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Carlos Roque Sánchez
Sábado, 18 de Marzo de 2023

Doble y ciega mentira

[Img #187537]De las dos luces. La semana pasada, en la entrega Dos luces para ver, le decía que son dos las luces que nos permiten ver: una física, externa, brillante; y otra mental, interna, comprensiva. Además le advertía de que no era más que otro punto de vista sobre la verdad, en el que la ciencia tenía algo que aportar y es cierto pero, aunque en aquel momento no le dije nada, mientras lo escribía pensé que el fenómeno de la visión también puede estar asociado a la mentira ¿Por qué se miente? ¿Para qué? ¿Qué es un mentiroso? Respecto a esta última pregunta me puedo imaginar al bueno de Forest Gump, en su ingenua y genuina sencillez (“Tonto es el que dice tonterías”), describiéndonos con su forma pausada y concisa qué es un mentiroso. Algo es algo. Pero de lo que no tengo la menor idea es sobre lo que nos diría del motivo por el que se miente, aunque muchas veces bien a la vista que está. Tampoco de lo que sentenciaría acerca de la intención con la que se miente, por muy clara que a veces ésta nos parezca; de todos es sabido que no hay peor ciego que el que no quiere ver, si bien es verdad que no siempre uno y otra, motivo e intención, resultan tan evidentes.

 

Una ventana con vistas. Es precisamente lo que ocurre en una historia que leí hace ya bastante tiempo, perdone escribo de memoria, y transcurre en una habitación de hospital, donde dos hombres muy enfermos luchan por la vida. Cada tarde, a uno de ellos, le sentaban en la cama para que así drenara el líquido de sus pulmones, junto a la única ventana de la habitación. Por el contrario, el otro hombre, no sólo debía permanecer inmovilizado, sino que tenía que hacerlo tumbado boca arriba, así que no tenía visión alguna de la ventana. Ni que decirle que para ellos todos los días eran más o menos iguales, a lo largo de la mañana los dos charlaban tumbados y de todo, familias, trabajos, amigos, en fin, de lo que ya se puede imaginar. Pero eso era por la mañana, por la tarde, cuando el hombre de la cama junto a la ventana podía sentarse, era sólo él quien hablaba y lo hacía para contarle a su compañero, todo lo que podía ver a través de ella. No se lo he dicho pero la ventana daba a un parque con todo lo que le es propio: un precioso estanque, pájaros revoloteando, patos y cisnes en el agua, flores de todos los colores, niños jugando, grandes árboles recortando el paisaje, jóvenes enamorados paseando de la mano. En fin.

 

La luz de sus ojos. Y todo se lo describía el hombre de la ventana, con minucioso detalle, con exquisita delicadeza a su compañero que lo observaba y escuchaba en silencio, con atención, como si le fuera la vida en ello. Lo hacía mientras grababa en su memoria la peculiar forma en la que giraba el rostro hacia la ventana, cada gesto que hacía, cada arruga de su frente, cada articulación de su boca de donde brotaban esas palabras que se habían convertido en la mirada de sus ojos. En los ojos de la mente que le permitían ver con la imaginación, lo mismo que su compañero veía en la realidad. Y resultó que con el paso del tiempo esas horas vespertinas terminaron siendo las más deseadas, las más esperadas del día por los dos, a ambos, con su llegada, el mundo se le ensanchaba y la vida se le avivaba cobrando vitalidad sus moribundos mundos. Y así fueron pasando días, semanas, hasta que una mañana, el cuerpo del hombre de la ventana amaneció sin vida. Todo acaba.

 

Fue entonces, y pasado un tiempo que consideró apropiado, cuando el otro hombre pidió ser trasladado de cama, una petición que fue atendida por el personal, no sin ciertas extrañezas. En primer lugar, por la propia petición en sí, y después porque, mientras las desconcertadas enfermeras hacían el cambio, él se obstinó en permanecer con los ojos cerrados.

 

La verdad de la mentira. Únicamente, cuando tuvo la certeza de estar solo en la habitación, se irguió sobre el codo lentamente, con dificultad, y con los ojos aún cerrados giró su rostro hacia la ventana. El corazón le latía con fuerza, como si fuera a salírsele del pecho, era su primera mirada al mundo exterior, por fin tendría la alegría de verlo él mismo. Entonces abrió los ojos y por la ventana vio... una pared blanca, una blanca, sólida y fría pared ¿Qué motivos llevaron a mentir al hombre de la ventana? ¿Con qué intención lo hizo? Al preguntar a las enfermeras porqué su compañero le habría contado esas cosas tan maravillosas como irreales, éstas manifestaron no saberlo. De hecho, también mostraron sorpresa, una extrañeza más, ya que no podría haber visto ni siquiera la pared, el hombre era ciego.

 

Y hasta aquí la historia de la ciega y doble mentira. Que si se piensa no es más que una nueva perspectiva del eterno dilema entre la verdad y la mentira ¿Qué elegir? La ciega mentira que imagina más allá de la pared blanca o la clarividente verdad que tan solo ve la blanca realidad. La mentira inventada, irreal, cálida y alegre, o la verdad existente, real, fría y triste ¿Por cuál se inclina usted? Personalmente, cuando la duda continua y se muestra tozuda, me suelo refugiar en el santo que nos recuerda que ‘la verdad nos hará libre’.

 

CONTACTO: [email protected]

FUENTE: Enroque de ciencia

 

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