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Carlos Roque Sánchez
Sábado, 16 de Julio de 2022

Moliner y Gabo. Quisicosas

[Img #173126]“El que tiene boca, se equivoca”. Es una de las muchas expresiones que nuestro rico refranero popular posee (“al mejor galgo se le escapa una liebre”, “el más diestro la yerra” o “no hay caballo que no tropiece”), para recordarnos que todas las personas estamos sujetas a cometer errores de habla o de escritura (“el mejor escribano echa un borrón”). Una especie de imperativo cósmico, de manera que son frases proverbiales existentes en otros idiomas, y con el mismo mensaje explícito de falibilidad e implícito de disculpas. Nadie está a salvo de cometer fallos a la hora de expresarnos, en ese aspecto no nos diferenciamos, si bien es cierto que no todos cometemos los mismos y, sobre todo, no los gestionamos de la misma manera.

 

Ahí está la diferencia pues, una vez detectados: unos optan por reconocerlos y ponerle remedio, lo que está bien; otros no los reconocen y lo disimulan u ocultan, lo que está mal; y estotros, se lo endilgan a los demás, que todavía está peor. Bueno hay un grupo más, los esotros, o un subgrupo dentro del anterior como prefiera, aquellos que no solo no reconocen los propios, sino que disfrutan con los ajenos, “Ver la paja en ojo ajeno y no la viga en el nuestro”, nos dice el proverbio de origen bíblico al respecto.

 

Diccionario de uso del español (DUE). Más o menos en esta línea, le cuento un sucedido que relaciona la obra del subtítulo con dos de las grandes figuras conocidas y reconocidas del mundo de las humanidades. Una es su autora, la bibliotecaria, archivera, filóloga y lexicógrafa panicense María Moliner (1900-1981), quien tardó quince años en escribir el que está considerado como el repertorio lexicográfico más importante con que cuenta el idioma español, y del que el mismo Miguel Delibes afirmó: “el Diccionario de María Moliner es una obra que justifica toda una vida”. Pues sí, fue publicado en dos grandes volúmenes entre 1966 y 1967. La otra es el escritor y Premio Nobel de Literatura en 1982, el cataquero Gabriel García Márquez (1927-2014), quien en un artículo del diario El País (9 de febrero de 1981) dedicado a la lexicógrafa aragonesa la elogiaba como autora del diccionario “más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana”. O sea que bien.

 

Definición de “día”. Pero hete aquí que a sus manos llegó una definición de día que la Moliner había redactado en su diccionario: “Espacio de tiempo que tarda el Sol en dar una vuelta completa alrededor de la Tierra”. Un doble fallo más que evidente incluso para un escolar, digo más, para una víctima de la LOGSE, perdone, pero ya sabe que lo mío es una edad. Fallo, porque un día es lo que tarda nuestro planeta en dar una vuelta alrededor de su propio eje (movimiento de rotación). Y fallo, porque el Sol no da vueltas a la Tierra, sino que sucede al revés, precisamente el tiempo que tarda en dar una a su alrededor, movimiento de traslación, es la definición de año. Por cierto, año y día son las dos únicas unidades naturales de medida del tiempo, las demás, semana, siglo, hora o minuto son artificiales. Así que María, como buena escribana que era, había echado un borrón y esto, el “bueno” de Gabo, o Gabito para sus familiares, menuda prenda, tardó horas veinticuatro (19 de mayo de 1982) en tacharlo como un fallo “imperdonable” y “escandaloso” en otro artículo que, sobre diccionarios, publicó el mismo diario de marra.

 

Gabo, Gabo. El mismo que años después, en la inauguración del ‘Primer Encuentro de la Lengua Española, 1997’ en Zacatecas (México), pidió la jubilación de la ortografía y la gramática, como lo lee, con un par, y que no quedó la cosa ahí. El escritor pasó a la acción aportando sugerencias e ideas y propuso, entre otras, suprimir las haches, unificar bes y uves y especializar ges y jotas. En fin, ‘en casa del herrero, cucharón de palo’. Por aportar un dato positivo a la falacia gabita, quiero pensar que, tal vez por ella, la definición de día se corrigió en una edición póstuma de 1998. Se hizo junto a necesarios ajustes en la parte gramatical, inclusión de nuevos términos acordes con la realidad social y tecnológica, y la incorporación de vulgarismos que, por razones de censura o por decisión personal de la autora, habían tenido una presencia limitada en la edición anterior. ‘No hay mal que por bien no venga?, dicen.

 

“Y donde las dan las toman”, dicen también. Resulta que a su vez, el nobel colombiano fue reconvenido a propósito de un artículo publicado el 21 de junio de 1983, sí en el mismo diario, en el que escribió “tocaban de oídas el acordeón” y, claro, parece ser que el interlocutor daba por sabido que los instrumentos musicales, en general, no se tocan así, de oídas, sino de oído.

 

CONTACTO: [email protected]

FUENTE: Enroque de ciencia

 

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