Robot o croissant
Ciencia más allá del coronavirus
La tecnología avanza a pasos agigantados. No hace mucho (hablo de semanas), Facebook anunciaba que se había visto obligado a “apagar” uno de los sistemas de inteligencia artificial que había diseñado. La máquina, que tal y como yo me la imagino se parecería a R2D2, habría desarrollado un lenguaje más lógico y eficiente que con el que fue originalmente formateada, lo cual alertó a sus creadores, quienes no dudaron en desconectarla. Supongo que contemplaron la posibilidad de que alguna de los cientos de películas de ficción en las que los robots toman el planeta cobrara realidad.
Yo, que siempre he sido de células, y, si acaso, me distraigo con las matemáticas, no logro entender el ímpetu de desarrollar este tipo de maquinaria. Cuando veo anuncios de un restaurante (por norma general en Japón o Corea), que sirve sus platos con “robots camareros”, me entran escalofríos. No creo que sea el camino por el que tenga que avanzar la tecnología. No me malinterpreten, no pretendo menospreciar los avances tecnológicos de los últimos años que tanto han facilitado la vida de los humanos. Ni mucho menos. Sin embargo, hay algo que me sorprende en todo esto. ¿Cómo alguien puede estar más empeñado en la creación de un androide autónomo capaz de atenderte en las próximas y futuristas tiendas de Inditex, antes que en crear un secador del pelo que no haga ruido?
Elegir entre salir con el pelo mojado, pero habiendo escuchado mi canción favorita mientras me arreglo, o bien hacerlo con el pelo moldeado por difusor (sin resfriado que acompañe), pero triste y sin motivación por las copas del viernes, por no oír más que el tedioso ruido del secador, ha sido uno de los dos grandes problemas de mi adolescencia (bendito el tiempo en el que me podía permitir dramatizar sobre este asunto). Aunque si se preguntan acerca de cuál era el segundo gran dilema ante el que me enfrentaba, les diré que aún hoy me veo en la tesitura. ¿El placer de un rico croissant, calentito, recién hecho; o el michelín que te deja el abdomen análogo al bollo en cuestión? Imagino que muchos comparten conmigo semejante tragedia. De hecho, el flotador en la barriga que acarrea el inflarse a bollería francesa no es el mayor de los problemas si decidimos merendar todos los días este pastelillo. La salud también interfiere y entra en juego a la hora de decidir si debiésemos escoger (para el consumo habitual y diario), un alimento y no otro.
Hasta ahora, hemos estado solos ante el peligro. El maldito dulce o tú. Y, aunque aún parece no haberse hallado tierra en la búsqueda de “la pastilla que adelgaza sin deporte, y comiendo lo que me da la gana”, los científicos del CSIC parecen estar cerca de algo parecido. En nuestro país, el Centro Superior de Investigaciones Científicas ha conseguido sustituir la grasa saturada por oligogeles de aceite de oliva y girasol en la elaboración de bollería. Aseguran que no sabe a alpiste (cosa que no se puede decir de la mayor parte de los productos que prometen no afectar a tu salud ni a tu talla de pantalón) y que su sabor es realmente parecido al de los bollos ultraprocesados de toda la vida (chorreantes de placer). Los investigadores aseguran haber favorecido considerablemente la composición lipídica del producto, sustituyendo grasas de baja calidad por grasas más saludables.
A la espera de lo del secador, la ciencia está a punto de hacer felices a muchos (menos a Carlos Ríos, que se le va a acabar el chiringuito).
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