Contra el perroflautismo
La pasión de las turcas (segunda parte)
por Balsa Cirrito
La semana pasada les contaba mi viaje a Turquía desde un punto de vista, digamos, turístico. Ahora voy a hablar de cosas más punzantes, como la situación de los gais, las mujeres, el laicismo…
Hay que decir antes que nada que Turquía es un país especial dentro del islam. Su cultura es más rica que la árabe, su escritura se desarrolla con el alfabeto latino, no con el alifato, y su historia no es la de un pueblo de pastores de cabras analfabeto, sino la de una nación que durante muchos siglos fue una de las grandes potencias universales. En muchos aspectos está – o al menos así lo suponía – bastante occidentalizada, y su laicismo, algo insólito en el mundo musulmán, era superior al de cualquier país europeo con la excepción de Francia, al menos hasta la llegada de Erdogan. Por poner un ejemplo, en la Turquía de hace veinte años estaba prohibido ir al instituto o a la universidad llevando pañuelo en la cabeza. Esto, ya digo, cambió con la llegada al poder del actual presidente. Por esa razón, una de las primeras cosas en las que me fijé al llegar a Estambul fue en el uso (o no uso) del pañuelo islámico.
primera impresión no fue mala. En las zonas céntricas de Estambul el uso del velo se aposentaba en menos del 25% de las cabezas femeninas, pero, incluso en el caso de las mujeres que lo llevaban, estoy por decir que molaba un huevo. Porque en estas zonas los velos eran francamente chulos. De colores alegres, casi siempre haciendo juego con el vestido de la individua (o con los pantalones). Vestidos que comúnmente eran ceñidos, revelando las formas femeninas, algo que, en el fondo y en la superficie, se da de tortas con el recato obligatorio en la vestimenta de las mujeres que decreta el Islam.
Frente a eso, veía a muchas mujeres, sobre todo las muy jóvenes, que parecían sacadas de cualquier capital española: barriguitas al aire, escotes como balcones, pelos de colorines en las más osadas… Incluso no pocas con la estética depravada de las otakus japonesas.
Viendo todo esto pensé que los turcos habían conseguido algo que yo creía imposible: armonizar algo tan arcano, machista y retrógrado como el Islam con el mundo moderno. Pero, ¡ay!, pronto descubrí que me equivocaba. Solo era un espejismo. A medida que nos íbamos alejando del centro de la ciudad, el número de mujeres con el velo en la cabeza iba aumentando, y lo que se ponían, además, no eran esos pañuelos molones del paseo de Mehmet Alí, sino tristes telas oscuras, del mismo color que sus vestidos de cuervo, vestidos que no parecían tales, sino fardos de Fed Ex.
Acudimos a una localidad cercana, atraídos por algunas antiguas iglesias ortodoxas que allí se hallaban (y que al final no vimos), pero el panorama resultó desolador. En ese lugar todas y cada una de las mujeres iban sepultadas en montañas de velos negros, embutidas en trajes deformes bajo el cual podía hallarse una mujer o un cilindro de pastrami, porque nada se distinguía. Muchas mujeres no se limitaban al velo, sino que lucían ese espanto de la civilización islámica llamado burka.
Pero lo que más tocaba los piercings era la actitud de los hombres que con ellas marchaban. En días de calor enorme, donde solo el hecho de pensar provocaba chorros de sudor, esas mujeres se escondían bajo mares de telas negras, tapadas hasta la barbilla en el mejor de los casos, sin mostrar un mechón del cabello. Pero los hombres (encima, feos la mayoría, como expliqué la semana pasada) marchaban con camisetas, pantalones cortos y chancletas.
Por ello, cuando me dicen que el Islam no es machista me descojono hasta que se me abre la cicatriz de la operación de apendicitis que me hice cuando tenía quince años. Se me viene a la cabeza algo que nos ocurrió en una tienda de Estambul. Estábamos regateando sobre el precio de una prenda. En un momento determinado yo dije que el precio me gustaba, pero mi mujer negó con la cabeza, señalando que le seguía pareciendo caro. Uno de los dependientes turcos, un hombre de menos de 30 años, me tomó por un brazo y me llevó a un lado. En un inglés detestable me preguntó que cómo permitía que mi mujer tomara las decisiones. Le respondí que en Europa era normal. El tipo puso cara de espantado y dijo: “En Turquía, si las mujeres no obedecen…” e hizo el gesto de abofetear (cuando se lo comenté a mi mujer el que estuvo a punto de salir abofeteado fue el turco).
