¿‘Síndrome de Diógenes’?
Le dejaba la semana pasada con una terna de preguntas sobre este singular trastorno, descrito fundamentalmente en ancianos y caracterizado por el abandono extremo del autocuidado, la acumulación de basuras y objetos inservibles, cierta auto negligencia, marcado aislamiento social o nula conciencia de enfermedad. Y también con una doble observación, existe un número muy reducido de publicaciones sobre ellos y, es necesario un estudio comparativo más riguroso de los casos, en cuanto a prevalencia, incidencia, mortalidad y comorbilidad con otros trastornos psiquiátricos y somáticos.
¿Quién fue Diógenes? Nacido en la ciudad turca de Sinope, siglo V-IV, sabemos que no se presentaba como sinopense sino como ciudadano del cosmos (cosmopolita) y que hacía gala de una orgullosa independencia apátrida tal vez a causa de su exilio forzoso o su probable condición transitoria de esclavo. Sabemos que tras la muerte de Sócrates sus discípulos, entre ellos Aristóteles y él mismo, se dispersaron dando origen a numerosas escuelas filosóficas post socráticas que continuaron su pensamiento en todas las direcciones. Una de ellas fue la escuela cínica fundada por Antístenes, o por Diógenes según otros, que predicaba el cinismo, pensamiento que entre otras máximas abogaba por la abolición de la esclavitud y la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Por cierto, en ‘La escuela de Atenas’ (1510-12) el fresco del renacentista Rafael podemos observar en el centro a Platón (con ropa púrpura y roja), a su izquierda Aristóteles (llevando ropa ocre y azul) y, tumbado en las escaleras unos escalones más abajo, algo alejado y como ajeno a todo Diógenes (con túnica azul).
Anecdotario diogénico. Sobre cómo nuestro hombre llevó a la práctica el ideal del sabio representado por el cinismo, con su permiso, le ofrezco una serie de sucedidos y quisicosas. Como el que se recoge en El mundo de Sofía (1991), donde se expone de forma lacónica una de las bases del cinismo utilizando una anécdota de Sócrates: “Se cuenta de que una vez [Sócrates] se quedó parado delante de un puesto donde había un montón de artículos expuestos. Al final exclamó: ‘¡Cuántas cosas que no me hacen falta!’”. O los otros muchos de los libros del doxógrafo Diógenes Laercio, sí un tocayo, donde nos cuenta que “el cosmopolita” entre sus escasas pertenencias tenía una colodra (cuenco) para beber agua, la misma que desechó al observar a un muchacho bebiendo agua de sus propias manos; un óleo de finales del siglo XVIII, ‘Diógenes lanza el cuenco’ nos lo muestra; un magnífico ejemplo de vida cínica. También es muy conocida la anécdota que lo vincula con el Sol y nada menos que Alejandro Magno, al parecer, mientras el filósofo tomaba el sol plácidamente en su tonel, se le dirigió el rey macedonio: “Yo soy Alejandro Magno”. A lo que el filósofo contestó: “Y yo, Diógenes el cínico”. Entonces el monarca le preguntó de qué modo podía servirle y el filósofo replicó: “¿Puedes apartarte para no quitarme la luz del sol? No necesito nada más”. Se cuenta que quedó tan impresionado con el autodominio del cínico que se marchó diciendo: “Si yo no fuera Alejandro, querría ser Diógenes”. Existe un tapiz de seda de algodón con hilos de seda y oro del siglo XVII, ‘Diálogo entre Alejandro y Diógenes’ que recoge esta supuesta escena.
Contradicciones históricas. De estos y otros escritos se desprende la realidad sobre el estilo de vida misantrópico y solitario del filósofo, quien adoptó y practicó hasta el extremo los ideales de privación e independencia de las necesidades materiales; vamos lo que se conoce como cinismo clásico, del todo alejado de las características del síndrome al que, posteriormente, han asociado su nombre vaya a saber usted por qué razón. Por decirlo resumido y “cultureta”, el cinismo persigue la virtud (areté) hallando en la autosuficiencia (autarquía) la clave de la felicidad (eudaimonia). Es cierto que Diógenes propugnaba no poseer nada, no ser esclavos de las cosas y vivir libres, pero no fue en absoluto un acumulador solitario, desnudo y compulsivo, nada más lejos de la realidad. Él concurría diariamente al Ágora en busca de compañía, y anécdotas como la del cuenco de agua ilustran lo opuesto de su filosofía con el síndrome psiquiatra tal como lo conocemos coloquialmente. Para más inri recordará que cuentan de él que vivía en un tonel, bueno pues, ironías de la vida, hasta donde sé en su época aún no se habían inventado los toneles, aparecieron con posterioridad gracias a los galos.
Conclusión. Todo apunta a que el síndrome está mal denominado, al confundir la actitud austera y sobria de la existencia del sinopense, con un desarreglo mental que en su comportamiento patológico se aproxima más a la imagen tradicional del avaro. Al parecer su “abandono extremo” de los textos, una apariencia personal de miseria de la que no mostraban vergüenza, fue sencillamente la excusa para utilizarlo como epónimo, incluso sin que se conociera su apariencia personal real. Un estudio intelectualmente deficitario en el que se descuidaron sus aportaciones histórica-filosóficas, se realizó un análisis e interpretación de los datos digamos somero y se concluyó la elección del nombre de manera superficial basada en la miseria. Toda una irónica contradicción que además desechó con cierta arrogancia el conocimiento existente. ¿Continuará?
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FUENTE: Enroque de ciencia












Hermano Lobo | Miércoles, 14 de Mayo de 2025 a las 20:22:53 horas
Sí, por favor que continue.
Saludos.
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