Contra el perroflautismo
El día en que la ciencia dejó de ser científica
por Balsa Cirrito
Creo que ya he contado en más de una ocasión que en mi adolescencia me convertí en un friki de Isaac Asimov. Al principio, por sus novelas de ciencia ficción, pero luego también por sus libros de divulgación y por sus ensayos. Estos últimos eran de una claridad casi excesiva, pero, como él mismo decía, los escribía para un público medio norteamericano, poco dado a embarcarse en sutilezas intelectuales. Sin duda, Asimov era considerado en EEUU un pensador de izquierdas, un liberal, según la terminología yanqui, un progresista según la terminología española. Uno de los temas que más preocupaba a Asimov era el del creacionismo en las escuelas. Esto es, la batalla que presentaban (y que ganaron) los grupos ultrarreligiosos y ultraconservadores en América para que en las escuelas se enseñara la versión bíblica de la creación al mismo tiempo que la científica. Asimov, hombre de escritura muy templada y de poca exaltación, se ponía de muy mala hostia con este asunto. Decía que en la escuela solo debía imperar la ciencia, y que otro tipo de ideas o creencias tenían ya sus propios ámbitos. Sospecho que si Asimov viviera en nuestros días en cualquier lugar de Occidente, preferentemente en España, tendría el mismo cabreo, pero en lugar de cabrearse con los ultraconservadores, se cabrearía con los otros. Con los progresistas.
En los últimos tiempos mi respeto por la ciencia, mamado de Asimov, se resquebraja, no por la ciencia en sí, sino por la práctica. Y es que la ciencia está en Europa bajo la lupa de la ideología. Creo que ya he hablado varias veces de la desternillante obligación que tiene cualquier científico en nuestro país, si quiere acceder a algún tipo de subvención, para una investigación universitaria, y es que tiene que justificar cómo apoya su estudio la “perspectiva de género”, aunque el estudio sea sobre los fondos marinos en la costa de Cádiz. Es algo tan, tan disparatado que cuesta trabajo entender cómo la masa de los profesores e investigadores universitarios se pliegan ante una práctica muy evidentemente anticientífica (adjunto un enlace descorazonador de las tribulaciones del psicólogo Leonardo Orlando en París a este respecto https://www.infobae.com/sociedad/2024/04/14/leonardo-orlando-profesor-argentino-censurado-en-paris-por-no-plegarse-a-la-ideologia-de-genero-las-ciencias-sociales-hacen-como-si-la-biologia-no-existiera/). Reconozco que he pensado muchas veces en ello, y solo se me ocurre que el dinero es el que marca el rumbo. Algo así ocurría en la Alemania hitleriana con la Ahnenerbe.
La Ahnenerbe era un instituto científico que crearon los nazis para apoyar sus ideas científicas, sobre todo la de la superioridad de la raza aria. La Ahnenerbe manejaba pasta y los científicos alemanes no se mostraron hostiles a ella. Según el investigador español Javier Nicolás, el 85% de los científicos alemanes tragó con el rollo ario y todo lo que querían los nazis. Ahora estamos igual con varios asuntos y la plata es la que manda: si el dinero quiere ideología, démosle ideología. Pero quizás donde el problema está adquiriendo mayores proporciones es en todo lo relacionado con la ecología, particularmente, con el cambio climático.
Personalmente, he terminado por no creerme casi nada de lo que dicen las divulgaciones científicas sobre estos asuntos. Y no lo creo porque existe la censura. Se llega a anular una conferencia a un premio Nobel cuando contradice la perspectiva oficial del cambio climático. Seamos serios, la ecología climática se ha convertido en una religión, y como tal, tiene sus dogmas, y quien no los acepte no es sino un hereje.
