Contra el Perroflautismo
¡Pero qué tontos somos!
por Balsa Cirrito
Soy un firme creyente de la idea de que la historia se repite. El eterno retorno. Tanto que pienso que podemos predecir el futuro simplemente estudiando el pasado. Y desde hace un tiempo tengo la sensación de que hemos vuelto al siglo XVIII. (En fin, podía ser peor y podríamos haber vuelto al siglo XX).
El siglo XVIII tuvo aspectos muy positivos e interesantes, pero dio también paso a la mayor corriente que se recuerda de gilipollismo y de perroflautismo antes de que se inventara el perroflautismo.
Pongamos por ejemplo la Constitución de Cádiz, que aunque se promulgó en 1812 reflejaba las ideas del siglo anterior. Uno de los primeros artículos de la Pepa decía: “El objeto del gobierno es la felicidad de la nación”. Se trata de una proclamación tan ingenua, tan naif, que dan ganas de coger a los diputados de entonces, darles unas palmaditas en la espalda y decirles al oído: “venga, id a jugar al patio”.
Pues bien, los gobiernos actuales de occidente, particularmente el gobierno vascocatalanoespañol, parecen haber heredado ese síndrome infantil del siglo XVIII, y se empeñan en hacernos felices aunque no queramos. ¿Y cómo lo consiguen? Pues de una forma muy sencilla: metiéndose donde nadie les llama.
Los gobiernos occidentales, particularmente el vascocatalanoespañol, son como tutoras de internado antiguo de señoritas que están todo el tiempo llamándonos la atención (aunque no seamos señoritas). No hagas esto. No hagas lo otro. Tampoco lo de más allá. Ni lo de más acá. Y es esa una característica muy dieciochesca, el espíritu docente, el pasarse la vida tratando de enseñarnos algo, preferentemente preceptos morales. Ya he comentado muchas veces lo irritante que resulta que antes de cruzar un paso de cebra o de sentarnos en un banco nos topemos con un mensaje moralizador (casi siempre mal redactado), como si no se quisiera perder ocasión de darnos la tabarra.
Y piensen durante un momento en lo anterior porque es más ridículo de lo que parece a simple vista. Porque todos estos mensajes que nos sueltan provienen, directamente, de personas que se imaginan que son más, sabias, más formadas, más cultas que nosotros, y, por eso, se atreven a decirnos cómo debemos vivir, cómo debemos pensar, cómo debemos actuar. Por supuesto, esa sabiduría de quienes nos dicen cómo tiene que ser nuestra vida nunca se demuestra, pero, qué caramba, ¿acaso hay que demostrar las cosas? Aunque lo mejor de todo es que quienes nos dan lecciones de comportamiento y de ética son ¡políticos! Ostras, sí, políticos, un colectivo que, y da igual al partido que miremos, no se distingue precisamente ni por la honradez de sus comportamientos ni por la cultura o sabiduría de sus representantes.
En la actualidad, e igual ocurría en el XVIII, los gobernantes no se limitan a construir carreteras, proporcionar educación y sanidad o administrar los recursos del estado. Los gobernantes van más allá. Nos dicen cómo tenemos que pensar, y tenemos que pensar como piensan ellos, ya que ellos mismos, faltaría más, han decidido que son más listos que nosotros.
Iniciativas como las del parlamento vascocatalanoespañol de implantar el lenguaje inclusivo en su funcionamiento solo puede tener dos razones: o bien son gilipollas o tal vez son tontos del haba/culo. Igual digo a todo lo relativo a la ideología de género. Es un campo tan absurdo, tan ridículo, tan disparatado – especialmente lo que hace referencia al universo trans – que a veces dudo muy sinceramente de la cordura de quienes lo defienden. Vemos en la prensa todos los días situaciones o hechos absolutamente desternillantes que provienen de la dicha ley trans. Hasta el punto de que cada vez creemos que hemos llegado al límite de nuestro pasmo y que ya no nos vamos a sorprender más, pero llega el día siguiente y la realidad nos deja con la boca abierta (mi favorita en este momento es la historia del tipo que entra en el vestuario de un spa donde hay dos niñas de doce años y una anciana de ochenta; el tipo dice que es una mujer y comienza a desnudarse; cuando las niñas y la anciana llaman a la policía, se presentan un par de agentes y lo que suelta la policía es más grande que un discurso de Castelar, porque se dirigen al tipo que se ha desnudado y le preguntan: “¿quiere usted denunciar a estas niñas y a esta anciana que han conculcado su derecho a utilizar el vestuario femenino?”) (Valle Inclán, mejóralo si puedes).
Y es que otra característica del siglo XVIII que hemos puesto de nuevo de moda es el despotismo ilustrado. Recuerden, aquello de “Todo para el pueblo pero sin el pueblo”. Esto es, quienes nos gobiernan dicen dedicarse a mejorar nuestras vidas, pero no les importa demasiado nuestra opinión. Me juego las obras completas de Galdós (orgullo de mi biblioteca) que si textos legales como la ley Trans, la del Maltrato Animal, la de Paridad, o las normas de reducción de vuelos nacionales fueran votadas serían rechazadas masiva, completa, absolutamente por los ciudadanos, que, como somos tontos, no llegamos a pillar sus virtudes.
Pero, por supuesto, eso da igual porque, según llevo diciendo desde el principio, quienes nos gobiernan son más listos que nosotros y saben lo que nos conviene. Nosotros no. Nosotros nos chupamos el dedo como si tuviéramos carne de piruleta en las manos. En fin, es lo que hay, pero no estaría mal que recordaran el motín de Esquilache. Allí la palmaron los listos.



































LuisMa | Sábado, 09 de Marzo de 2024 a las 20:10:34 horas
Está muy bien tirado Balsa. La pena es que a usted le pasa como al bueno de Page, se lleva todo el año diciendo verdades como puños pero, al final vota lo que vota. ¿o no?
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