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Sábado, 10 de Septiembre de 2011

Víctor Maña

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EL COLECCIONISTA DE QUEJAS



  
 
  
Uno de mis deportes favoritos es quejarme por todo. Soy un especialista de la queja y presumo de que nadie sabe hacerlo más y mejor. Quejarse produce un extraño placer, parecido al de rascarse o al de sentarse en el baño, que parece que se sufre pero casi no. Por hoy aludiré tan solo a esos motivos de lamentaciones amenos y por los que ni sufrimos del todo ni nos morimos (los hay bien más graves, faltaría más, que dejaré para cuando llueva o haga frío).

Me quejo siempre del café de los bares,  es pedir un café solo y recibir sin falta ese líquido negro de metálico olor a limaduras de aluminio o a poso requemado; me quejo de que en los cines la confección pequeña de palomitas equivale a siete bolsitas de las que nos vendían en el cine Atlántico (y las hay mediana, grande y extra-grande); me quejo de la a todas luces excesiva iluminación de los puestos de turrones de la feria, y todo para elegir un simple trozo de coco bañado por un chorrillo de agua o un chupete gigante de caramelo; me quejo de que los tomates no saben a nada (vale, tampoco sabían a nada cuando yo era pequeño, aquí sólo me remito a lo que cuentan los viejos..); me quejo de los músicos (?) de acordeón (?) kosovares (?) que interpretan (?) como único repertorio y todo el rato jingle bells (en navidad) y bésame mucho (el resto del año) debajo de mi ventana, que me creía yo manso y pacífico y me estoy descubriendo propenso al asesinato; me quejo de que los camareros digan “¿que va a tomar la familia?” sin antes informarse en el registro civil de con quiénes están tratando; me quejo de que me hablen con diminutivos en los supermercados (¿”otra cosita”? “tenga el tickecito”) para hacerme creer que es poco y así incitarme a seguir comprando; me quejo del estruendo de las campanas de las iglesias que llaman a los fieles a misa en plena época de relojes a 3 euros en un todo a cien, con alarma, despertador y toda suerte de soniquetes; me quejo de que los suavizantes para el cabello vengan en envases idénticos a los de los champús, y luego te lo plantas en la cabeza y no hacen espuma ni nada; me quejo de que no hay manera de saber cuándo un restaurante es de los que retiran los cubiertos a cada nuevo plato y cuándo es de los que tienes que chupar el tenedor y volverlo a utilizar (que lo adviertan a la entrada, qué les cuesta…); me quejo de que no haya manera de saber qué es para un camarero “en su punto” cuando hablamos de entrecôte, y que siempre se queden cortos (“mejor no pasarse, si nos pasamos ya no hay remedio” , ¡qué pesados!); me quejo de que me pregunten en las tiendas si “abono en efectivo”, como si “pagar con dinero” fuera cosa de tener que avergonzarse; me quejo de que en el cine enciendan la luz mientras dan los créditos finales y aparezca una señora con una escoba y un recogedor a esperar que nos levantemos (¡por favor acaba de morir la protagonista de nueve años!); me quejo de que en los restaurantes menos selectos cualquier postre que pida me lo traigan flanqueado por cuatro mojoncillos de nata montada de bote; me quejo de que cuando mando a la mierda –con todas las letras- al teleoperador que me destroza la siesta anunciándome la última oferta de telefonía aún este insinúe que no he sido muy educado; me quejo de que en los chinos llenen la copa de vino hasta el borde, y que no entiendan el gesto occidental con la mano de ya vale ya vale…; me quejo de la gente que termina cada frase con un “¿no?” o con un “¿verdad?” o con un “¿a que sí?” y que me obliga a tener que asentir todo el rato sin importarme ni siquiera a veces lo que me cuenta…

…Y así estoy  todo el rato. Y es que para quejarse a gusto la vida cotidiana y urbana en que vivimos es la pura perfección, y no que quejo de ello (de eso no), porque tengo para mí que un mundo en que a nuestro alrededor todo fuera placer en realidad no nos gustaría nada, (ni siquiera existiría el verbo “gustar”, por demasiado obvio). Por eso quejarse es un placer, porque enfrentándonos a la contrariedad recordamos que existe la perfección…
Pero no son tantas las quejas que he expuesto, quiero más, las colecciono, las necesito. ¿Habrá lectores que me cuenten la suya?



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