‘El espejo de Narciso’ de Oscar Wilde
Wilde again. Creo que son media docena de veces las que, sin contar ésta, le he traído a estos predios una Opinión sobre el escritor, poeta, ensayista y dramaturgo dublinés, una particular corriente de juicio que empezó va ya para seis años. Fue el 15 de septiembre de 2018 cuando salió a la luz periodística digital roteña la entrada ‘Oscar, siempre Wilde’, incluyendo el cuento de “La resurrección de Lázaro”, al que no tardaron en seguir ‘La actriz’, ‘Presencia de ánimo’, ‘El poeta en el infierno’, ‘La ilusión del libre albedrío’ o ‘El joven inventor’. Y en esta segunda entrega juniana y bisiesta le toca al pequeño cuento, poco más de cien palabras lanzadas al aire, titulado ‘El espejo de Narciso’ unas veces y ‘El reflejo’ otras y del que dicen que el genial irlandés Oscar Wilde (1854-1900), celebramos el centésimo septuagésimo (170.º) aniversario de su nacimiento, improvisó en presencia del Premio Nobel en Literatura de 1947, el escritor francés André Gide (1869-1951) allá por los años noventa del siglo XIX. Uno más del cuentista, del extraordinario contador de cuentos, en una época en la que ni existían los móviles ni se habían inventado las grabadoras, de ahí que sus versiones actuales sean transcripciones escritas realizadas por amigos y asistentes que las captaban al vuelo, antes de que se perdiesen en la memoria del aire. Eran palabras espontáneas, pero de gran valor literario.
Narciso mitológico. Por la mitología griega sabemos que Narciso era un joven cazador muy atractivo del que todas las mujeres quedaban prendadas al verlo, pero a las que él rechazaba siempre. Una de estas jóvenes heridas por su desamor fue la ninfa Eco, enamorada de su propia voz, que había disgustado a la diosa Hera y por ello estaba condenada a repetir la última palabra de todo aquello que se le dijera. Un día, siguiendo a Narciso por el bosque, él la oyó, “¿Hay alguien aquí?”, preguntó, a lo que Eco respondió “Aquí, aquí, aquí”; gritándole él entonces: “¡Ven!”. Una solicitud que ella correspondió con su corazón enamorado, saliendo de entre los árboles con los brazos abiertos para, como tantas otras, ser rechazada y, triste y desconsolada, ir a ocultarse en el fondo de una cueva para allí consumirse hasta que solo quedó el eco de su voz. Algunos dicen que entonces, para castigarle por su engreimiento la diosa Némesis, la que arruina a los soberbios, hizo que Narciso se enamorara de su propia imagen reflejada en las aguas; y cuenta la leyenda que un día, contemplando su reflejo en un lago del bosque y fascinado por su imagen, terminó cayendo al agua donde murió ahogado; al parecer en dicho lugar nació una flor a la que llamaron narciso, o eso cuentan.
El cuento. Más o menos reza así: ‘Cuando Narciso murió, llegaron las Oréades (diosas del bosque) y vieron al lago transformado, de un lago de agua dulce que era, en un cántaro de lágrimas saladas.
- ¿Por qué lloras?, le preguntaron las Oréades.
- Lloro por Narciso, respondió el lago.
- ¡Ah! ¡No nos asombra que llores por Narciso!, prosiguieron ellas, Al fin y al cabo, a pesar de que nosotras siempre corríamos tras él por el bosque, tú eras el único que tenía la oportunidad de contemplar de cerca su belleza.
- ¿Pero Narciso era bello?, preguntó el lago.
- ¡Quién si no tú podría saberlo!, respondieron sorprendidas las Oréades, En definitiva, era en tus márgenes donde él se inclinaba para contemplarse todos los días.
El lago permaneció en silencio unos instantes. Y finalmente dijo:
- Yo lloro por Narciso, pero nunca me di cuenta de que fuera bello. Lloro porque cada vez que él se inclinaba sobre mis márgenes yo podía ver, en el fondo de sus ojos, mi propia belleza reflejada’.
El espejo invertido de Narciso. O lo que es lo mismo, ¿dónde está el objeto y dónde la imagen? ¿en Narciso o en el lago? ¿Y quien es el espejo? ¿la lisa superficie del agua o el narciso ojo humano?, talentoso rompecabezas óptico. Sorprende saber que Oscar Wilde llegó a decir que la gran tragedia de su vida había consistido en haber puesto su genio en la vida y sólo el talento en sus obras; no me diga que no era genial. Muchos siglos después de la existencia del mito griego de Narciso y casi coetáneo con el cuento wildense, un médico neurólogo austriaco que quizás le suene, el inefable Sigmund Freud (1856-1939), utilizó la expresión narcisismo relacional en psicología para referirse al amor que un sujeto se dirige a sí mismo, una patología en la que una persona sobrestima sus habilidades y tiene una necesidad compulsiva de admiración y afirmación. Del austriaco, padre del fallido psicoanálisis, ya sabe que no tengo buena opinión y del mito, fenómeno tan antiguo como el ser humano, hoy lo tenemos actualizado en las redes sociales de una forma más evidente, pública, universal y peligrosa que antes.
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FUENTE: Enroque de ciencia
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