Calle Charco, con Antonio Franco
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CERO COMO SIETE POR CIENTO
En la “Campaña del Milenio”, allá por el año 2000, los países industrializados se comprometieron a erradicar la extrema pobreza y el hambre en el Mundo. Además, plantearon el acceso universal a la educación primaria, la reducción de la inmortalidad infantil, la igualdad entre sexos, la mejora de la salud materna, la sostenibilidad del medio ambiente y un pacto global para el desarrollo.
Once años después, los únicos que siguen aportando para mejorar la vida de nuestros vecinos más pobres son los voluntarios comprometidos de las distintas organizaciones no gubernamentales. Hoy, los países más industrializados podrían achacar su falta de apoyo a los compromisos adquiridos a la situación de crisis financiera que estamos padeciendo.
Cuando toca “hacer cola” en cualquier entidad bancaria (algo habitual, por cierto) da tiempo a leer hasta los anuncios promocionales que te ofrece la entidad bancaria en cuestión. "Que si domicilias tu nómina entras en un sorteo para disfrutar de un crucero por el Mediterráneo"; "que por depositar 3.000 euros durante tres años puedes disfrutar de una cubertería"; "que si abres una cartilla a tu hijo con 500 euros te regalan una toalla para la playa"... Pues bien, en una de "esas colas" también pude leer un menaje de UNICEF. Anuncia la Organización Mundial para la Infancia de que con 15 euros de aportación, se puede adquirir alimento terapéutico para 14 niños durante un día. El hecho de que el cartel anunciador de UNICEF esté en una entidad bancaria, enseguida me lleva a un indignante pensamiento por mi parte. Si cuesta tan poco eliminar la hambruna, me pregunto por qué no se elimina de una vez.
Recordemos que las primeras medidas para paliar los efectos de la crisis económico-financiera que venimos padeciendo los países ricos fue la de “inyectar” dinero a los bancos para que tuvieran liquidez. Con otras palabras más directas, “salvarles el culo para así salvar el Sistema”.
Hacer memoria de las distintas aportaciones estatales no cuesta mucho porque esas aportaciones de capital son relativamente recientes. En aquellos momentos de inyecciones millonarias, nos recordaba otra Organización Mundial, la FAO, que con una sola parte, y no muy grande, del dinero aportado por los Gobiernos a la Banca, se podrían erradicar el hambre en este planeta.
Por eso, cuando los dignatarios de los países ricos se reúnen en cualquier foro para resolver los problemas del Mundo, ya sean medioambientales o sociales, creo que lo hacen para salir en la foto. Después la agenda de buenos propósitos se guarda en el cajón y a otra cosa.
Ni se aplican las medidas del Tratado de Kyoto, ni ningún país dona el 0,7% de su Producto Interior Bruto para la ayuda al desarrollo de los vecinos pobres del planeta.
Han pasado once años y siguen muriendo niños. La frase de que cada segundo muere un niño de hambre en el Mundo, sigue teniendo un significado fatalista. En la “Campaña para el Milenio”, la meta que se impusieron los países ricos para erradicar el hambre fue el año 2015. Estamos a cuatro años y la situación para estas personas no es que haya mejorado o siga igual, sino que ha empeorado porque aquí aplicamos, en un interesado sentido, que la “caridad empieza por uno mismo”.
En ayuda al desarrollo, los países industrializados siguen aportando no más allá de un 0,2% de su PIB. Además, con los préstamos que se “conceden” a los países pobres por parte del Fondo Monetario Internacional, estos países se endeudan cada vez más, con lo que la salida a sus problemas económicos-sociales cada vez se acentúan más.
Ello conlleva oleadas de inmigrantes a pasar la línea. No podemos olvidarnos de que siguen llegando pateras a nuestras playas, aunque las noticias preferentes sean de otro signo.
Estas diferencias, cada vez más pronunciadas, desencadenan focos de terrorismo, aunque este tema se trate siempre desde una óptica más interesada.
Poner como excusa los problemas internos para “cerrar el grifo” de las ayudas no es una razón muy convincente. Es verdad que en esta sociedad nuestra también conviven familias que subsisten por debajo del umbral de la pobreza. Ello es otra consecuencia de la justicia social del Sistema. Pero no puede ponerse de excusa para que tapemos nuestros ojos y oídos a lo que acontece en otras latitudes. Podemos hacer caso omiso a los llantos de los niños, podemos mirar para otro lado para evitar ver los ojos azabache que destacan en los escuálidos rostros,…Podemos hacer cómo que no pasa nada. Tenemos “potestad” para actuar como queramos. Pero también podemos exigir soluciones a los gobiernos, sin dejar de aportar nuestro pequeño granito de arena. Ese pequeño granito de arena es el que hace que no se sienten olvidados. No busquemos excusas para intentar el olvido.
Al parecer, existen utopías que siguen siendo necesarias.
Salud.
ANTONIO FRANCO GARCÍA












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