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Carlos Roque Sánchez
Sábado, 15 de Febrero de 2025

Amor bioquímico: “Mariposas en el estómago” y dopamina

[Img #247478]“Mariposas en el estómago”. No es la primera vez que por estas fechas febrerinas y enamoradizas, viene este a este negro sobre blanco sabatino y roteño el intenso sentimiento del amor tan propio del ser humano. Y lo ha hecho desde diferentes puntos de vista si bien hoy, ya lo ve en el titular, me decanto por la ladera de la ciencia para desde ella enfilar a tres hormonas que podemos considerar son la razón de que nos enamoremos sea a primera, a segunda o a tercera vista, que eso no hace al caso. Estoy convencido de que le resultaría más atractivo y reconfortante pensar en la popular y poética sensación de tener “mariposas en el estómago”, ya me entiende, pero es que, perdone que le fastidie la idea, los agitados lepidópteros estomacales no son más que la involuntaria sensación física causada por una reducción del flujo sanguíneo en dicho órgano. Una que viene motivada por la liberación de adrenalina en una reacción química que aumenta la frecuencia cardíaca y la presión arterial y, como consecuencia, un mayor envío de sangre a los músculos.

 

En términos fisiológicos, estamos ante la activación del sistema nervioso simpático y la estrecha conexión entre cerebro e intestino, y sí, es habitual en la etapa de enamoramiento entre otras más emociones humanas. Pero no es su causante una mirada cálida e intensa, una lenta y suave caricia o un beso tierno y apasionado, no, lo que en realidad está detrás de la emoción amorosa, la que mueve los hilos que hacen que se enamore y pase lo que pase, sea lo que esto sea, es la bioquímica de tres hormonas que componen el conocido como “cóctel de la felicidad”. Ojalá no tuviera que decírselo o, en su defecto, recordárselo, pero esa agradable sensación de mariposeo en el estómago no existirá siempre, sólo estará con nosotros al principio del enamoramiento, ante el desconocimiento y la incertidumbre de lo que sentimos; por desgracia o no, nunca se sabe, conforme vamos tratando y conociendo a nuestra pareja, el cosquilleo desaparece, es lo que tiene. Con su permiso intento explicárselo de mano de la ciencia, de cuál si no. Somos física y química’ que nos dejó dicho nuestro nobel asturiano, por cierto, con una céntrica pero humilde calle en la villa, la que empieza en la avenida San Fernando y termina en la calle Virgen de los Reyes, seguro que ha pasado por ella sin fijarse mucho.

 

Dopamina. O de la atracción y la recompensa. Este pequeño neurotransmisor, fundamental en el sistema de recompensa cerebral, es el auténtico protagonista del primero de los pasos del amor. Un sistema ubicado en el circuito mesolímbico, responsable de generar y producir placer y motivación cuando una persona experimenta algo de lo que disfruta, sea leer, comer, escuchar música, beber o, ya se lo imagina, enamorarse. Todo ocurre más o menos así. Cuando vemos a alguien que nos atrae, nuestro hipotálamo activa la síntesis y liberación de dopamina en el núcleo accumbens, una región cerebral estrechamente asociada al placer y a la recompensa; una síntesis que realiza a partir de un aminoácido, la tirosina, que se convierte en L-DOPA, antes de transformarse en la dopamina funcional. Y con dicha síntesis llega la euforia, la energía, el deseo, la fijación y el comportamiento adictivo, ojo al dato, junto a alguien que nos gusta, sentimos una gran emoción, que nuestro cerebro asocia al placer, incitándonos a buscar más y más su compañía.

 

Unos patrones de comportamiento similares a los observados en la adicción a sustancias como la cocaína, no en vano el circuito de recompensa se activa de manera parecida; para no pocos es la “hormona de la felicidad”. Además, esta relación de la hormona con el mecanismo de la motivación y el sistema de recompensa es también el causante de que seamos más o menos competitivos, de que nos esforcemos por cumplir objetivos o de que nos defendamos ante un peligro físico. Y por si le parece poco lo implicado en la fase dopamínica, sepa que es solo la primera de una terna pues resulta que con el tiempo el cerebro deja de liberar grandes cantidades de dopamina en respuesta a la misma persona. A todo se acostumbra uno. Lo que nos lleva a un estado de amor más independiente, estable y, por qué no, más sano; y como las estaciones astronómicas, que duran justo lo que tarda en llegar la siguiente, entra en suerte bioquímica, una nueva hormona. ‘El amor, ese estado de imbecilidad transitoria’, al decir orteguiano de nuestro filósofo, quien, ya de la que va, también tiene en su honor una calle rotulada con su nombre en la villa, la que está comprendida entre las calles Menéndez Pelayo y Gustavo Adolfo Bécquer. 

 

Oxitocina. O del apego emocional. Conforme avanza la relación en la pareja, la inicial euforia causada por la dopamina disminuye dando paso a una nueva sensación, ésta de conexión y apego, que es mucho más profunda. Es una situación de estabilidad emocional protagonizada por la oxitocina, una neurohormona producida en el hipotálamo y liberada por la hipófisis posterior. (Continuará)

 

CONTACTO: carlosroquesanchez@gmail.com 

FUENTE: Enroque de ciencia

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