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Redacción
Domingo, 27 de Julio de 2025

Rota, la esquina del viento y de la poesía (por José Manuel Castro)

Frente a la esquina del viento
sentado mirando el parque,
va transcurriendo el tiempo
y nada ya es como antes
¡las hojas ya van cayendo
los recuerdos me acompañan!.
Maldigo el viento que viene
y se lleva mis pensamientos,
se lleva mis añoranzas
y transforma mis lamentos.
¡El viento lo barre todo
y se lleva mis recuerdos!
Maldigo el tiempo que pasa
porque la vida se acaba.

Medina Azahara

 

Carmen entra en la Iglesia de Nuestra Señora de la O para escuchar la misa de doce y yo la acompaño un momento mientras empieza la liturgia. Hace muchos años que no voy a misa, pero me gusta entrar en las iglesias, sobre todo cuando están vacías y puedo recorrerlas contemplando el interior, las imágenes y los cuadros en silencio, deambulando sin prisa y deteniéndome de vez en cuando. Quizás encienda alguna vela, no por fervor religiosos, sino por recordar mi niñez, cuando en los meses de mayo niños y niñas rezábamos y cantábamos en el patio del colegio acompañados por las monjas, que observaban si lo hacíamos con el suficiente recogimiento. “El trece de mayo, la Virgen María bajó de los cielos a Cova de Iría…”. Recuerdo todavía casi todas las canciones religiosas y suelo cantarlas en susurro mientras contemplo retablos o imágenes. Los años cincuenta y sesenta del siglo pasado marcaron a fuego religioso a mi generación y es difícil, aunque tampoco lo deseo realmente, olvidarme de ellas.

 

Mientras Carmen espera sentada en el último banco, yo paseo tranquilamente por el lateral de la gran nave, al fondo de la cual se observa el ábside y el coro, con sillería de caoba y la imagen de un Cristo crucificado y de la Virgen de la O. Entro en alguna de las capillas laterales, la de la Virgen del Rosario, la Virgen del Carmen o Nuestro Padre Jesús Nazareno.  En todas ellas hay alguna mujer que reza de rodillas delante de las imágenes. Mientras que la nave central es gótica, las capillas son barrocas. Me gusta la combinación, la mezcla de estilos, aunque reconozco que me identifico más con las pequeñas iglesias románicas que salpican el norte de Castilla y muchos pueblos y aldeas gallegas. Esta vez no enciendo ninguna vela porque no llevo monedas encima. Alguna tos rompe el encanto que forman el olor a incienso, la luz de las velas y el órgano que suena, ensayando alguna pieza que seguramente se tocará durante la misa. Compruebo que la iglesia se ha ido llenando poco a poco y salgo por la fachada que da a la plaza Bartolomé Pérez. Me detengo delante de la puerta y observo el azulejo que se encuentra a la izquierda de la misma, una imagen de Jesús Nazareno con el texto:

 

“En la pertinaz sequía del año 1917, el pueblo de Rota, acongojado ante la perspectiva de tremenda miseria, imploró la clemencia de N.P. Jesús Nazareno con fervoroso triduo; y en la noche del último día, 21 de diciembre, se sacó en procesión de penitencia su venerada imagen oscuresiéndose (sic) de pronto el cielo, cayendo providencialmente copiosa lluvia durante el curso de aquella y días sucesivos hasta remediar la calamidad reinante. Para perpetua memoria, los hijos de esta villa dedican este recuerdo de gratitud a su amorosísimo Padre”.

 

Los adjetivos que salpican el texto me sacan una pequeña sonrisa.

 

Cuando salgo el viento ha arreciado y pienso que Rota es la esquina del viento, recordando el título de una canción de Medina Azahara. Hace años que no la escucho, pero siempre me gustó la música y la letra, una letra nostálgica, triste, la vida que transcurre de forma imparable y el viento, como un enemigo que borra la memoria, los recuerdos. El viento en Rota es un compañero inseparable, a veces inclemente. Desde una leve brisa, que refresca el ambiente en las tardes de verano, sobre todo cuando es poniente, hasta el vendaval de levante que encierra a la gente en sus casas y amarra a los barcos en el puerto, todo un repertorio de fuerza, dirección y temperatura que los lugareños saben apreciar, pero que a los foráneos nos subleva. Una relación de amor y odio que hace más de quince años que sufro. Aunque yo debería estar acostumbrado, porque tres años en Camariñas, arrostrando los temporales en el Cabo Vilán, tendrían que haberme vacunado, pero prefiero la lluvia, lo reconozco.

