Creo recordar que he largado de Kichi, exalcalde de Cádiz, varias veces. Me arrepiento. Kichi es un crack. Y encima fue mejor alcalde de lo que muchos nos temíamos. ¿Por qué digo esto? Por su sucesor. Lindamente, el nuevo alcalde de Cádiz (del PP) se ha doblado el sueldo. Sin esconderse, oigan. A cara descubierta. Total, no le van a decir nada.
    

Resulta enternecedor ver cómo los concejales de VOX y del PP (y no pocos del PSOE) no han podido esperar un instante para subirse el jornal. Y, además, a lo bestia, que eso de los aumentos salariales equivalentes al IPC es cosa de pobretones. Y sin disimular. Que se sepa. Porque, al fin y al cabo, ellos dicen las verdades en la cara.
    

Aunque tenemos motivos para estar contentos. La principal cantinela de Abascal y sus chicos era la de que había que limitar hasta lo imposible los presupuestos públicos. Si se suben el sueldo vociferando estas cosas, ¿qué no harían si tuvieran en su programas propuestas del tipo “aumentar el gasto en esto o en lo otro?" . No habría dinero para pagarles ni en el ayuntamiento de Sotogrande. Contra el perroflautismo, digo, sin embargo, empiezo a pensar que muchas veces son preferibles los perroflautas a los incorrectos.
    

Creo que nunca he sido demasiado crítico con VOX. A decir verdad, el partido no me parecía tan malo como muchos aseguraban. Es más, reconozco que algunas de sus posturas me llegaban a resultar casi simpáticas. Sobre todo su oposición a la asfixiante corrección política que agilipolla el mundo contemporáneo. Cierto que no me gustaba que la mayor parte de las veces hablaran con las venas del cuello hinchadas o que cuando aparecían en un acto público este tuviera cierto aire a la verbena que sale en La vaquilla, la película de Berlanga, pero, en fin, tampoco era cuestión de buscarle los puntos y las comas cuando ya fallaba la ortografía.
  

Sin embargo, desde que he visto cómo actúan los voxies (y el PP arrastrado por ellos) en los lugares en los que han entrado en el gobierno, empiezo a valorar más a los perroflautas. Que eliminen las banderas arco iris de los ayuntamientos no me afecta mucho, sobre todo porque no veo qué pintan esas banderas en los consistorios. Pero que ¡acaben con los carriles bici en muchos lugares!, que comiencen a actuar en las concejalías de los ayuntamientos en los que participan ¡según los dictados de la Iglesia Católica!, o que suelten pasta a porrillo para un espectáculo tan alejado del mundo contemporáneo como son los toros (ellos, que, teóricamente son los cocos de cualquier tipo de subvención), me temo que los coloca definitivamente en el club de los frikis de la política.
    

Y lo peor. Apenas han entrado en los ayuntamientos y ya han comenzado con un bonito programa de censuras. Y no es que hayan censurado exposiciones sacrílegas o pornográficas, ca. Han censurado obras de los clásicos e, incluso, ¡una película Disney! Da miedo pensar lo que puede venir. Yo diría que El Quijote va ser la próxima. Porque, hagan cuenta, esos dos tipos que van solos por los campos, que duermen juntos al raso y que comen del mismo plato son, sin duda, muy sospechosos. Y lo de Dulcinea, que no aparece por ningún lado, no es sino una tapadera.
    

Aunque lo que no entiendo es lo del PP. Generalmente es un partido que se porta de una manera bastante decente en estos asuntos, si no de primeras, al menos de segundas. ¿Tanto tira el poder? Porque, a ver, se han llevado todos estos años diciendo que Sánchez gobierna con Bildu, que era mentira, y va a resultar que ellos gobiernan al dictado de los zumbaos de la ultraderecha, y eso sí que va a ser verdad.
   

Termino. Los perroflautas de la izquierda me hacen muy poca gracia, pero suelen ser más sobrios y ascéticos que nadie. Y si hay alguno que no cumple el requisito, es la excepción a la regla. Por supuesto, no son inmunes a la corrupción, pero el hecho es que roban menos que nadie. Si además dijeran cosas inteligentes (y factibles), hasta yo les votaba