Contra el perroflautismo
La fantástica vida de las palabras
por Balsa Cirrito
Es evidente que nos hallamos en la época de mayores cambios de la historia de la humanidad. El único consuelo que nos queda es que, probablemente, los tiempos que vienen serán todavía más volátiles. El lenguaje no es ajeno a este tiqui taca donde nada permanece y todo fluye. No debe sorprendernos: si la lengua no cambiara todavía hablaríamos indoeuropeo o el idioma klingon. Sin embargo, los cambios de nuestros días tienen unas características especiales, y es que los dos motores principales son la política y el papanatismo. Por supuesto, no voy a profundizar demasiado, pero me voy a permitir señalar algunos casos curiosos.
Empezamos con una palabra clásica en este tipo de recorridos, que es la palabra latino. Como todo el mundo debería saber, latino se refiere, en origen, a un natural de una región concreta de Italia y, por extensión, se aplica también a los nativos de las zonas del antiguo Imperio Romano que hablan lenguas procedentes del latín, es decir, España, Portugal, Italia, Francia y Rumanía. Recordemos que el antecedente de la actual Champions League era la Copa Latina, que disputaban los campeones de España, Portugal Italia y Francia. Por razones en las que no voy a entrar apenas (aunque son razones bastante estúpidas), a los pueblos de América que colonizaron España y Portugal se les considera la América Latina (lo curioso es que los países de África que colonizó Francia y que hablan francés no son llamados “África Latina”). Pero la coña es que estos pueblos “latinos” de América, a causa de las actuales y preponderantes delirantes ideas del indigenismo, en muchos casos reniegan de España, y declaran herederos de… ¿de quién puñetas se declaran herederos? Un par de ejemplos. Recuerdo hace tres o cuatro años, en Málaga, que iba yo con un amigo por la calle a avanzadas horas de la madrugada. Mi amigo se había quedado sin cigarrillos y estaba todo cerrado. Pasamos por delante de una especie de discoteca que se encontraba abierta y que tenía un letrero en la puerta que decía “FIESTA LATINA”. Mi amigo recordó que en el lugar había una máquina de tabaco. Pero cuando quiso entrar un sonriente individuo con cierto aire a los Indios Tabajaras le espetó con su dulce acento: “No puede pasar, señor, esta fiesta es solo para latinos”. Mi amigo, que tiene retranca como para empapelar el coliseo, respondió, “claro, yo soy latino, ¿no me ves la cara de romano?”. Pero el indiecito persistió: “solo latinos, señor, usted no es latino”. En ese momento mi compañero se calentó un poco. “¿Solo latinos?”, ”Solo latinos”, “Entonces, ¿qué haces aquí? Tú no eres latino”. El buen portero perdió un poco su sonrisa y quedó perplejo. Mi amigo siguió: “pero, además, lo que estás haciendo es muy racista y bastante ilegal. Así que paso para adentro porque lo único que quiero es comprar tabaco”. Y se metió en la discoteca para salir un minuto después con su paquete de Marlboro. “Cura et valeas”, dijo mi colega, despidiéndose en buen latín de Roma, dejando perplejo al portero. ¿La moraleja? Pues no me negarán que el hecho de que un nativo de los Andes o de la Sierra Madre le diga a un español que no es latino y se presente como tal no es una estupenda, cojonuda paradoja (iba a poner un par de ejemplos más de este tipo de latinidad, pero me temo que me he alargado demasiado con este) (algún día tengo que mencionar la “latinidad” de Raquel Ziegler).
Vamos con otra palabra. Bizarro. Últimamente se utiliza mucho este termino, y se le da el significado de “extraño”, “raro”. Y se le da este significado porque es el que tiene en inglés. Por supuesto, nada le hace más daño al idioma que esas traducciones apresuradas del idioma británico, que se traduce por personas que no saben ni inglés ni español. Lo que significa bizarro en buen castellano es algo así como “gallardo”, “airoso”, “bien plantado”. De esta forma, un “bizarro jinete” no es un friki montado en un caballo, sino un caballero que da gusto mirar por su apostura y prestancia. Este es el significado de la palabra hasta ayer mismo, y es el que aparece en toda la literatura española hasta la llegada de los influencers y de David Broncano.
