Contra el Perroflautismo
Cómo llegar al cielo según el ecologismo
por Balsa Cirrito
A menudo, muy a menudo, quienes más fastidian una idea son los que la defienden. Para entendernos, quienes perjudican más al feminismo son las feministas desbocadas (si están pensando en Irene Montero no es cosa mía, ya que yo no he mencionado a Irene Montero, ni me he referido a Irene Montero en ningún momento ni he señalado a Irene Montero ni he pensado en Irene Montero, ¿eh?). Pero donde más claramente se observa este fenómeno es en el movimiento ecologista.
Los ecologistas, particularmente los que más aparecen en los medios de comunicación, son una buena pandilla de zumbados. Esto se entiende mejor si pensamos que la primera referencia que nos viene a la cabeza del ecologismo es una pirada tan pirada como Greta Thumberg. Y esto ocurre porque el ecologismo es, sobre todo, un movimiento religioso.
Me explico. Para ser feminista o socialista o ultraliberal o vegetariano no hace falta un gran caudal de conocimientos científicos, sino que basta con que a uno le gusten las ideas que proclaman estos movimientos.
Pero el ecologismo defiende como dogmas principios que son esencialmente científicos, lo cual significa que si no tienes esos conocimientos eres sencillamente un bocachanclas. El cambio climático es quizás el ejemplo más obvio. Todos los días vemos a gente, a muchísima gente, sulfurada, gritando que el planeta está en peligro (y para salvarlo suelen lanzar un bote de pintura sobre un cuadro de Van Gogh o se atan con cadenas a una maja de Goya), luchando a brazo partido con la policía en manifestaciones ilegales y recibiendo porrazos en ellas. Sin embargo, lo cierto es que no tienen ni puta idea del peligro que corre o deje de correr el planeta. Y eso ocurre porque no tienen conocimientos; tienen creencias, fe, devoción.
No trato, por cierto, diciendo esto desacreditar la teoría del cambio climático. Personalmente tiendo a pensar que es correcta, pero no por lo que yo pueda saber, sino porque la mayoría de la comunidad científica está de acuerdo en que ese cambio se está produciendo. Pero no creo de forma dogmática, entre otras cosas porque si bien es cierto que una gran parte de los especialistas está de acuerdo, también existe un número no desdeñable que no lo está. Y, en todo caso, hay algo en lo que no necesito apoyarme en los expertos para mantener cierto escepticismo, y es el hecho de que, hasta ahora, la casi totalidad de las predicciones de los catastrofistas climáticos ha fallado. Vamos, que no han dado ni una.
Pero a los ecologistas, en realidad, les importa un pimiento lo que digan los científicos. Esto se ve con toda claridad en el asunto de los transgénicos. La comunidad científica, con una unanimidad mucho mayor que la que defiende el cambio climático, está a favor de los transgénicos. Sin embargo, acérquense a la página web de Greenpeace, la más famosa de las organizaciones ecologistas, y verán que se oponen, a despecho de la ciencia, de manera cerrada a estos cultivos. Lo cual, además, es estúpido, porque, puestos a decir, el cultivo de transgénicos es, valga la paradoja, mucho más ecológico que el de los productos bio, por necesitar menos agua y proporcionar mayor producción. Pero no nos mareemos.
Constantemente los ecologistas atacan a grandes empresas que perjudican al medio ambiente para hacer negocio, pero no podemos olvidar que los ecologistas también son parte de muchos negocios. No es raro que los grupos ecologistas estén financiados por empresas de transición ecológica, como el caso de la multinacional noruega Tomra, que fabrica máquinas para el reciclaje de plásticos y que se gasta una pasta enorme en España en organizaciones ambientalistas y convenciendo a políticos de Podemos a quienes, por cierto, se les suene llenar la boca cuando despotrican de las “puertas giratorias”. Por no hablar de las notables cantidades de dinero que reciben del estado los grupos ecologistas, que forman batallones de individuos cuyos empleos dependen de que nos creamos los grandes mandamientos de su credo.
Pero todo esto que estoy diciendo casi lo digo por bien parecer. Lo que me llama la atención, lo que me tiene enamoradito de los ecologistas, como digo, es su pulsión religiosa. Una pulsión, además, evidentemente mamada de la tradición judeocristiana. Observen como no hay nada que haga más feliz a un activista medioambiental que soltarnos un discurso en contra del consumo: “Hay que consumir menos”, gritan casi con lágrimas en los ojos. Debemos conformarnos con menos. Debemos viajar menos en avión. Debemos coger menos el coche. Debemos comer menos carne. Debemos, en suma, fastidiarnos.
Y todo esto, ¿por qué? Pues porque los Guardianes del planeta creen en la penitencia. En el cilicio, los ayunos y las privaciones. De alguna manera entienden que si nos jodemos bien jodidos la Madre Tierra nos recompensará, por el mismo mecanismo emocional por el que un peregrino hace descalzo el camino de Santiago. Los mártires del ambientalismo son, por supuesto, los activistas que detienen cuando montan algún pollo (por supuesto, en países occidentales democráticos, donde los policías son unos benditos, ya que el deseo de martirio no llega a tanto como para lanzar pintura en un museo chino).
El ecologismo, por tanto, no digo que no sea necesario, pero con mucha frecuencia no tiene nada que ver con la realidad. Es como la Semana Santa o la Romería del Rocío, una mezcla de devoción y folklore. Las activistas que enseñan las tetas en una manifestación contra la caza de ballenas representan la parte folklórica. La parte religiosa se sustancia cuando golpean con un martillo la Venus del espejo de Velázquez o arrojan una olla de puré de patatas contra una pintura de Monet.
En fin, cuando los musulmanes van al paraíso, se encuentran con diez mil huríes para cada uno. El paraíso ecologista se encuentra en un restaurante vegano a orillas del Amazonas. Qué quieren que les diga, por una vez prefiero a los islámicos.



































Ciudadano | Martes, 28 de Mayo de 2024 a las 15:39:55 horas
De este modo, los jabalíes de dicho entorno natural han accedido a los nidos de estas dos especies, ubicados a menos de un metro del suelo, y han destruido la mayor parte de su colonia en cuestión de días. En el caso del morito común, es una especie en situación vulnerable que ya estuvo casi extinguida en la zona hasta 1996.
Además de estas dos, los jabalíes también han tenido un impacto negativo sobre otras especies protegidas que también crían en el suelo en amplias zonas de la marisma natural del Parque Nacional de Doñana.
De este modo, han depredado casi la totalidad de los huevos y pollos de gaviota picofina, cigüeñuela, fumarel cariblanco y canastera, miles de huevos destrozados, explique Usted al ecológico¿Y ahora que?
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