Rilke en España. Artes y Ciencias (1)
Antecedentes vinculantes. Vaya por delante que la presencia del poeta y novelista checo en esta tribuna roteña, obedece a una doble asociación de ideas que, de manera totalmente azarosa, he realizado en dos momentos diferentes. El primero hace poco más de un mes mientras impartía una conferencia sobre Alfonso X El Sabio (1221-1284), donde naturalmente aparecía Toledo, ciudad en la que estuvo el escritor y en la que vivió un episodio astronómico que le marcó. El segundo nexo tuvo lugar hace tan solo unos días, mientras ultimaba un trabajo de divulgación para un diario de Sevilla, ciudad donde estuvieron el poeta y el protagonista de dicho artículo, Alexander Fleming (1881-1955), si bien es cierto que no coincidieron en el tiempo; un sucedido algo más indirecto y de naturaleza en este caso, digamos, médica. Es a través de estos dos vínculos como llegué al escritor y poeta checo Rainer María Rilke (1875-1926), que escribió en alemán y en francés, y fue conocido y reconocido por Elegías de Duino, Sonetos a Orfeo o Cartas a un joven poeta, entre otras.
Viajes externos e internos. Del autor conocemos la extraordinaria fusión, casi paradigmática, que consiguió entre vida y poesía, entre su obra y su propia existencia pues, lejos de alzar un alto muro entre ellas, convirtió a una en fértil consecuencia de la otra. Una vida que en su caso estuvo condicionada por factores que eligió de manera tan entregada como radical y de los que extrajo, sobre todo, el sedimento para sus poemas: el afán de soledad, el amor, la amistad y los viajes (no ya los externos que atañen a la mirada, que también, sino el viaje interior, el que le sirve para mejor conocerse y conocer el mundo. Periplos que le llevaron a Italia, Dinamarca, Suecia, Países Bajos, Bélgica, Francia, Egipto o África del Norte y de los que destacan dos destinos que marcaron de manera extraordinaria su vida y su obra: a Rusia primero y España después, donde visitó varias ciudades.
Rilke y España (1912-1913). Toledo y arte. Tenemos constancia del nexo del escritor con nuestro país cuando, en septiembre de 1912 y estando en Venecia, escribe por carta “quiero ser toledano”, y solo dos meses más tarde, el 2 de noviembre, se planta en la ciudad en pleno y frío otoño. Lo hace persiguiendo el misticismo de El Greco, de quien se declara tan admirador como de la ciudad del Tajo de la que escribe en una de sus cartas: “Ciudad donde convergen las miradas de los vivos, de los muertos y de los ángeles... No hay nada como Toledo”. Sí, para el poeta la ciudad es “la patria natural de los ángeles” pues no en vano con su llegada a ella, trae consigo una mirada de doble trayectoria.
Una vital -siempre estuvo atento al reverso de la realidad o, como él decía, “al otro lado de la naturaleza”, la vertiente invisible-, otra estética, pues ya había visto dos cuadros de El Greco que reproducen la ciudad, me refiero a Vista de Toledo (1598-1599) y Laocoonte (1614). De ahí que no se quede en el reverso de la realidad y busque la otra vertiente, el anverso visible, y es esta dualidad la que está siempre presente en sus escritos, una dualidad que denomina de diversas formas: “los dos lados de la vida”, “los dos reinos”, “el acá y el allá”. Y lo mejor de todo es que para el escritor los ángeles son los seres que transitan sin dificultad del mundo visible al invisible. O sea, que miel angelical sobre hojuela poética.
Rilke y España (1912-1913). Toledo y ciencia. Lo anterior forma parte de lo que algunos exégetas consideran la primera vivencia toledana del poeta, pues sucede que tuvo otra relacionada con la visión de una estrella fugaz -desde el punto de vista científico es más correcto decir meteoro, pues no son propiamente estrellas-, una tarde-noche de noviembre mientras regresaba a la ciudad por el Puente de San Martín, tras un paseo por los alrededores. Hace frío, no hay ni una nube en el cielo y de pronto una luminosa estrella fugaz pasó ante sus ojos, quedó maravillado por la visión. Una visión que sin duda le marcó como así lo muestran los últimos versos del poema La muerte (1915) donde la recuerda.
Oh estrella precipitada en el abismo, / que una vez vi desde un puente: / no he de olvidarte nunca. ¡Siempre en pie! ¿Fusión del planetario y visible mundo exterior, con el humano e invisible interior del poeta? Quizás. No puedo acabar esta mi Opinión de hoy sin complementar el primero de los nexos que la ha traído hasta aquí, me refiero a la conferencia ‘Alfonso X, una astronomía razonable’ perteneciente al ciclo ‘Los saberes del Rey Sabio’ organizado por la Asociación Cum Magno Iubilo e impartido en el Salón de Actos del Círculo Mercantil e Industrial de Sevilla. (Continuará)
CONTACTO: [email protected]
FUENTE: Enroque de ciencia
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