Contra el perroflautismo
Los libros, la ficción, y la bofetada que nos pegan Franco y la URSS
por Balsa Cirrito
Me dice la compañera que se encarga de la biblioteca del instituto donde doy clases que el número de alumnos que solicita libros – lecturas obligatorias aparte – ha sufrido una caída que casi podíamos llamar dramática. Se pueden contar con los dedos de una mano mutilada los chicos, en este caso casi siempre chicas, que toman libros por gusto personal. Dicen algunos que ahora se venden más libros que nunca, pero dudo mucho que se lean.
Por supuesto, para los que somos de otras generaciones, se trata de un dato triste e incomprensible, pero tiendo a pensar que los libros, sencillamente, no cumplen función alguna en la vida de los más jóvenes. Los libros han pasado a ser artefactos inútiles, testigos aburridos de épocas ya pasadas. En la Edad Media, pongamos por caso, los libros solían ser muy largos, prolijos y, por decirlo de algún modo, enciclopédicos. Con esto último me refiero a que como había pocos, se aprovechaba cada uno de ellos para hablar cualquier asunto posible, y toda obra – o casi - incluía partes narrativas, poéticas, didácticas, filosóficas, históricas o lo que se pusiera a tiro. Hoy en día nos fastidiarían mucho libros semejantes, pero entonces era lo más chachi. Sospecho que a la mayoría de los jóvenes actuales les aburre no esos, sino cualquier tipo de libro. ¿Se puede hacer algo contra esto? Ojalá me equivoque, pero me temo que no. El verbo leer no admite imperativo: si alguien no quiere leer no leerá, y si los libros terminan desapareciendo será porque han cumplido su función hasta agotarla, igual que los molinos de agua o los coches de caballos.
Pero intuyo que este despego de los jóvenes por los libros es indicativo de algo todavía más extraño, como que le han vuelto la espalda a cualquier tipo de ficción. Entre mis alumnos del instituto abundan los que no es que no lean libros, sino que tampoco ven películas o series. Pasan. Y esto sí que resulta raro, porque dejar que la fantasía nos invada, permitir que nuestros sueños se enriquezcan con los hechos de los héroes de ficción es – o hasta ahora había sido – una satisfacción constante de todos los humanos. Los aedos y rapsodas griegos que cantaban las hazañas de los dioses, los juglares que narraban los hechos de los héroes, los teatros europeos que representaban aventuras, conflictos y tragedias, la radio que emitía seriales, los cines que pasaban películas, la televisión que alargaba nuestro placer en las series a veces interminables, todo esto parece destinado a irse a tomar por saco (y Vanzetti).
Y lo paradójico del asunto es que probablemente este rechazo a la ficción se produzca por hartazgo. Tienen los jóvenes tantas posibilidades de conseguir cualquier tipo de material de ficción que han terminado despreciándola.
Pero avanzo por territorios más oscuros. A esto debemos añadir una consecuencia lateral: el fin de la cultura, al menos como la hemos conocido hasta ahora. El nivel cultural de la juventud ha caído a valores subterráneos. Existe, además, no solo una notoria ignorancia, sino un marcado desprecio por el hecho cultural, sustentado en un rechazo intenso a todo lo que tenga más de diez años. Y lo triste de esta cuestión es que se trata de una conquista democrática.
Últimamente me ha dado por bichear en los inmensos fondos del archivo de RTVE Play, y motivos tengo para llevarme las manos a la cabeza de espanto. Navegando por El teatro en RTVE, abro la boca de asombro, tanto como para que una cigüeña ponga en ella su nido. Miro los títulos de las obras y casi no doy crédito. Autores difíciles como Esquilo, Sófocles, Eurípides, Lope, Calderón, Racine, Shakespeare, Pirandello, Ionesco o Buero Vallejo, con obras que hoy no habría huevos de emitir ni en la 2 a partir de las doce de la noche, aparecían en los años sesenta y setenta en horario estrella televisivo. Se lo comenté a un amigo y me dijo: “¡Hombre! ¿Qué me vas a contar? Yo recuerdo de niño a mi madre hablando por la mañana con la mujer que hacía la limpieza en la casa sobre una obra de Tirso de Molina que habían puesto la noche anterior, y las dos comentaban el argumento como si fuera una telenovela”.
Quiero decir con esto que, contra lo que a veces se dice, la democracia mata la cultura. En tiempos de Franco la cultura seguramente era menos diversa, pero, desde luego, estaba más extendida, porque la dictadura la respetaba y la promocionaba, aunque fuera a regletazos. Y no se trata de algo exclusivo de una dictadura de derechas como la española. En la Unión Soviética, el respeto era aún mayor. Un día normal de entre semana, en el prime time de la televisión soviética cascaban lo mismo un concierto de Tchaikovski que una de esas larguísimas y sesudas películas históricas llenas de monólogos que rodaban los rusos de aquellos tiempos.
Voy llegando al final. El conocimiento, la cultura, el saber, son procesos arduos, actividades que necesitan voluntad y tesón, y en un mundo como el que vivimos, que desprecia constantemente el esfuerzo, es lógico que triunfe una sociedad casi iletrada, anestesiada por el exceso de estímulos que la lleva a no saber nada.
¿Y qué nos ofrecen a cambio en esta era de silicio y tiktokers? Pues es curioso, pero lo que nos ofrecen son identidades. Nos ofrecen pertenecer a grupos que defienden simulacros de ideología (inclusión, patria, diversidad...) que son los que crean la mitología, la patética mitología de este tiempo. Francamente, y que nadie se amosque, entiendo que hemos pegado un bajonazo desde los días de Homero... Aunque miento, nos queda otra mitología, que es la futbolística. Y como era una mitología casi exclusivamente masculina, vemos ahora los titánicos, los increíbles esfuerzos que se realizan para inyectarla a las mujeres. Y es que, ya se sabe, nunca somos lo suficientemente estúpidos. Y no será porque no lo intentamos.



































roteño | Jueves, 13 de Marzo de 2025 a las 08:00:48 horas
Una observación al comentario de respuesta del articulista a su antiguo alumno: un cristal en forma de tetraedro muestra toda la gama de colores del espectro de la luz por aquello de la refracción. Tómese en sentido literario dicha información.
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