Polvos de hornear. Este término me irrita especialmente. En todas las recetas que encontramos en las redes sociales (me temo que soy un irremediable cocinillas) se sustituye la palabra levadura por polvos de hornear, traduciendo del inglés baking powder. Digo que es muy inapropiado porque es poco práctico lingüísticamente hablando, ya que sustituimos una palabra por tres. Muchas veces los extranjerismos son necesarios porque expresan con mayor concisión lo que queremos decir, pero en este caso ocurre exactamente lo contrario. Y, lo más triste, esto ocurre porque se traducen recetas del inglés a cascoporro. Que instagrameros y youtuberos españoles (país que junto a Italia y Francia posee una de las tres mejores cocinas del mundo) se dediquen a recoger recetas de ingleses y americanos (creadores de dos de las peores cocinas del planeta) es a todas luces un disparate.
Ciudadanía. Esta es de esas palabras contaminadas por la política. Se suele decir en boca de políticos “ciudadanía” refiriéndose al conjunto de los ciudadanos y las ciudadanas. Reconozco que no es un disparate, pero además de no entender lo que significa masculino y femenino, provoca un pequeño problema de ambigüedad. Ciudadanía es en origen una palabra abstracta, pero los políticos la han convertido en concreta. Me refiero a que ciudadanía significa básicamente “el derecho de una persona a una determinada nacionalidad”, y no la persona misma. Parece una diferencia banal, pero no lo es como puede comprobar cualquier aficionado a la lectura de libros de historia o a textos periodísticos actuales sobre la inmigración. Una persona que no distinga esta disfunción puede confundirse bastante cuando escuche hablar de la “ciudadanía estadounidense”, y que no significará el conjunto de americanos y americanas, sino el derecho a la nacionalidad guiri. Por lo demás, la utilización de “ciudadanía” en su sentido político me sigue pareciendo muy afectada.
Presidenta. Esta es una palabra cachonda que provoca frecuentes altercados en el Congreso y en las comisiones del mismo. Es muy habitual ver a presidentas alteradas, ofendidas en su íntimo feminismo, cuando un diputado se refiere a ellas llamándolas “señora presidente”. Como la mayor parte de las indignaciones contemporáneas, es una indignación impostada. “Presidente” no tiene género, porque es un participio de presente, aplicable tanto a hombres como a mujeres. Por eso resulta extremadamente ridículo el cabreo de algunas presidentas de mesa que han llegado incluso a retirar la palabra a un diputado porque no la llamaban presidenta (¡¡¡). Ahora bien, tampoco me parece muy afortunada la leccioncita que suelen soltar esos diputados, afirmando que “presidente” es la forma adecuada para dirigirse a una mujer. De hecho, las dos son correctas, y personalmente prefiero presidenta. La razón es que presidenta tiene una larga tradición en español, de varios siglos. Imagino que es porque en otras épocas abundaban asociaciones de mujeres tales como cofradías, juntas de señoras o asociaciones benéficas. A quienes las dirigían se las llamaba presidentas. (Me he puesto a buscar sin mucho empeño y he encontrado varios ejemplos en Benito Pérez Galdós). Y me van a permitir que haga un par de distingos. Presidenta es una forma correcta, pero llamar jueza a una mujer juez (de hecho, en España son mucho más numerosas las jueces que los jueces) no lo es. Jueza no es una juez de sexo femenino sino la mujer del juez, y así se las llamaba, con cierta coña, hasta el primer tercio del siglo XX. En la película española de 1936 Morena Clara, el mayor éxito de la cinematografía española anterior a la Guerra Civil, hay una escena de un juicio, y lo preside una mujer. Los intervinientes se refieren a ella como “señora juez”. “Señora jueza” hubiera resultado un chiste.
Una última y cortita. Por. Este error, porque de un error se trata, proviene del mundo hispanoamericano panchito. Me refiero a la utilización de “por” cuando lo que hay que decir es “durante”. Se ve en todos los vídeos de redes sociales emitidos por hispanoamericanos y bastantes españoles. Frases como “dejar el pastel en el horno por veinte minutos” son la norma, y, francamente, me chirrían los oídos.
En fin, pensaba comentar una decena de palabras, pero lo dejo en seis porque me he alargado demasiado. Quizás en otra ocasión.
Pescador | Jueves, 29 de Mayo de 2025 a las 13:27:46 horas
Y todo esto a nosotros que nos importa si soy latino ono lo soy .el paro las guerras los alquileres el no poder llegar a fin de mes ... Por favor déjate de monsergas .
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