Contra el Perroflautismo
Queremos fo**ar, queremos fo**ar... el poder de las palabras
por Balsa Cirrito
Hace muchos, muchos años, cuando salieron las primeras cámaras de vídeo portátiles, un chico de nuestra pandilla se agenció una. Por supuesto, decidimos hacer una película que, por supuesto también, nunca llegamos a realizar, salvo un par de planos que rodamos en los pinares. No recuerdo prácticamente nada de lo que pretendíamos hacer, salvo una escena que se suponía que era la escena inicial. Era una manifestación. En ella un grupo de chicos y de chicas, armados con pancartas, gritaban con expresión colérica: “¡queremos fo**ar!, ¡queremos fo**ar!”. Evidentemente, la gracia de la cuestión estribaba en lo absurdo de la misma, ya que lo que tenían que hacer aquellos chicos y chicas era ponerse a fo**ar en vez de manifestarse. Entonces nos parecía encantadoramente surrealista. Hoy no tanto.
Lo gracioso del asunto es que si el guion – llamémoslo así – hubiera dicho “queremos hacer el amor”, o “queremos copular”, no hubiera resultado divertido, porque las palabras, aunque a veces se nos olvide, tienen siempre más poder que los mismos hechos. Calificar a alguien de esto o de lo otro termina convirtiéndolo en una categoría, y aunque estamos en un país que abusa de la categorización, prefiero a la gente no etiquetada. Llámenme extravagante.
Por ejemplo, de tanto acusar a alguien de ser facha o ser de extrema derecha, la expresión ha terminado por no tener significado. ¿Qué es ser de extrema derecha? ¿Es lo mismo que ser facha? ¿Es lo mismo que ser conservador? ¿Es lo mismo que ponerse un Lacoste para dormir como las malas lenguas dicen que hace Aznar? Pues yo diría que no.
Hace unos años me dio por mirar la página web del partido de Marine Le Pen, entonces llamado Front National, y lo que más me sorprendió fue comprobar que casi todo su programa económico hubiera pasado perfectamente por el programa de Podemos. Es más, algunas de las propuestas del “ultraderechista” Rassemblement National, que así se llama ahora la agrupación de madame Le Pen, estaban a la izquierda de Podemos y ni Pablo Iglesias hubiera tenido huevos de implantarlas.
Se emplea a menudo la palabra fascista como insulto, y me temo que hoy por hoy carece significado. Por ejemplo, se usa constantemente contra Milei, el presidente de Argentina. Si algo no es Milei, precisamente, es fascista. El fascismo glorifica al estado, y el argentino, justamente, lo que pretende es reducir el estado al mínimo, casi acabar con él. De alguna manera – y por paradójico que suene para algunos – Milei representa el antifascismo.
De hecho, si me preguntaran cuál es el partido más fascista de España contestaría sin vacilar que Esquerra Republicana de Catalunya. Un partido fascista se define por tres características. En primer lugar, cierta tendencia socializante más o menos declarada. En segundo lugar, omnipresencia del estado. Y, en tercer lugar, nacionalismo quasi fanático (me baso para esta definición en la del historiador Íñigo Bolinaga). Sumar y Podemos, por ejemplo, tienen los dos primeros atributos, pero carecen del tercero porque no dicen nada bueno de España ni aunque los ahorquen (en este momento convoco un concurso entre los lectores. Prometo dar un bonito premio a quien sea capaz de mostrarme una cita de un podemita o similar en la que se alabe o defienda a España). Vox es obsesivamente y patológicamente nacionalista, pero es anti estado hasta enseñar los dientes, y su faceta socializante no la tengo muy clara. Sin embargo, Esquerra Republicana cumple bastante las tres condiciones. Lo gracioso es que Rufián, líder de Esquerra, suele llamar fascista a todo lo que se menea. Qué sabrá él.
