Se habla mucho ahora de la posibilidad de restricciones alimentarias a causa de la guerra de Ucrania, ya que Ucrania y Rusia son dos de los principales productores mundiales de trigo. No lo veo tan claro, como no sea por la harina que se utiliza para la base de las pizzas. En la actualidad, el mundo occidental solo come un plato: cosas con queso fundido.

En mi casa soy yo quien cocina, y ni siquiera mi natural modestia me impide decir que lo hago de puta madre. Pero, por mis hijos, en Instagram sigo a numerosos cocineros jóvenes, de estos que te cuentan una receta en treinta segundos, lo cual está muy bien. Lo que no están tan bien son las recetas, pero tampoco se puede tener todo en la vida. Entre el 90 y el 95 por ciento de las propuestas de estos cocineros tienen los siguientes ingredientes:

- me da igual lo que sea
- queso para fundir.

El resultado siempre es previsible, porque al final, todo sabe a queso chamuscado. Así veo cualquier tipo de verduras con queso fundido, que no importa que pongas brécoles o coles de Bruselas, que no vemos la diferencia; o todo tipo de carnes con queso fundido, que ídem. Aquí en Rota disfrutamos mucho de un preparado absurdo que es bastante popular, el cestillo de patatas fritas con… ¿lo adivinan?, con queso fundido. En mi opinión, se trata de un plato bastante incoherente, que, para rematar, se suele servir con patatas de las congeladas. Recuerdo la primera vez que lo vi.

Fue hace lo menos quince o veinte años. Nos encontrábamos en la playa varias familias con los niños. Alguien dijo que pidiéramos unas pizzas, y aunque no amo precisamente la pizza roteña, tuve que acceder, ya que era lo que todo el mundo quería. Llegamos al establecimiento para recoger las pizzas que habíamos encargado. Al ir a pagar, el muchacho que estaba allí nos dice:

- Esto de regalo.

Y nos puso en las manos un cestillo de patatas fritas embadurnadas en queso requemadito.

- ¿Qué es? – preguntó mi amigo.

- Una novedad – respondió el joven -, nuestro cocinero, que tiene mucha imaginación.

Realmente, resulta enternecedor pensar que alguien crea que echarle queso a algo sea un índice de imaginación (y estoy hablando como un capullo: después de todo el chico fue tan amable como para invitarnos).

De todas formas, mi receta favorita la vi hace tres o cuatro semanas en Instagram. La presentaba uno de estos cocineros que nos lo cuentan todo muy rápido. Era, agárrense, pulpo a la gallega… ¡con queso fundido! (juro que no me lo estoy inventando). Los comentarios a la receta eran todos del tipo: “¡qué buena pinta!”, “eso tiene que estar rico”, “en cuanto tenga pulpo, lo hago” y cosas por el estilo. Yo le escribí: “no tengo palabras para expresar el horror que me produce su preparación; llamarla espanto sería una amabilidad”. Desde luego, no anduve muy moderado. El cocinero – vamos a llamarlo así – me respondió primero: “gracias”, seguramente sin haberme leído. Pero se ve que luego repaso los mensajes y se enteró de lo que le había puesto; entonces ya se volvió más bravo: “hay que tener la mente más abierta a las cosas nuevas, me dijo, y no quedarse con lo antiguo y desfasado, que eres un carca”. El tío, por lo que se ve, consideraba el pulpo a la gallega sin queso fundido como una antigualla.

En fin, el mundo embadurnado en queso. Fundido en queso. Encharcado en una fondue universal. Y no crean que se trata de un asunto tan intrascendente como parece a primera vista. Podemos ir más lejos. El famoso psiquiatra español Carlos Castilla del Pino solía decir que comer mucho queso podía inducir a la depresión. ¿Es esta la clave de nuestro tiempo? ¿Mejoraría el mundo si se comieran menos pizzas y patatas fritas fondant? ¿Cambiaría el carácter de Putin si dejara de zamparse cheese burgers con Stolichnaya? Pues vaya usted a saber.

PD. Por supuesto, el tipo de cocineros de Instagram al que me refiero, cuando propone un postre es… ¿podría ser otro? ¡Tarta de queso!