1956. Monroe, Freud e Isabel (1)
Tres mujeres y un año. Un cuarteto, entre animado e inanimado, del que ninguno de sus integrantes ya existe. Ellas, las animadas, son nada menos que la actriz estadounidense Marilyn Monroe (1926-1962), la psicoanalista austríaca Anna Freud (1895-1982) y la reina Isabel II del Reino Unido (1926-2022). Y él, solo es el primer año bisiesto de la segunda mitad del pasado siglo XX, que empezó en domingo según el calendario gregoriano y en el que la actriz conoció, primero, a la psicoanalista y, después, a la reina si bien por motivos diferentes. Ése es el único mérito en esta historia, de esta medida natural del tiempo que es el año. Le cuento. De la actriz, así a vuelatecla memorística, creo recordar que en esta mi Opinión hasta en tres ocasiones ha hecho acto de aparición, sus títulos: M. M. (87-52-83); Marilyn Monroe y n. º 5 Chanel (1) y Marilyn Monroe y N.º 5 Chanel (y 2), por lo que no abundaré ahora en ella.
De la psicoanalista sí apuntar que centró su investigación en la psicología infantil y que fue hija del neurólogo austriaco Sigmund Freud (1856-1939), padre del psicoanálisis, ya sabe, esa suspecta técnica terapéutica para patologías psíquicas. Y de la reina poco que usted no sepa a estas alturas, sea por sus propios estudios y lecturas o por el visionado de películas, series y, naturalmente, reportajes del reciente y luctuoso sucedido real. Por cierto, dos nexos curiosos entre ellas. Uno temporal y anecdótico, actriz y reina nacieron el mismo año, 1926, con poco más de un mes de diferencia. Otro, ya con rango de categoría, que se remonta a la generación anterior. Como médico, el padre de Anna recomendó radiar los ovarios de la suegra de Isabel, la princesa alemana Alicia de Battenberg (1885-1969) que entre otras dolencias padeció de esquizofrenia, por lo que pasó tiempo ingresada en un sanatorio.
Marilyn, Anna y el verano de 1956. La actriz se encontraba por aquel entonces en Londres rodando El príncipe y la corista con el actor británico Laurence Olivier (1907-1989), coprotagonista y director de la película, y ya llevaba tiempo tratándose con un psicoanalista en California. Sin embargo, su fidelidad como paciente se vio tentada al tener posibilidad de ser atendida nada menos que por la misma hija del padre del psicoanálisis. Una tentación a la que sucumbió, si bien hay que decir en honor a la verdad que motivos profesionales y personales no le faltaron. Para empezar, es conocida la mala relación que hubo desde el principio del rodaje entre la actriz y el director, quien ante las numerosas consultas que ella le hacía sobre su papel, él se limitaba a contestar con un “querida, basta con que te muestres sexy”. Un trato vejatorio que hace que ella no llegue puntual ni un solo día del rodaje, paralizada por un acuciante miedo a ponerse ante las cámaras.
Y lo malo es que llovía sobre mojado, porque en lo personal las cosas no marchaba bien. Unas fechas antes de llegar a Inglaterra, Marilyn había encontrado en los diarios de su entonces marido, el autor estadounidense Arthur Miller (1915-2005) con quien se había casado meses antes (junio 1956), unos comentarios sobre ella que la hirieron profundamente: había escrito negro sobre blanco y con letras grandes que se arrepentía de haberse casado con ella. Las escasas notas que aparecen registradas en la documentación que Anna elaboró durante las seis únicas sesiones que mantuvo ese verano con Marilyn, hablan de una mujer asustada, ambiciosa, contradictoria, explosiva y mucho más culta y cultivada de lo que ella misma se creía.
Una mujer impelida por su inquietante desdoblamiento entre Norma Jeanne, la niña asustada con una infancia y juventud de pesadilla, y Marilyn, la mujer más deseada del mundo que jugaba con su poder de seducción, ‘blonde bombshell’. Una dicotomía constante que ella contemplaba con estupefacción y pánico a partes iguales, que termina por marcar su vida personal como mujer y su carrera profesional como actriz. Por rematar este breve nexo entre las dos mujeres y tirando del hilo de los registros de la psicoanalista, un par de detalles más. Uno. En la actualidad dicha documentación se conserva en la Fundación Anna Freud de Londres (a la que la actriz legó en su testamento una parte de sus bienes), que sigue atendiendo la salud mental de niños, adolescentes y familias.
‘Madam Nobody’. Otro, una de las primeras revelaciones que la paciente le hizo desde el diván a la psicoanalista fue el nombre con el que hacía las reservas en los hoteles, cuando se alojaba de incógnito, ‘Madam Nobody’, “Señora Nadie”. Un nombre revelador tanto del conflicto existencial en el que vivía, como de su particular empeño por alcanzar una validación intelectual y un reconocimiento social del que es un buen ejemplo, sin ir más lejos en el tiempo, la boda con el reconocido y controvertido Arthur Miller en junio de 1956 para divorciarse en enero de 1961. (Continuará)
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FUENTE: Enroque de ciencia
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