O la palabra “facha”. Facha se utiliza con mucha frecuencia, pero se utiliza de forma contraria a lo que significa, al menos originariamente. Un facha, para entendernos, sería alguien ultraconservador. De los que leen el ABC, van a misa los domingos, adoran el ejército y detestan cualquier cambio social. Abascal o Milei no son fachas ni de lejos, porque, a su estilo, son revolucionarios y están en contra del orden establecido, de hecho a veces se los llama “anarcoliberales”..
La derecha, creo, no tiene ningún insulto talismán como la izquierda: Hablan de “rojos”, pero, dejando aparte que a la mayoría de los izquierdistas les importa un pito que los llamen rojos (es más, se autodefinen como tales, caso del Canal Red de Pablo Iglesias), lo cierto es que llamar a alguien rojo como insulto casi define más a quien lo lanza que a quien lo recibe, puesto que tiene un aroma penetrante a antigualla y guerra civil.
En todo caso, a menudo se utiliza la palabra progresista casi como ofensa, lo cual, la verdad, parece bastante absurdo, porque casi nadie se opone al progreso. Claro que la etiqueta de “progresista” se la han adjudicado con alegría algunos partidos de izquierda o nacionalistas, y, ya se sabe, cuando uno se describe a sí mismo suele mentir. Los partidos que sostienen al gobierno se consideran “el bloque progresista”, y yo me descojono, porque salvando al PSOE (y siendo generoso, porque el PSOE de Sánchez es como es), no veo a nadie progresista. ¿Los nacionalistas catalanes y vascos, que como bien señala Savater son “partidos carlistas”, pueden representar algún progreso? ¿Los de Bildu, que además de carlistas son defensores de lo que todos sabemos?
Aunque donde más perplejidad podemos manifestar es en las calificaciones de izquierda y derecha. Sospecho que hoy responden más a calificativos tribales que a otra cosa. Ya puse antes un ejemplo con respecto al partido de madame Le Pen, pero doy otro. Si Santiago Carrillo, político comunista tampoco tan antiguo, reviviera y tuviera en las manos el programa del PP y el de Podemos, sospecho que se sentiría más cómodo con el de los peperos. Igual me confundo.
La filosofía del lenguaje nos dice que las palabras vertebran el pensamiento de una sociedad. Que existen las llamadas “palabras clave” que definen una cultura. Y digo esto pensando en una noticia reciente que indica que los medios españoles utilizan ¡tres veces más! (repito, ¡tres veces más!) la palabra machista y derivadas que cualquier otro país del mundo, y copio la noticia: “los principales periódicos y televisiones de España triplican las palabras que significan prejuicio de género (sexista, machista, misógino y sus respectivos sustantivos) a los países que la siguen en el ranking.” (Si hubieran hecho el estudio solo con El País no saldrían tres veces más, sino cincuenta o sesenta). Esto, sin duda, es un disparate, e indica, de una manera científica e innegable, que padecemos como nación de un grave problema de salud mental. Cuando algunos decimos que las cuestiones de género y de feminismo nos están trastornando, no cabe duda de que llevamos razón (y aquí no caben discusiones). Si periódicos considerados de corte más conservador como el ABC o El Mundo utilizan estas palabras con mayor frecuencia que un periódico abanderado del progresismo estadounidense como el New York Times, motivos tenemos para preocuparnos. Preocuparnos mucho.
En fin, me paro porque voy embalado. ¿Qué podemos hacer, pues, para solucionar nuestros problemas de salud mental? ¿Qué nos recomendaría un psiquiatra de naciones? Pues creo que ya lo dije al principio. Salir a la calle a manifestarnos, gritando: “¡queremos fo**ar!, ¡queremos fo**ar!”. Y, digo más, no solo gritando, sino también practicando lo que gritamos. Sospecho que se nos evaporaría la neurosis.
Ciudadano | Miércoles, 21 de Agosto de 2024 a las 17:30:00 horas
El satisfacer si lo hubiera en aquellos tiempos estaban hoy todos solter@s, mucho hablan y fo**an poco y algun@s solo por detrás, jajaja
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