'¿Desliz o error intencionado, a modo de carnaza?' (y 2)
(Continuación) ‘Por lo que vibra de emoción mi corazón / de mis placeres y mis íntimos deseos / que sabe nadie / que sabe nadie’. Ni que decirle tengo que pertenece al álbum En carne viva grabado en 1981 y que lo dejo aquí, si la canción la compuso el jerezano Manuel Alejandro (1932) y la cantó el linarense Raphael (1943) lo más inteligente es no decir nada más. Otra cosa son los adjetivos y los meses.
Otros adjetivos mensuales. De los dos primeros periodos y hasta donde he podido averiguar, no he encontrado adjetivos que sustituyan a las expresiones “de enero” o “de febrero”, sirvan de ejemplo “amanecer enerino” o “anochecer febrerino”, ni tampoco las variantes ‘eneriano/a’, ‘enereño/a’, ‘febreriano/a’ o ‘febrereño/a’, probablemente porque no suenen muy bien o por falta de costumbre. Vaya usted a saber. Todo lo contrario que ocurre con el mes de junio -del que recuerdo haber leído, lamento no poder decirle dónde, la expresión ‘las fiestas juninas’, que me gusta y lo veo apropiado-, y con el mes de julio y la expresión calendario juliano, que como bien sabe no hace referencia al mes sino a Julio César, el general y político romano que puso en práctica dicho calendario en sustitución del antiguo calendario romano. Por otro lado, no me suena de nada el adjetivo juliero/a, pero qué sabré yo que no soy más que un químico jubilado. En mi opinión, con los adjetivos mencionados, no se trata de hacer más breve o de simplificar la forma de expresar estos conceptos relativos a los meses pues en realidad, si lo piensa, es tan sencillo y corto decir ‘abrileño’ como ‘de abril’, decir ‘agosteño’, como ‘de agosto’.
Adjetivos y ley de la economía. Trato de explicar que no estamos ante un ejemplo más de la universal ley de la economía, la misma que en más de una ocasión le he referido en esta tribuna pretendidamente divulgadora. Una inexorable, básica e ineludible ley física que impera en todo el universo, consistente en una idea-objetivo muy simple: hay obtener todo lo que sea necesario para sobrevivir, pero con el menor de los esfuerzos posibles. Viene a ser una especie de imperativo cósmico según el cual ningún sistema, animado o inanimado, que aspire a permanecer en el tiempo en nuestro universo, la puede obviar. Hay que hacer lo que hay que hacer, sí, pero con el menor costo energético, y la lengua, en su afán de comunicar, no es una excepción, ergo su cumplimiento es una cuestión de supervivencia también para ella. Hay que ahorrar mas no es éste el caso en el que el poco común empleo de los meses como adjetivos, sigue siendo mi prescindible opinión, responde más bien a un deseo de expresarse de una forma diferente, distinta, quizás poética.
A propósito de las unidades naturales y artificiales del tiempo. Un último inciso a modo de espuela. Como sabe, durante la mayor parte de la historia humana, el paso del tiempo ha sido medido alrededor de dos fenómenos astronómicos: el día y el año, las dos únicas unidades naturales. Una es el intervalo transcurrido entre dos amaneceres consecutivos y guarda relación con lo que tarda (24 h) la Tierra en dar una vuelta alrededor de su eje (movimiento de rotación), y otra es el lapso que emplea en describir su órbita elíptica (365 días) alrededor del Sol (movimiento de traslación). No hay más. Las demás unidades empleadas por el hombre como milenios, siglos, décadas, lustros, bienios, meses, semanas, horas, minutos, segundos, además de sus múltiplos y divisores correspondientes, son por supuesto artificiales y responden a diferentes necesidades humanas y distintos momentos de la historia y su desarrollo científico y tecnológico.
Otros adjetivos. Y ahora sí, la última. Un pajarito que suele sobrevolar a mis espaldas y me lee mientras escribo, me suelta en una de sus pasadas estos otros adjetivos relacionados con los nombres de los meses: eneril; eneriego/a; febreril; febreriego/a; marciego/a; marcego/a; marcino/a; marcil; marzal; abrilero/a; abrilenco/a; juniano/a; juniero/a; agostero/a; agostizo/a; septembreño/a; septémbrico/a; octubreño/a; octobrino/a; octoberino/a; octuberino/a; novémbrico/a; decémbrico/a. Y hasta aquí, esto es en resumen lo que le quería contar tras leer el oportuno comentario de marra. Así lo he aprendido y así se lo he contado. Ah, dejo a su parecer si por mi parte se trató de “un desliz o de un error intencionado, a modo de carnaza”, ya sabe lo que dicen que dijo el Dios de la semana pasada, la archiconocida paremia de origen bíblico: ‘El que esté libre de culpas que arroje la primera piedra’ (Juan 8:7). Pues eso.
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