¿A quién no le gustan unas elecciones municipales? Sin duda, son las más divertidas. Conocemos a los candidatos y tenemos oportunidad de hablar con ellos. Y nos pueden caer bien o mal no por lo que veamos o leamos en la prensa, sino por lo que conocemos directamente de ellos.
    

Esta legislatura ha tenido un puntito extraño. Recuerdo que cuando trabajaba en la prensa la   sensación era la de que las legislaturas se hacían muy cortas. “¿Municipales otra vez? ¿Ya?”, solía decir. Sin embargo, esta última me ha parecido muy larga. Y supongo que la razón es el Confinamiento. No sé si a ustedes les ocurre lo mismo, pero para mí el mundo se divide en un antes y un después del Coronavirus. Todo lo ocurrido antes me parece muy lejano, como de una reencarnación anterior o de los años de infancia de Bertín Osborne.
    

Aunque en las municipales siempre había algo perturbador, y era que nos movíamos casi más que por simpatías y amores, por odios y rechazos. Uno no quería a un candidato, sino que detestaba a los otros. Sin embargo, al menos yo, en esta ocasión no tengo ese sentimiento: ningún candidato me cae realmente mal. No creo que tengamos ningún cabeza de lista radicalmente gilipollas (o gilipollesa), que igual es una pena, pero así están las cosas. Y eso que son un montón. Lo cual nos descoloca a todos, pero permite que no votemos contra, sino a favor de alguien.
    

Si me permiten que les dé mi opinión (y no les queda otra), tengo claro a quién votar. En las munis votaré sin duda a Javier Ruiz. Y no solo porque me haya acostumbrado a él. Reconozco que tengo una gran debilidad por los políticos que no se sienten una reencarnación de la divinidad o que no se imaginan que son los más chulos de la plaza, que no creen tener el pito más largo y que tampoco presumen de que pueden escupir más lejos que nadie. He conocido algún político local que cuando concedía el honor de su presencia me hablaba como si yo fuera un súbdito y no un ciudadano. Con Javier, cuando hablo con él, que tampoco es algo que ocurre tan a menudo como alguno se imagina, tengo la sensación de que soy yo quien le está haciendo un favor. No es pequeño elogio.
  

Pero el motivo fundamental que me lleva a apoyar a Javier Ruiz es de orden ético. Con los años me he convertido en un moralista, a veces un poco estrecho, y no hay cosas que más me molesten que los apaños, los enjuagues las corrupciones y las deshonestidades. Y con Javier Ruiz, a día de hoy, no conocemos nada de eso. Porque no es que no se hayan detectado casos de corrupción o de amiguismo, es que ni siquiera se han denunciado por la oposición, que suele acusar de estas cosas un poco por razones folklóricas;  ni siquiera hay indicios, ni siquiera sospechas.
    

Todo esto es fundamental. Sobre todo si sabemos de dónde venimos, que tampoco nos vamos extender sobre ello. No podemos andar siempre quejándonos de los políticos, de su forma despótica de actuar y de su falta de moralidad y volver la cara a quienes son decentes. Es así de sencillo.
    

Ya digo, yo voy a votar a Javier Ruiz, pero, como mencioné al principio, me gustan todos (todas, todes, todis, todus) los candidatos (candidatas, candidates, candidatis, candidatus). Hay quien dice que votar no le pone. A mí me gustaría votar cinco o seis veces en cada elección. Ojalá me dejaran.