En fin, Islam y puteo a las mujeres son sinónimos. Sobre los gais de allí voy a hablar poco porque me estoy alargando ya y porque eran casi invisibles. En una semana solo vi a un chico manifiestamente sarasa, vestido como tal, etc. En cualquier capital española, paseando por el centro, podemos ver decenas. Allí no. En cuanto a las lesbianas, estas no existen. Deben tener la idea de la reina Victoria de Inglaterra, a la cual una vez le preguntaron que por qué no se promulgaba una ley contra el lesbianismo como la que ya existía contra la homosexualidad masculina. La reina de Inglaterra miró a quien le había hecho tal pregunta como si le hablaran de extraterrestres. “Pero, ¿existe eso?”, preguntó espantada. Pues igual. Por ello, no deja de descogorciarme el hecho de que en todos los desfiles del Orgullo Gay se vean siempre un montón de elegetebeireos llevando banderas palestinas. ¡Almas cándidas! En Palestina os tirarían desde una azotea.
Por todo lo dicho, llegados a este punto y enlazando con un par de párrafos atrás, me pregunto, ¿qué cojones pretenden las feministas de ultraizquierda españolas patrocinando el velo femenino en la cabeza? ¿Que no lo hacen? ¿Que no? Fíjense en un detalle. Irene Montero jamás de los jamases (en su caso podríamos también escribir hamás de los hamases) se sube a un escenario sin llevar con ella a una de estas mujeres que tienen que salir a la calle con la toalla en la cabeza. Es verdad que Irene Montero (a veces pienso que el apellido Montero está maldito en política, porque la otra Montero también tiene plan) no destaca por su inteligencia. Bueno, tampoco destaca por su cultura. Vale, ni por su ingenio. Ni por su talento. Ni por su oratoria. Ni por la profundidad de su pensamiento (¿En qué destaca entonces?) (Mejor no lo digo). Me pregunto, repito, ¿por qué puñetas la ultraizquierda patrocina el Islam? ¿Por respeto? Que no me hagan reír.
Cuando digo estas cosas casi siempre hay un bienintencionado que me habla de racismo y de xenofobia, que viene a ser como decir en una ciudad sitiada y donde se acaban los alimentos, “cuidadito con lo que me ponéis para comer que yo soy vegano”. ¿Acaso no ven lo que ha ocurrido en todos y cada uno de los países donde la emigración islámica ha sido masiva? ¿No se dan cuenta de que siempre siempre siempre siempre siempre siempre hay problemas con los muslimes?
Pero la cosa es más descojonante aún. El Islam representa todo lo que la izquierda dice odiar. Es decir, el Islam es machista, es homófobo, es teocrático, sin embargo, la ultraizquierda lo apoya. Pero es que la izquierda representa todo lo que un buen musulmán debería detestar, por las mismas razones que he mencionado antes, sin embargo, los islamistas, en toda Europa, votan uniformemente a partidos de ultraizquierda. ¿Qué casino es este?
Igual no es buen momento para decir estas cosas con lo que ocurre en Torre-Pacheco (todos los que somos amantes de los westerns sabemos que el linchamiento siempre es malo, incluso cuando el linchado es un cuatrero), pero dado que la primera parte la escribí la semana pasada, no podía sino continuar. Y el mensaje es claro: Islam y modernidad no conjugan. Y no lo harán nunca porque el Islam no solo es una religión, es algo que impregna todos los espacios de la vida. ¿Nadie se pregunta porque no hay un solo país de mayoría musulmana que sea una democracia como Dios manda? Porque la conclusión es sencilla. Puede que el Islam dentro de doscientos años se haya ilustrado lo suficiente como para poder permitir sociedades democráticas y laicas, pero mientras tanto, yo lo prefiero lejos. Es una opinión.
a SPQR | Sábado, 19 de Julio de 2025 a las 17:03:35 horas
Llámame majara, pero teniendo en cuenta que es un artículo de opinión, creo que el articulista busca justo eso: que quede clara su opinión, ¿no crees?
Y en cuanto a lo que es... mmm... espero que no insinues sino que es un progresista a favor de los derechos de las mujeres.
De no ser así, tenemos dos opciones: la primera es que te sentiste insultado, porque prefieres la cultura atada al islam y todo lo que ello conlleva (opresión de la mujer para resumir); por ende, eres un machista redomado. O dos: que hasta la tabla del 1 se te plantea como un reto intelectual y por ello, no podemos esperar que hayas entendido el artículo.
jajaja
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