Creo que quienes soportamos menos al ex rey Juan Carlos somos los monárquicos. Juan Carlos de Borbón ha hecho más daño al sentimiento monarquista que mil discursos republicanos de Julio Anguita que en paz descanse. Y creo que los monárquicos lo detestamos porque nos ha decepcionado. Confiábamos en él y nos ha salido un jeta y un cínico. Veíamos a Juanqui como una figura simpática, dicharachera y campechana. Nos figurábamos que le gustaban demasiado las mujeres, pero eso, nos decíamos, nunca ha sido un defecto demasiado grave. Claro que entonces no sospechábamos que el estado tenía que indemnizar a sus amantes, amantes tan numerosas como las arenas del mar o las estrellas del cielo. El rey era un padre bondadoso que estábamos seguros de que no nos iba a fallar. Pero nos falló, vaya si nos falló.

Le hemos pillado a Juan Carlos dos o tres trapacerías, pero nos tememos que hayan sido muchas más. Durante bastantes años el rey era tabú en la prensa. Solo se podía hablar de él para enaltecerlo, para decir que era bueno, simpático, listo y guapo, vamos, para mostrarlo al estilo marroquí (otro rey con más jeta todavía). Cualquier crítica o comentario no laudatorio sobre él o la Familia Real se retiraba sin piedad de los medios de comunicación. Cuento una anécdota propia. En 1987 un par de amigos y yo nos presentamos al Concurso del Carnaval de Cádiz con una salada agrupación en la que un par de soldados gitanos se burlaban de un sargento poco inteligente. Por aquellos días, el entonces príncipe Felipe se hallaba realizando el servicio militar. Aprovechando, introdujimos un par de chistes sobre la cuestión. Eran chistes amables, que se cachondeaban sin maldad de varios miembros de la Real Familia. Antes de la final me llamó el presidente del jurado del Concurso de Agrupaciones del Carnaval de Cádiz. Para mi sorpresa, después de algunos circunloquios me vino a decir lo siguiente: “si no quitáis los chistes sobre el príncipe Felipe y la reina Sofía, no pasáis a la final”. Intenté argumentar que lo que decíamos era humor blanco, nada agresivo, bueno incluso para la imagen Real. El presidente del jurado movió negativamente la cabeza. “O chiste o final”, repitió. Por supuesto, quitamos los chistes.

Aunque lo que quiero señalar es el servilismo hacía la monarquía existente entonces, que impedía, por ejemplo, que en televisión se viera o escuchara no ya una crítica, sino cualquier cosa que no fuera elogio servil. Como he dicho, soy bastante monárquico, pero ese estilo sumiso me toca mucho las narices. Es cierto que ahora hemos pasado a un plano casi opuesto, y que se le atiza bastante a la Real Familia, sobre todo a los miembros más débiles, como las encantadoras princesas Leonor y Sofía, que han sufrido algunas campañas realmente repelentes, pero eso, en principio, no es siempre malo: no hay monarquía más sólida que la británica, y, seguramente, es la monarquía a la que la prensa de su país insulta y venera con mayor entusiasmo.

En la reciente visita a España del ex rey observo con terror cómo la mayor parte de la derecha se ha dedicado a quitarle hierro a los yerros del antiguo monarca. Los argumentos son pavorosos. Hablan de perdonar, pero se trata de un perdón, por lo que se ve, incondicional. El ex rey no ha pagado sus culpas con la cárcel, gracias sobre todo a que han dejado, imagino que voluntariamente, prescribir sus delitos. El ex rey no ha dado ninguna justificación, no sé si por no tener palabras. El ex rey no ha pedido perdón a los españoles por sus muchas indecencias. Porque lo que estos defensores de Juan Carlos piden no es que lo dejen tranquilo – que todavía podría pasar – sino que le tributemos honores y les sigamos agradeciendo, como si no bastara lo que le hemos agradecido hasta ahora, los servicios prestados.

Franco le solía decir hace muchos años al entonces jovencísimo príncipe Juan Carlos: “Tened cuidado con los monárquicos”. Parte de razón sí que llevaba. Lo peor que le puede pasar a un rey es que se le identifique excesivamente con una tendencia política, porque entonces sus días estarán contados. Creo que la actual campaña de la derecha es mala para la monarquía y mala para ellos, si lo que buscan son réditos electorales: sospecho que la mayor parte de los españoles piensa aproximadamente como yo.

La monarquía, por supuesto, debe ser otra cosa. Los españoles no somos vasallos que desean una sonrisa o la aprobación de su señor. Un rey deber responder como el resto de los ciudadanos, y tener una inmunidad legal muy limitada. El rey no es divino sino, como mucho, primus inter pares. Un rey significa estabilidad, unidad, continuidad y, en general, casi todas las palabras que terminan en dad. Por fortuna, el rey Felipe parece de distinta pasta que el padre. No es simpático, sino más bien envarado. A menudo su expresión es de mala leche, lo cual, paradójicamente, me da muy buen rollo. Tiene una mujer con muchas horas de vuelo, que ha sido periodista, y que no proviene de la riqueza. Vamos, que me fío de él. Aunque también me fiaba del otro, y fíjense ustedes. Así que ahí andamos, fiándonos y dejándonos de fiar. Como todo en la vida. Antes confiaba en el pan Bimbo y en la Coca Cola. Ahora compro el pan del Mercadona y la cola cero cero del DIA. Están más buenos y son más baratos.