 

Cuando salgo a la plaza Bartolomé Pérez, el intrépido navegante roteño que acompañó a Cristóbal Colón en sus viajes y que llegó a pilotar una de las naves en la segunda travesía a América, contemplo el Castillo de Luna, construido por Alonso Pérez de Guzmán, Guzmán el Bueno, en el siglo XIII, hoy sede del Ayuntamiento. Hace años que no lo visito y me prometo hacerlo cuanto antes. Atravieso la plaza, camino del paseo marítimo por la calle Carmen. En todos los pueblos costeros, Carmen es el nombre más repetido, barcos, casas, calles, colegios, nombres de mujeres… Es como convocar a la suerte, a la buena suerte que debe acompañar a los marineros. En mi familia no hay marineros ni marinos, pero es el nombre más repetido, mi madre, mi mujer, mi hija, dos tías abuelas nacidas en dos pueblos separados por mil kilómetros, una tatarabuela nacida en la primera mitad del siglo XIX. Toda una saga de Cármenes.

 

Después de pasar bajo el arco ojival abierto en la muralla que rodeaba la ciudad y de la que todavía se conservan algunos lienzos, llego al paseo marítimo y contemplo el espigón y la estatua que se inauguró hace poco tiempo dedicada a las víctimas de la guerra civil y del franquismo, una mujer sobre una barca de nombre Libertad, con una placa en la que se puede leer un verso de Rafael Alberti: «Es Rota, la marinera, la primera en levantar la llama de la libertad». En el espigón comienza la playa de la Costilla. El aire es limpio, transparente, brillante, pero el viento arrastra nubes que, seguramente, cubrirán el cielo durante la tarde. Paseo un poco contemplando a los turistas que se hacen fotos en el rincón donde se lee “Bésame en esta esquina”. Las parejas tienen ya una edad y se ríen divertidas mientras sus amigos hacen comentarios graciosos. Sigo un poco y salgo del paseo por unas escaleras que me llevan por la calle Blas Infante hasta el cruce de Higuereta con Fermín Salvochea. Allí comienza una de las zonas más recogidas y que más me gustan de Rota. Rota, además de viento tiene poetas. Unos son autóctonos y otros son acogidos por un pueblo que tiene una relación especial e intensa con la poesía. De hecho, hay carteles que señalan en diversos puntos cercanos al Ayuntamiento: la Senda de la Poesía. Felipe Benítez Reyes, Benjamín Prado, José Manuel Caballero Bonald, Ángel García López, Joaquín Sabina, Luis García Montero, Ángel González y Almudena Grandes, estos dos últimos ya fallecidos, forjaron una amistad a base de versos. El club de Rota, los llaman. Por aquí también pasan Javier Ruibal o el Gran Wyoming, que cantan en el chiringuito Las Dunas, donde también he visto a Miguel Ríos. Tuve la suerte de asistir a la presentación de libros de Almudena Grandes y de García Montero, suelo acudir, como en peregrinación, a la casa que ambos tienen, Almudena ya no, en Rota, cerca del hotel Playa de la Luz y de la playa Punta Candor, donde me la encontraba a veces. Ella, como nadie, supo reflejar el viento y el ambiente de Rota en su libro Los aires difíciles. He disfrutado con las Noches de Literatura en la calle, donde estos poetas nos regalaban momentos inolvidables. Ya no será lo mismo sin Almudena, claro, la que unía con su presencia, su humor y sus comidas a todo el grupo.  Cualquier pérdida es irreparable, pero Almudena Grandes deja un vacío desmesurado.

 

Recuerdo todo esto mientras leo en las esquinas de las calles de Rota, aledañas al Castillo de Luna, los poemas que han escrito estos y otros poetas roteños. Son calles estrechas, encaladas, con macetas colgadas sembradas de geranios. Muchas de ellas, extraña costumbre, tienen las caras de los propietarios de las viviendas, hombres y mujeres que miran al frente, coronados con flores que semejan pelucas. A mí no me gusta esta moda, lo reconozco. En casi todas las esquinas hay un poema y me detengo a leerlo. Cuando termino le hago una foto que guardaré en el teléfono para leerlo de vez en cuando. El tiempo pasa muy despacio, o eso me parece, pero cuando miro el reloj me doy cuenta de que la misa debe estar a punto de terminar, así que me oriento y deshago parte del recorrido para regresar a la Iglesia de Nuestra Señora de la O.  Llego casi en punto, pues compruebo que ya están saliendo algunas personas. Carmen me busca con la mirada y cuando llego a su lado, decidimos llamar a mi hija para que veamos alguna actuación de las comparsas y chirigotas que durante estos días animarán las calles y plazas de esta villa. Aunque Rota se hizo famosa por ubicarse aquí una de las bases de la OTAN en los años cincuenta y que convocaba a muchos manifestantes para gritar la famosa consigna “OTAN no, Bases fuera”, los tiempos han cambiado. Ahora Rota es conocida por sus poetas, sus playas, su ambiente, sus carnavales y por la pacífica convivencia entre españoles y americanos, que encuentran aquí un lugar donde trabajar y vivir y mezclarse sin problemas. Cogidos de la mano, Carmen y yo llegamos paseando a la Plaza de las Canteras, donde ya hay mucha gente esperando delante del palco donde actuarán las agrupaciones. Una mañana muy bien aprovechada. Como dijo Obama cuando visitó a los marines que están aquí, “si tenéis que estar lejos de casa, no hay un lugar mejor que éste”.

 

José Manuel Castro

 

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