Otro 23 de abril
Día del santo. Con el que conmemorábamos el pasado miércoles a San Jorge de quien ya como hombre no sabemos a ciencia cierta ni siquiera si existió, así que mucho menos es lo que conocemos de sus supuestos martirio, leyenda y santidad, pero el caso es que ahí está y vuelve cada año, es lo que tienen las credulidades humanas para las que de nada sirven ni las pruebas ni sus ausencias, que esa es otra. De él, Jorge de Capadocia, dicen que fue un soldado romano nacido hacia el 275 en Palestina, muerto el 23 de abril de 303 y, lo mismo que le digo que su historia, en el mejor de los casos, es más que dudosa, tampoco les oculto la pronta y fervorosa veneración que como mártir comenzó a tener entre la gente. Tanta que en el 494 ya fue canonizado por el papa Gelasio I, y si bien todo apunta a que lo hizo sin tener todas consigo, este Santo Padre llegó a decir de él: “…es uno de esos hombres justamente reverenciados, pero cuyos actos sólo son conocidos por Dios”. O sea, que sí pero no, que no, que no. Recibido mensaje, Vaticano. Una sombra de duda santera que no fue óbice para que, a lo largo de la Edad Media, su popularidad siguiera creciendo, de hecho, hasta en el mundo musulmán fue venerado en un claro fenómeno de sincretismo. Una piadosa historia la de San Jorge que, de forma sorprendente, ya en el siglo IX se mezcla con otra en la que intervienen un valeroso caballero de brillante armadura y brioso corcel, un dragón malvado y flamígero y una dulce princesa en peligro. Sí, la leyenda de San Jorge, el probable origen de todos los cuentos de hadas que sobre princesas y dragones en Occidente han sido, son y serán. Un santo pues para enamorados y un hilo del que tirar.
Día del caballero, los dulces y el ramo de flores. Éste es el Sant Jordi de los catalanes que desde el siglo XV se celebra el 23 de abril y en el que era habitual obsequiar a las damas con dulces y un ramo de flores. Un día pues para el amor terrenal, que no divino, dado que hace cincuenta años, en 1969, y visto lo visto con el dragón y la princesa, el papa Pablo VI lo bajó del santoral; a diferencia de su predecesor él sí las debía tener consigo, aunque tampoco del todo porque, el hecho de si era santo o no, la verdad es que lo dejó a la opción de cada cristiano. Sí, lo que lee, que cada uno creyera lo que quisiera, vino a decir este otro Santo Padre, como poniéndose de perfil frente al asunto de la santidad jorgiana. Una decisión bien rara, o quizás no tanto si lo piensa, y verá por qué le digo esto. Resulta que, como ahora sucede, por un lado, iba la Iglesia mandando cumplir sus creencias y, por otro, la devoción popular iba haciendo con ellas lo que le parecía mejor; y dado que la fe en el santo (o no santo) no decaía y las donaciones en los conventos no cesaban de llegar, ¿quién era nadie, verdad, para afirmar algo categóricamente? No, nadie es nadie. Sabido es por la ley Campoamor que “en esta vida, nada es verdad ni nada es mentira pues todo depende del color del cristal con el que se mira” o que “poderoso caballero es don dinero” por la vía quevediana. Pues visto así, a lo mejor no fue tan rara la decisión, no en vano la sentencia bíblica nos advierte de que hay que dar cada uno lo suyo, tanto al Cesar como a Dios.
Día del santo, la rosa y el libro. Pero no quedó la cosa ahí. Allá por 1926, y en Cataluña, la fiesta del 23 de abril se mezcló con el Día del Libro en un vínculo que hizo cambiar algo las costumbres, pues trajo algunas novedades. Una de ellas social, de un lado, el hombre ya sólo regalaba una rosa a la mujer, en vez de un ramo de flores y dulces (¿será cierto aquello de que “la pela es la pela”?) y del otro, como contrapartida a la rosa, las mujeres regalaban un libro a los hombres. Otra de las novedades es de naturaleza calendaria, ya que se cambió de fecha al 7 de octubre por ser éste el día del nacimiento de Miguel de Cervantes; el rey Alfonso XIII firmaba un real decreto por el que el 7 de octubre de 1926 pasaba a ser el día de la Fiesta del Libro Español. Una acertada elección sin duda, al tratarse de un escritor bien relacionado con Barcelona, ciudad a la que dedicó elogios en su ‘Don Quijote de la Mancha’ y donde hace que su protagonista visite una imprenta. Pero la verdad es que el nuevo emplazamiento octubrino para el librero día no tuvo mucho éxito y en 1930 se trasladó otra vez al 23 de abril, día éste del fallecimiento cervantino. Lo que también venía al pelo, aunque habría mucha tela que cortar de este telón obituario, pues el “manco” en realidad no murió ese día. De lo que no cabe duda es que el Día del Libro se celebra en todo el mundo cada 23 de abril desde que la UNESCO, en 1995, lo fijara como jornada universal, estamos pues de trigésimo cumpleaños. Un día que tiene como objetivo apoyar la creatividad, diversidad e igualdad de acceso al conocimiento, así como simbolizar un homenaje tanto a la literatura como a la industria editorial, mostrando su defensa del libro y del derecho de autor, que esta es otra, aparte de la del juego de fechas, natalicias y obituarias.
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FUENTE: Enroque de ciencia
Hermano Lobo | Miércoles, 30 de Abril de 2025 a las 11:10:10 horas
Como siempre, ilustrativo, ameno; y divertido hoy por la historia del santo no santo, que induce a la sonrisa y la risa.
Saludos.
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