Contra el Perroflautismo
Sí (una historia real)
por Balsa Cirrito
Yo me encontraba en Madrid y había subido a un tren con destino Bilbao. Poco antes de ponernos en marcha se sentó a mi lado una mujer. Tenía 52 años, según me dijo después, aunque su aspecto era de haber cumplido alguno más. Mi primera impresión fue de que procedía de algún lugar de Hispanoamérica. En estas circunstancias suelo ser frío y cortés, abro un libro y trato de impedir que nadie entable conversación conmigo, sea mi acompañante de Bolivia o sea de Valladolid. Sin embargo, el viaje de Madrid a Bilbao dura más de seis horas, con lo cual la conversación era inevitable. Ahora me alegro.
Mi compañera resultó de una locuacidad y sinceridad extraordinaria. Era colombiana, y procedía de una de las zonas más pobres y atrasadas de su país; habida cuenta de lo que me contó, la creo. Por ejemplo, en su pueblo tenían un remedio para el sarampión que produce pesadillas. Según me explicó, exprimían boñiga de vaca sobre leche que luego hervían. El brebaje resultante se lo daban de beber al niño enfermo que – sorprendentemente para mí – se curaba. Espero que por lo menos le pusieran azúcar.
Ella era de una familia muy pobre, lo cual en ningún lado es una ventaja, aunque si pensamos lo que supone nacer en una familia pobre en la región más pobre de un país pobre, nos podemos hacer una idea. A los nueve años sus padres le dijeron que tenía que abandonar el colegio (si no entendí mal, en aquel lugar y en aquella época, la educación era de pago), por lo cual mi compañera de viaje, comenzó a agenciarse pequeños trabajillos para pagarse los estudios.
Sin embargo, cuando tenía dieciséis, se quedó embarazada. El embarazador era un hombre de buena casta, criollo muy blanco y con una familia que desde el primer momento despreció a mi nueva amiga. De resultas, no se casaron, pero no por ello dejaron de seguir procreando. Hasta seis criaturas trajeron al mundo (lo cual hace preguntarse si Durex no tiene una filial en Colombia). En ese tiempo, nuestra heroína siguió con su afán de progresar en la vida. Trabajando por las mañanas y estudiando por las tardes logró convertirse en auxiliar de enfermería; y trabajando en un hospital y estudiando cuando podía, consiguió el título de enfermera.
La vida comenzaba a sonreírle, y mi amiga de viaje se agenció un buen empleo como enfermera en un hospital. Es más, su amante criollo accedió al fin a casarse con ella. Sin embargo, en la casa del pobre siempre llegan las penas, incluso cuando se deja de ser pobre. Un día llegó a su casa y escuchó a su marido hablar por el móvil. Se trataba de una videollamada, y mi compañera de viaje creyó que el marido hablaba con su segunda hija. Sin embargo – ya se lo habrán imaginado – no era así, sino que el embarazador tenía una amante jovencita. Nuestra enfermera, habida cuenta de su situación familiar, optó por hacer de tripas corazón, y fingió no haber visto u oído nada, pero no le valió de gran cosa, ¡ay!, ya que al poco tiempo el marido la abandonó por la tierna muchachita.
En tal tesitura, mi amiga colombiana entró en una grave crisis personal. Tenía alguna lejana familia en España que le dijo que en nuestro país se abriría camino, aunque seguramente no le dijeron lo duro que iba a ser. Dejó a sus hijos – algunos de los cuales ya eran bastante mayores, incluso estaban casados – a cargo de algún deudo y – con más valor que el Guerra – se vino para acá.
Aterrizó en nuestro país unos meses antes de la pandemia, y encontró acomodo cuidando a una persona mayor casi impedida. Le pagaban un sueldo tirando a cochambroso (600 euros), y no estaba asegurada, pero comoquiera que se hallaba pensionada y vivía en casa de la persona que cuidaba, lograba ahorrar dinero para enviarlo a Colombia.
(Sé que me estoy haciendo un poco largo, y que esto casi parece una novela corta, pero no veo por dónde atajar). (Prosigo).
La mujer anciana que cuidaba murió, y mi amiga se quedó sin acomodo. Comenzó una época realmente dura. Dormía en una especie de casa de acogida, y el poco dinero que conseguía lo ganaba ofreciéndose a personas mayores a llevarle la compra a casa, para lo cual se apostaba a la puerta de los supermercados.
Finalmente, le salió otro empleo, también de cuidadora de una anciana. Ahora le pagaban 700 euros, y tampoco la tenían asegurada. Sin embargo, fue su momento de suerte. Vecinos de la mujer que cuidaba eran una pareja de gais con los que terminó entablando gran amistad. La pareja gay tenía un negocio de arreglo y cuidado de uñas que le iba así, así. Sin embargo, Dios siempre alumbra para los buenos. Por una feliz casualidad, uno de los trabajos que mi compañera de viaje ejerció en su Colombia natal fue el de manicura, y comoquiera que en aquel país las mujeres son unas auténticas frikis del arreglo de uñas, nuestra amiga tenía por un lado experiencia y, por otro, ideas nuevas. De alguna manera logró convencer a la pareja que la contrataran para su negocio.
Y fue un buen día para todos, porque el negocio, que no es que fuera mal, pero sí que languidecía un poco, experimentó un auténtico bum con los diseños de la nueva manicura colombiana. Un pelotazo. Todo el barrio estaba loco con la colombiana. Hasta dónde llegarían las cosas que la pareja gay, temerosa quizás de que quisiera establecerse por su cuenta, le ofrecieron hacerse socia de la empresa.
Desde entonces, las cosas le van bien. Se ha traído a dos de sus hijos. Un chico suyo se ha ido a vivir con una española y trabaja como mecánico en algún lugar del norte. También ha venido a vivir con ella una de sus chicas, que ya jura que quiere casarse con un español y quedarse en nuestro país. Y mi amiga colombiana disfruta al fin de algunos lujos que siempre le habían estado negados, por ejemplo, viajando tanto cuanto puede.
Y hasta aquí la historia. No quiero hacer demasiados comentarios, pero no me resisto a uno. Cuando hay voluntad de integración se pueden superar todos los obstáculos. Tiene que haber un poco de suerte, desde luego, pero lo fundamental son las ganas. ¿Me entienden?
PD. Esta historia es real, pero contiene una mentira. Quien subió al tren no fui yo, sino mi hija, que ha sido quien me ha contado la historia (repetidas veces para yo poder escribirla). Lo menciono por razones de verosimilitud, ya que es más normal que una mujer se confiese con otra mujer. Opté por situarme en la narración solo para que esta tuviera más vivacidad.



































A Roteñe | Lunes, 02 de Diciembre de 2024 a las 08:59:44 horas
De veras que aquí no me he enterado si va a favor o en contra de los moros.
Puede indicar si es usted facha o rojo en el título o algo?
Muchas gracias
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