto del asunto, el medicinal, la verdad es que muy útil no creo que fuera para los enfermos, no; pero del lucrativo, estoy más que convencido que lo era para los religiosos, naturalmente. Vamos, tan fructífero debió resultar el negocio de la hierba, que el pobre perro se quedó sin rabo, bien de tanto rasparlo o de cortarlo, como reza el trabalenguas, “El perro de San Roque no tiene rabo...”, y de aquellos polvos medievales le he traído hoy estos negros sobre blanco internáuticos.
Claro que entonces, ¿a qué viene, lo de “Ramón Ramírez se lo ha cortado”? A estas alturas de la entrada trabalenguas-perruna-roqueña creo que resulta más que evidente mi ignorancia supina, vamos que de este asunto no tengo ni idea: ni de por qué no tiene rabo este perro, ni de quién fue Ramón Ramírez, ni del por qué se lo cortó si es que lo hizo. Son preguntas al aire en busca de respuestas, que quien escribe traslada al paciente lector que haya llegado hasta aquí, por si tuviese a bien mandarme sus propias respuestas. Así que marchando una tautológica de ciencia popular, por lo que les presento mis disculpas, aunque a cambio le ofrezco un nuevo apunte, este pictórico, sobre otro perro sin rabo y famoso. Está en el cuadro titulado Las Meninas o La familia de Felipe IV (1656) del pintor barroco sevillano Diego Velázquez (1599-1660), justo en su parte inferior derecha según se mira, y se trata de un manso mastín español en actitud de reposo; un perro al que le falta parte de su cola, como el de San Roque, pero a diferencia de él sabemos su raza, aunque desconocemos su nombre. Al revés que el del santo, vaya entonces lo uno por lo otro, raza por nombre.
CONTACTO: [email protected]
FUENTE: Enroque de ciencia
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