Contra el Perroflautismo
Porky, rey de España
por Balsa Cirrito
Al volver al trabajo en septiembre, todo el mundo cuenta su viaje de vacaciones. Y, ya se sabe, ahora no basta con ir a la sierra de Cazorla, a Toledo o a ver la Giralda, hay que salir al extranjero para cumplir con nuestro deber con la sociedad. Así, uno cuenta que ha ido a Alemania, otro a Austria, aquel a Holanda y el de más allá, a Rumanía. Escucho a mis compañeros y todos vuelven diciendo lo mismo: ¡qué limpio está este u otro país! El colega que fue a Rumanía vino muy sorprendido, porque pensaba que iba a encontrarse con una tierra sucia y descuidada, y nada de eso, sino ciudades limpias como hospitales privados.
En mi caso, he ido dos veces este verano a Bélgica, país al que, por motivos familiares, acudo tres o cuatro veces al año, y del que siempre retorno con cierto complejo de nativo de tierra guarra. España, en general, es tirando a puerca (me refiero, por supuesto, a sus calles, no a sus personas, que en eso los extranjeros igual no son tan finos), y me atrevería a decir que la provincia de Cádiz está entre las más cochambrosas de España. Lo digo porque no creo que se trate de un mal andaluz (quizás los pueblos más aseados de nuestro país los he contemplado en la provincia de Córdoba), sino específicamente gaditano; solo he visto tanta cochambre en algunos lugares de Extremadura, que también van listos. (El norte de nuestro país, sin embargo, es más limpio. Oviedo, por ejemplo, ha ganado una distinción como “la ciudad más limpia de Europa”. Estuve allí este invierno y puedo decir que se merece el galardón.)
Dentro de la provincia, por supuesto, hay grados, Rota, sin ser ni remotamente comparable con lo que suelo ver en Bélgica, es de lo menos malo, o, si lo prefieren, de lo mejor. Pero en nuestra provincia tenemos auténticos paraísos de la mugre: El Puerto de Santa María, donde he vivido muchos años, parece en perpetua huelga de basureros. Jerez, en cuanto salimos de una decena de calles del centro, se asemeja en casi todo al Tercer Mundo, lindando con el cuarto. Chipiona… Este fin de semana pasado anduve por Chipiona, donde hacía tiempo que no iba, y sentí mucha pena por nuestra población hermana (lo de “hermana” juro que no es recochineo) (y cuando digo recochineo juro también que no realizo ninguna asociación con la palabra cochino).
Es curioso que Cádiz sea en la actualidad tan sporca. En los tiempos de la invasión francesa, cuando todo lo más granado de la nación española se había refugiado en Cádiz, los foráneos flipaban con la limpieza de la que entonces fue llamada Tacita de plata. Quizás tenga que ver con que Cádiz, en aquellos días, era seguramente la ciudad más próspera y rica del mundo (¡quién lo diría ahora!). Una de las cosas que más sorprendía a los buenos madrileños, valencianos, barceloneses o vizcaínos era la existencia de las aceras. Las aceras entonces no se conocían prácticamente en el resto de España, y concedían a la ciudad un aire muy moderno y sofisticado (no deja de ser curioso que en la actualidad la sofisticación sea exactamente lo contrario, y que todas las ciudades pugnan por la eliminación de las aceras, como vemos en Rota en la muy afortunada y bonita remodelación de la avenida María Auxiliadora).
¿Y por qué ocurre esto, que en la provincia de Cádiz haya tanta afición a las calles porcinas? ¿Es la educación? Pues yo diría que no. Cuando entro en un colegio de primaria veo que es muy raro encontrar un papel por el suelo. Se ve que los maestros amenazan a los niños con colgarlos de un abeto si tiran basura (es la mejor forma de convencerlos), porque los centros escolares suelen estar impolutos. Llegamos al instituto y, no se sabe bien por qué, los adolescentes empiezan a olvidar lo aprendido, y aunque aún no son dignos ciudadanos de Cádiz la sporca, ya vemos que apuntan maneras. Cando terminan los estudios, los honrados jóvenes de muchos pueblos de la provincia de Cádiz enloquecen, y se convierten en expendedores de paquetes de patatas fritas vacíos, latas de cerveza sin cerveza, chicles escupidos, y colillas de tabaco rubio sin pisar. Todo depositado en el suelo de las calles, que por eso de que las calles son de todos, viene a ser lo mismo que decir que no son de nadie.
¿Tenemos solución? Pues no estoy seguro, porque, en el fondo, esta tendencia nuestra obedece a una corrupción moral que no sé por qué ha arraigado con más fuerza en Cádiz. Es la que hace que nuestra tierra sea abanderada de los enjuagues y los fraudes al estado, tanto por parte de los empresarios como de los trabajadores. Ya lo dije antes, si la calle no es de nadie, me la sopla como esté. Lo cual me lleva a pensar que igual sí conozco la solución: prosperar. Si fuéramos una tierra más próspera seguro que seríamos más cívicos y aseados con nuestras calles. Pero desde hace mucho tiempo parece una misión imposible, y da igual quien gobierne. Hace unas líneas decía que a la altura de 1800 Cádiz (y su entorno) era sin duda la ciudad más rica de Europa y posiblemente del mundo. Dudo mucho que vuelvan esos días.
Solo me queda un consuelo: hace un año viaje por Portugal y la limpieza de sus calles era todavía peor. Ya lo dice la canción, Menos mal que nos queda Portugal.































Dios | Viernes, 20 de Septiembre de 2024 a las 11:25:11 horas
Para de hacer esto balsa si no el señor te castigara
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