A lo largo de este año he pasado cosa de un mes en Bélgica, en tres estancias diferentes. Durante el tiempo que permanecí en el país, y por motivos que no hacen al caso, acudí todos los días a hospitales, en las ciudades de Brujas y de Ostende. La semana pasada tuve contacto con el sistema sanitario público español, o sea, con el Servicio Andaluz de Salud, con el que, por fortuna, había tenido poco trato hasta ahora, en su encarnación del Hospital Universitario de Puerto Real. Por supuesto, me puse a hacer comparaciones.
    

Lo primero que llama la atención es la limpieza de los alrededores. En los hospitales belgas las zonas próximas a la entrada se hallaban casi tan limpias como el interior. En cambio, los aledaños del edificio de Puerto Real se presentan tirando a porky-porkys, entre otras cosas porque el número de personas fumando viene a ser diez veces superior. Por supuesto, no se trata de algo que debamos achacar a las autoridades sanitarias, sino al tradicional incivismo español (iba a escribir “incivismo andaluz”, pero me temo que es algo que ocurre en todas las autonomías, incluyendo las más centrífugas). En España la suciedad es un vicio. Por lo general, a medida que un país se vuelve más próspero, sus calles se tornan más limpias. Creo que somos la excepción a la regla. Esta suciedad se convierte en algo casi sobrenatural en la cafetería del centro sanitario de Puerto Real. La terraza al aire libre es quizás uno de los sitios más cochambrosos que recuerdo, con varios centímetros de deposiciones de las aves en el suelo; que tal explosión de mugre tenga lugar en un hospital – ahora sí - diría que no solo es responsabilidad de unos usuarios que aman la roña, sino de la dirección del hospital, por más que la cafetería pertenezca a una contrata.
    

En Bélgica lo que más me llamó la atención fue el escaso número de personas que transitaban por el hospital, ¿aquí no hay enfermos?, me pregunté. Y no se trataba de que las normas para visitantes allí fueran muy rígidas, ya que las de aquí son bastante más severas, sino que, terminé suponiendo, la sanidad se halla allí menos masificada. Porque la feria de Puerto Real seguro que está menos concurrida que el hospital de Puerto Real. El jaleo, el trasiego y las increíbles colas a las puertas para acceder a consultas externas son dignas de un mercadillo de Kuala Lumpur. En general, si antes de entrar nos taparan los ojos y los abriéramos una vez dentro y nos preguntasen: ¿dónde estás?, responderíamos: “En el aeropuerto”. Un aeropuerto antiguo, desde luego, pero el jaleo de gente de un lado para otro con maletas vine a ser el mismo.
    

Los dos hospitales que visité en Bélgica eran nuevos, casi flamantes. Un poco horteras, con rollo entre Bauhaus e Ikea, pero agradables. El de Puerto Real… Bueno, el de Puerto Real presenta demasiados signos de deterioro. Por poner un ejemplo: las habitaciones de los pacientes que quedan ingresados a menudo no se pueden cerrar, con lo cual la molestia para los enfermos resulta grande, teniendo que soportar ruidos y la luz encendida del pasillo toda la noche. Pensar que un hospital tiene puertas que no cierran por viejas, puede ser un buen tema para meditar cuando hayamos tomado algunas copas de más. Otra virtud no le encuentro. Por lo demás, los indicios de decadencia son numerosos. Y por algunos detalles que atisbé - y por las palabras de los sanitarios - sospecho que también existe carencia de equipamiento. En una discoteca, que el equipo no sea el mejor no parece un asunto grave. En un hospital sí.
    

La cuestión administrativa y de organización no me pareció demasiado brillante en ninguno de los dos lados, y sobre la eficiencia médica de ambas partes no me atrevo a opinar porque no soy ducho en el asunto. Lo único que puedo asegurar que es mejor aquí que en Bélgica es lo que podríamos llamar atención o trato al cliente. En Bélgica el personal es, casi por norma, de una antipatía concentrada, malajes como un burgalés cantando martinetes, especialmente si – como era mi caso – tratas de comunicarte en francés en una zona flamenca del país: las tensiones lingüísticas allí son superiores a las que pueda haber en Cataluña. En cambio, en Puerto Real todo el personal compite por ver quién es más amable, simpático o servicial. A decir verdad, si no fuera por ese personal tan agradable, el Hospital Universitario portorrealeño terminaría pareciéndonos un lugar demasiado deprimente, lindando con lo siniestro.
    

No quiero ahondar mucho más. Pero me queda claro que el Servicio Andaluz de Salud camina con firmeza hacia el desastre. Si la sanidad de Madrid – de la que ahora se habla tanto – es peor todavía que la andaluza, motivos tienen allí para el suicidio colectivo o casi. Aunque igual es lo que pretenden. En Madrid, con la sanidad pública tan espantosa que sufren, el porcentaje de ciudadanos que contrata pólizas de seguro privado es de casi el 40%, más del doble que la media nacional. Tengo la sensación de que en la sanidad andaluza se han planteado el mismo objetivo, que todo dios se pase a la sanidad privada. La diferencia principal que se me ocurre es que los madrileños son mucho más ricos que los andaluces, y tal vez puedan pagárselo. Los andaluces lo veo más complicado.
    

Pero, oye, tan tranqui. Sanos como manzanas.