Da pánico pensar que uno de los mayores (tal vez el mayor) icono ecoclimático sea la joven sueca Greta Thumberg (he dicho “joven sueca” porque no puedo decir “profesora sueca”, “experta sueca”, o “climatóloga sueca”, ya que a la chica la cosa de estudiar nunca le fue mucho), una muchacha con graves problemas cognitivos detectados y que, a simple vista, yo diría que también con problemas de salud mental, aunque esto último sea una opinión. Sin embargo, da ruedas de prensa y nos dice lo que tenemos que hacer poniendo cara de mala leche. Alguien que, en puridad, no tiene ni puta idea de lo que habla, nos da consejos de cómo manejar el mundo. ¡Viva Tik Tok!
Debo decir que creo en el cambio climático, porque es algo objetivamente observable. En lo que creo menos es en las predicciones de los catastrofistas porque, igualmente, es objetivamente observable que se han equivocado, no una vez, sino todas. Desde niño llevo escuchando que estábamos próximos a la catástrofe, y esta catástrofe no parece llegar. En los últimos tiempos la ortodoxia climática se resquebraja. La revista Nature ha publicado un estudio que pone en duda el modelo actual sobre el cambio climático (por supuesto, Nature es la revista científica más relevante del mundo). El gobierno norteamericano también acaba de publicar otro estudio, firmado por prestigiosos especialistas, que igualmente se muestra muy escéptico sobre la influencia humana en el clima, viniendo a decir que da un poco igual que utilicemos coches eléctricos o de gasolina, que eso no va influir en el aumento de las temperaturas (claro está, dado que EEUU está gobernada por el ególatra autoritario de Trump, podemos temer que este estudio gubernamental obedezca a intereses políticos, del mismo modo que Pedro Sánchez se muestra catastrofista climático por idéntico tipo de intereses).
Y es que parece que muchos no se han enterado de lo que es la ciencia. La ciencia no tiene dogmas. Hoy podemos creer que el cambio climático está provocado por el hombre y mañana no, porque depende de los datos, de la observación. Es lo que se llama método científico. Y alguien no se convierte en facha o en fascista porque, a partir de distintas pruebas y argumentos, sostenga cosas diferentes a Greta Thumberg (o a Irene Montero). La ciencia cambia, cambia cada día. Si tomáramos un manual de hace cincuenta años nos daríamos cuenta de que una gran parte de lo que dice ese manual estaría equivocado, y si fuera de hace cien, marraría en casi todo.
Por tanto, dejemos la política al margen. Escuchemos a los especialistas que no están borrachos de ideología. Dejemos de llamar fascistas o fachas a quienes presenten opiniones alternativas, porque lo que hoy parece verdad es muy posible que sea mentira mañana, y lo que es verdad mañana, será falso pasado.
PD. Lo gracioso del asunto es que tenía previsto escribir sobre el manual que ha publicado el gobierno español sobre temperaturas y cambio climático llamado Guía para la comunicación en salud y calor, pero, ya se ve, se me ha ido la mano con los preámbulos. El referido manual incita directamente a acojonar a la gente (literalmente) ante el peligro de las temperaturas altas del verano. Puede que no sea tan mala idea, pero está escrito en un tono tan prepotente y tan perroflauta que hincha las narices. Y, sobre todo, los redactores han perdido por completo los papeles con ese disparate que se llama lenguaje inclusivo. Baste decir que unas veces utilizan el masculino para referirse a la totalidad de la población y otras el femenino, logrando confundir al lector todo el tiempo. De verdad es para volverse majareta (rectifico, los redactores ya lo están). La guía se harta de hablar de evidencias científicas, pero luego leemos cosas como “las personas con sexo biológico femenino” para referirse a las mujeres. ¡Dios! ¿Cuándo perdimos el norte de esta manera? ¡Utilizar seis palabras para decir algo que podría decir con una, mujeres! Parecen olvidar que la lingüística también es una ciencia, y que la comunicación tiene como base la economía de medios, además de… ¡bah! En fin, es terrible que un documento con el que estoy de acuerdo en la mayoría de las cosas que dice me hinche tanto las narices. Cosas del perroflautismo.
Thelma | Viernes, 29 de Agosto de 2025 a las 18:00:37 horas
¿Ha contemplado el autor la posibilidad de que su problema consista en que sigue siendo el friki en el que, según él mismo afirma, se convirtió en su adolescencia?
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