El tablero de la vida
Ajedrez y existencia humana. No pocos pensadores a lo largo de la historia se han pronunciado acerca del fuerte paralelismo que se da entre la vida y este juego, hasta el punto de considerarlo como una metáfora de aquella. Una metáfora que podría arrancar con la imitación que la vida puede llegar a hacer de él y que el mítico ajedrecista, campeón del mundo, político y escritor ruso-croata Garrí Kasparov (1963) explicaba diciendo que el buen estratega empieza con un objetivo para un futuro lejano y trabaja retrocediendo poco a poco hasta el presente. Un buen método que evidentemente necesita de tiempo y paciencia, dos circunstancias que no todos los humanos, por un motivo u otro, están en condiciones de poseer cuando son necesarias. Es el caso del revolucionario y poeta romántico británico Lord Byron (1788-1824), quien en cierta ocasión se descolgó con ‘La vida es demasiado corta para dedicarse al ajedrez’. No, no era la paciencia lo suyo, pero es evidente que la actividad que se desarrolla en el tablero de 64 casillas o escaques con las 32 piezas móviles -entiéndase actividad como juego, arte, deporte, filosofía, ciencia o lo que usted considere más oportuno, es algo que no hace ahora al caso- aporta algunos recursos o lecciones para el arte de la vida. Empezando con el mismo inicio del juego.
Se puede ganar con negras. Le supongo al tanto de que quien abre la partida con blancas tiene cierta ventaja pues toma la iniciativa y el oponente ha de ir a remolque, razón por la que se decide a suerte el color. Pero no por ello han de ganar siempre las blancas, no es en absoluto decisivo el color, ya que con una buena estrategia se puede compensar dicha ventaja, de hecho, las negras ganan casi la mitad de las partidas y es que una apertura puede condicionar todo su desarrollo. Y en la vida ocurre tres cuartos de lo mismo, con la resiliencia suficiente, lo que cuenta no es de dónde venimos, nuestro punto de salida, sino adónde llegamos, nuestra meta. Una idea que recoge un antañón refrán español, ‘Los gitanos no quieren a sus hijos con buenos principios’, entendido como que las cosas más que empezarlas bien, lo que hay que hacer es terminarlas bien. Hacerlo paso a paso, pero poniendo especial hincapié en el primero, en este sentido discrepa el escritor irlandés Oscar Wilde (1854-1900) quien nos dice, ’Nunca tendrás una segunda oportunidad para causar una primera buena impresión’. Paso a paso.
Como los peones. Unas piezas modestas donde las haya que sin embargo pueden llegar a procurar una victoria, y eso que son las únicas que no pueden retroceder, es decir, cada uno de sus movimientos de un solo paso cada vez, son definitivos. Pero si están bien dados, pueden llegar a coronarlos, ya me entiende. Pues lo mismo ocurre en la vida diaria, con constancia debemos ejecutar acciones que complementen y mejoren las del día anterior, siempre en busca del progreso o avance, aunque la perfección, sabido es, no exista. Como nos apostilló el ilustrado francés Voltaire (1694-1778), ‘Le mieux est l'ennemi du bien’, o lo que es lo mismo, ‘Lo mejor es enemigo de lo bueno’. Una mistérica expresión en la que reside la trampa lógica conocida como falacia del Nirvana o de la solución perfecta, un error que nace al comparar cosas reales con irreales o con idealizadas. Y sin olvidar que, como el ajedrez, la vida funciona de manera causal.
Causalidad o eres responsable de lo que te sucede. Sin entrar en más profundidades entendemos causalidad como la relación, necesaria y suficiente, existente entre causa y efecto, y que podemos aplicar a acontecimientos, procesos, producciones o regularidad de algunos fenómenos. En su acepción más amplia se dice que algo es causa de un efecto, cuando éste depende de aquella, tanto lógica como cronológicamente; en otras palabras, la causa es lo que hace que el efecto sea lo que es. Lo dejo aquí, pero es evidente que vida y ajedrez no son más que un juego de causas y efectos, y en este sentido hay un buen ejemplo que seguro recuerda. Me refiero a esos libros juveniles de Elige tu propia aventura, en los que cada capítulo finalizaba con dos o tres opciones y, según la que escogíamos, nos mandaban a una página donde la aventura proseguía por un determinado camino para que volviéramos a decidir al final del capítulo. Del acierto o no en la opción escogida dependía el final de la aventura, como ocurre en la vida y en el ajedrez, somos responsables de lo que nos suceda. Sí, la vida es como un tablero y hasta que no acabe la partida hay juego, el juego mismo de la vida que, para el bueno de Forrest Gump, se resumía a las palabras de su madre, ‘La vida es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar’.
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FUENTE: Enroque de ciencia
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