Arthur Conan Doyle. Entre médico y escritor
22 de mayo de 1859. Aunque algo pasado de día y mucho más de mes, no quiero que me suceda lo mismo con el centésimo sexagésimo quinto (165.º) aniversario del nacimiento del padre putativo de Sherlock Holmes, el escritor y médico edimburgués Arthur Conan Doyle (1859-1930). Que primero fue doctor a bordo de diversos barcos y después oftalmólogo en tierra firme cuando en 1907 abrió consulta en Londres y a la que, según confesión propia, no acudió ni un solo paciente. Una forzada inactividad profesional que le empujó a escribir durante las muchas horas muertas, numerosos relatos que enviaba a las revistas a fin de completar sus escasísimos ingresos; las mismas que al principio le rechazaban pero que, poco a poco empezaron a aceptarle. También leía mucho, siendo un asiduo tanto de los relatos de E. A. Poe como de los de Wilkie Collins, auténticos precursores del detectivismo y el género policiaco; ellos sin duda influyeron en el germen de la idea de quien se autodenominó “detective consultor”, el inefable Sherlock Holmes, y que se sustanció en Estudio en escarlata (1887), su primera entrega, pero siendo solo un relato más, sin mayor trascendencia, pero claro eso fue al principio, después el asunto como que se le escapó un poco bastante de las manos. Y si bien no se puede decir que de entrada llamara la atención del público, lo cierto es que en un pispás se convirtió en un éxito tan espectacular de venta, que hizo de él el autor mejor pagado de su época y, con el tiempo, del lógico, intuitivo y ambiguo detective un auténtico icono cultural.
‘Una vez es casualidad. Dos, coincidencia. Tres, acción enemiga’
Pero Doyle siempre tuvo unas aspiraciones literarias más elevadas desde que, siendo estudiante de medicina y con 20 años, escribía historias de ficción la vez que publicaba sus primeros artículos científicos en la British Medical Journal, estamos en 1879. Que ya de la que va y si me permite la licencia divulgativa, es el año de nacimiento del relativista físico germano Albert Einstein, el del desarrollo de la primera bombilla eléctrica del estadounidense T. A. Edison, y el de fallecimiento del científico escocés J. C. Maxwell autor de la Teoría Electromagnética (TEM). Ah, y el de esa tarde que llegaron hasta los mismos pies de la Torre del Oro un grupo grande de delfines que había remontado, probablemente extraviados y a favor de marea, el río Guadalquivir desde Sanlúcar de Barrameda. Aquí se entretuvieron en hacer piruetas y cabriolas ofreciendo un fabuloso e insólito espectáculo a los sevillanos que, ni decirles tengo, se agolparon en las orillas de la arrabalera calle Betis y del sevillano balcón del Paseo de Colón para, asombrados, ver el prodigioso sucedido fluvial. Y entre los espectadores estaba Demófilo, quien allí mismo vería por primera vez a una muchacha con la que se terminaría casando y sería madre de sus seis hijos, entre ellos los poetas Antonio y Manuel o Manuel y Antonio. Curiosamente, así evocaba por escrito Antonio, el segundo de los hermanos, el encuentro fluvial de sus padres, una historia de cuando no solo él no estaba aún en el mundo, sino de cuando ni siquiera existía a nivel de proyecto en la mente de sus padres. ‘Fue una tarde de sol que yo he creído o he soñado recordar alguna vez’.
Autor de altos vuelos y amplios horizontes
Volviendo al irlandés le decía que, literariamente hablando, nunca se planteó ser solo un autor de historietas por entregas en las revistas, por muy popular que lo hiciera y muy bien pagado que estuviera, por el contrario él quería ser uno de los grandes nombres de la literatura británica como Charles Dickens, su amigo Stevenson y sobre todo Walter Scott, padre de la novela histórica y primer autor que tuvo una verdadera carrera internacional. Uno de esos grandes intelectuales, a caballo entre el siglo XIX y el XX, paradigma de la época victoriana como Chesterton, Kipling o Stoker, de ahí que sea abundante su obra y esté relacionada con multitud de temas: desde relatos de fantasía, horror y ciencia ficción; hasta novelas históricas, obras de teatro y crónicas; pasando por poesía y temas paranormales. De todo como en botica. Escribe aventuras de arqueros y soldados medievales como en Sir Nigel, crea muy buena ciencia ficción como en El mundo perdido, en la que se inspirará la saga de Jurassic Park o aborda temas sobrenaturales, corriente ineludible en la novela victoriana interesada por los fantasmas y el espiritismo, que viene propiciada en buena parte por la Segunda Revolución Industrial, dados los avances científicos y tecnológicos desarrollados en la época como, por ejemplo, los rayos X (1895). No olvidar que a finales del siglo XIX la sociedad creía que los espíritus existían, la cuestión era solo cómo contactar con ellos, encontrar un medio de comunicarse, que es lo que explora Doyle en sus escritos. ‘La vida es infinitamente más extraña que todo lo que la mente del hombre pueda inventar’. (Continuará)
CONTACTO: [email protected]
FUENTE: Enroque de ciencia
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